Bronca, al fin, en el Maestranza

Pretender una cultura sin pataleos es enterrarla en los panteones de la corrección y la mitificación

Un momento de la Tosca de Rafael R. Villalobos. / Juan Carlos Vázquez
Luis Sánchez-Moliní

13 de junio 2023 - 00:01

LLAMABA la atención el silencio que caracterizaba al Teatro de la Maestranza. ¿De todas las óperas que han venido a Sevilla ninguna merecía la bronca del respetable? Uno está acostumbrado a leer en los periódicos los pitidos, gritos, braceos y pataleos que los públicos más exigentes y entendidos del mundo les dedican a las interpretaciones y montajes que les disgustan especialmente. Pero en Sevilla, no, aquí impera el silencio maestrante. O, lo que es peor, se escuchaban ovaciones a los que no se lo merecen. Sin embargo, la Tosca dirigida por Rafael Villalobos mereció la pasada semana un regaño histórico. “Lo nunca visto en el Maestranza”, escribió uno de los críticos musicales de este periódico, Pablo J. Vayón. ¿Qué ha pasado? La clave la dio el siempre afilado Manuel J. Lombardo: “El selecto público sevillano se incorpora al fin al siglo XVIII.”

No entraré a considerar si la bronca de los detractores o los aplausos de los partidarios de esta Tosca eran justos o no. Mis conocimientos técnicos de las artes escénicas se limitan a la época en la que ejercí de galán en el Grupo de Teatro de la Facultad de Derecho. Pero siempre que voy a la ópera en Sevilla me sorprende la actitud un tanto conformista del público, en contraste, por ejemplo, con el de los toros, que sabe callar cuando el arte asoma por el ruedo y bramar cuando huele la estafa o la incompetencia.

Este silencio sevillano, más que respeto, deja entrever una inseguridad que probablemente se deba a dos motivos: al desconocimiento de la mayoría (pese a que en la ciudad siempre ha existido un núcleo duro de grandes expertos y aficionados a la ópera) y al proceso de sacralización de la cultura que se observa desde hace décadas. Para algunos, levantar la mano contra un montaje de ópera es poco menos que un sacrilegio. Son demasiados los intereses económicos y políticos que se envuelven en el celofán de la retórica más cursi.

Cualquiera que conozca un poco la historia cultural de Occidente sabe que la bronca siempre ha ido pareja al arte. Desde las lluvias de verduras y hortalizas en los corrales de comedias del siglo XVII (“batallas nabales”, diría nuestro Arcipestre) hasta el ¡Muera Echegaray! de Max Estrella. Pretender una cultura sin polémica, sin pataleos y sin hooligans, es de alguna manera enterrarla en los panteones de la corrección y la mitificación. Bienvenido sea, pues, el cabreo del público maestrante.

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