literatura

Cuentos para niños, placer de grandes

  • Thule y Barbara Fiore Editora publican varios álbumes ilustrados en torno a historias infantiles pero pensados para adaptarse también al gusto adulto

Por más que se escriba, difícilmente se podrá llegar al corazón de lo que consideramos materia mitológica. ¿Por qué funcionan ciertas historias, más viejas que el tiempo? Tal vez la explicación más a mano la dé la identificación: a todos termina gustándonos lo que, de alguna manera, consideramos un reflejo. En todos hay un narciso acomplejado, inevitable, que salta cuando lo nombran. Si los protagonistas de los cuentos tradicionales no se pueden entender sin una gesta, todo ser humano cree estar envuelto en la propia. Y el mundo de fuera es muy a menudo un horror oscuro, impredecible, lleno de obstáculos y criaturas de tinieblas. Afortunadamente, también hay herramientas casi mágicas, capacidades que podrían decirse sobrehumanas, ayudantes inesperados.

Ese es el mecanismo que alienta a los llamados cuentos de toda la vida, lo que les permite seguir funcionando sin importar las generaciones e independientemente de las versiones, de las capas que les echemos encima. Por eso funcionan, de hecho, aunque hayamos dejado atrás la infancia.

Sobre este precepto se han desarrollado algunos de los títulos más suculentos -etiquetados para niños, más bien pensados para el público adulto- que podemos ver en las librerías. Son libros para niños que padres y no padres compran por gusto. Por amor al arte, sí. Y, también, por la fascinación que producen unas historias tan potentes que son capaces de engendrar hijos sin término. Destacan los trabajos que la dibujante Beatriz Martín Vidal ha realizado para Thule Ediciones: Caperuza -que recrea tres de los momentos cruciales del cuento popularizado por Perrault: la investidura del personaje con capa y caperuza, las preguntas al lobo y la fuga de la panza de la fiera- y Enigmas, donde la autora ilustra algunas de las preguntas más inquietantes que presentan los cuentos clásicos: "¿Consiguieron vengar sus hermanas a La Sirenita? ¿Quién es Caperucita Negra, a quien los lobos temen?".

Y el maravilloso álbum del australiano Shaun Tan que Barbara Fiore se ha encargado de editar en España: con un título tomado de uno de los cuentos de los Grimm, Los huesos cantores recopila la colección de 75 esculturas que Tan realizó inspirándose en los cuentos de tradición alemana, en una serie que toma como modelos plásticos las esculturas de las poblaciones indígenas de México y Canadá. Así, Rapunzel se transforma en su propia torre; los muertos danzan bajo la Luna como los mazapanes de Difuntos; la madrastra de Blancanieves llama a un sadismo inhumano y totémico. Lo naïf y la línea clara se hacen, en manos de Tan, inquietantes. Material no le falta: los Cuentos al hogar de la lumbre tienen tanta carnaza que, tras siete ediciones -cada una destinada a endulzar cada vez más el contenido: lo de Disney no es en absoluto nuevo-, los Grimm seguían teniendo entre sus manos unos cuentos indudablemente inquietantes -hubo un momento, tras la II Guerra Mundial, en que los Aliados creyeron que esas historias podían haber alentado la carnicería nazi-.

Tanto en las creaciones de Martín Vidal como en las de Tan, los niños pueden reconocer las historias familiares; lo mayores, pueden ir más allá de ellas, investigar por los nuevos escenarios que los autores proponen. Seguir engordando el ovillo que, probablemente, comenzara con una niña desaparecida en el bosque, con un paleto capaz de engañar al poderoso, con la hija boba (y hermosa) de la familia encerrada en un palomar.

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