Serafín Núñez, el primer gran inocente de la política gaditana
Historias de Cádiz-Herzegovina | Capítulo 52
El alcalde más votado de Barbate agachó la cabeza en 1990 cuando el hermano de Alfonso Guerra le presionó para que recalificara suelo para un complejo turístico. Ese mismo año tuvo que irse
Núñez reconoció que la mediación de Juan Guerra hizo resucitar ese proyecto turístico
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No tienen nada que ver, absolutamente nada. El 28 de diciembre, tal día como hoy, está marcado por dos elementos característicos que son independientes, sin vinculación entre ellos. Por un lado se celebra la fiesta religiosa de los Santos Inocentes, en la que la Iglesia recuerda la matanza de niños en Belén ordenada por Herodes para intentar eliminar a Jesús, cuyo nacimiento le había sido comunicado por los Reyes Magos y a quien el rey de Judea veía ya como un potencial rival. Pero es que, aparte, el 28 de diciembre tiene otro componente festivo, porque es un día en el que las bromas cobran especial protagonismo, una tradición ahora en declive pero cuyo origen puede estar o bien en las Saturnales que se celebraban en Roma, donde un gobernado elegido al azar ejercía de rey con carácter temporal, o bien en la llamada Fiestas de los Locos, una celebración medieval y pagana en la que igualmente, y aunque fuera sólo durante algunas horas, se intercambiaban los roles entre determinados miembros de la sociedad.
Son, como se ven, celebraciones independientes. Si acaso, lo único que les une es el uso del término inocente, que sirve para recordar a aquellos pequeños de Belén que murieron acuchillados pero también a quienes hoy caerán víctimas de alguna broma.
La política gaditana también ha tenido en este casi medio siglo de democracia un buen número de inocentes, dirigentes que se terminaron estrellando porque asumieron a pies juntillas las directrices bien de sus partidos o bien de algún jefe y que con el tiempo se confirmarían como erróneas. Y el primer gran inocente de la política gaditana tiene nombre propio: Serafín Núñez, el alcalde más votado de la historia de Barbate y que, sin querer, terminó protagonizando uno de los episodios más oscuros en la historia reciente del PSOE.
La inocentada que puso a Serafín Núñez en la picota llegó 48 horas más tarde de lo previsto, porque tuvo su origen en un pleno municipal celebrado en Barbate el 30 de diciembre de 1989. En un pleno que se presentaba de trámite, y cuya crónica fue publicada al día siguiente en Diario de Cádiz, el regidor barbateño sorprendió a todos al incluir en el orden del día la aprobación del anteproyecto para la construcción de un complejo turístico de primer nivel (hoteles de lujo, 3.000 viviendas y zonas comerciales en una superficie de 199 hectáreas y con una inversión al cambio de unos 48 millones de euros) que se ubicaría en un enclave costero del municipio llamado Puerto de la Plata.
La oposición, en la que apenas había tres concejales del CDS y uno de AP, se sorprendió, porque el propio Serafín Núñez ya había tumbado un proyecto similar planteado en ese mismo enclave y que fue presentado por un empresario llamado Jesús López. Entonces, claro, desde la oposición le preguntaron al alcalde qué había pasado, por qué ese cambio de opinión. Y ahí estalló todo, porque el alcalde de Barbate, inocente, bocazas, imprudente y sincero a partes iguales, reconoció que el proyecto se retomaba porque había intercedido Juan Guerra, uno de los hermanos del mismísimo Alfonso Guerra, entonces vicepresidente del Gobierno, mano derecha de Felipe González y con un poder absoluto en todo el PSOE español y, sobre todo, en el andaluz. “No es lo mismo que te llame el hermano del vicepresidente a que lo haga otra persona”, dijo textualmente el alcalde en ese pleno. Y se quedó tan pancho. La inocencia elevada a la máxima potencia.
Con Juan Guerra de por medio Serafín Núñez agachó la cabeza, entendió que ya no podía decir que no e intentó autoconvencerse de que ese proyecto sería bueno para Barbate. Y se puso en marcha con los compromiso que había adquirido con el hermano del vicepresidente: aprobar en el pleno ese anteproyecto gracias a la mayoría absolutísima del PSOE, presionar al Ministerio de Defensa para que le devolviera a Barbate parte del suelo expropiado en el Retín, porque una buena parte de ese complejo turístico en ciernes ocupaba terreno militar, y recalificar ese suelo como urbanizable.
Si Serafín Núñez hubiera podido mirar por una rendija todo lo que iba a suceder a partir de ese instante, seguro que se habría puesto un esparadrapo en la boca. Porque ese primer casi insignificante movimiento de tierras propiciaría un terremoto de primera magnitud.
Nacido en 1948 y empleado de Farmacia, Serafín Núñez era el paradigma de esos alcaldes adorados en sus pueblos que tanto proliferaron en este país en los primeros años de la democracia. Siempre en las filas del PSOE, a finales de 1989 sumaba ya 10 años y medio de alcalde con tres mayorías absolutas incuestionables (15, 18 y 17 concejales, respectivamente, de un total de 21 en la Corporación barbateña). Pero todo empezó a resquebrajarse tras ese pleno municipal.
La oposición al PSOE en el Congreso de los Diputados y una parte de la prensa española aprovechó esa metedura de pata para ir a degüello contra Alfonso Guerra y, de paso, contra un Felipe González al que hasta ese momento nadie osaba discutirle nada. Fue ahí cuando empezó a conocerse que Juan Guerra tenía un despacho en la Delegación del Gobierno en Andalucía, que era habitual que presionara a alcaldes socialistas para que aprobaran proyectos presentados por conocidos suyos, y aparte empezaron a publicarse en cascada supuestos casos de corrupción en el PSOE.
Eso derivó en un distanciamiento cada vez más visible entre el presidente del Gobierno y quien había sido hasta entonces su mano derecha, en que la dirección del Partido Socialista le hiciera la vida imposible a Serafín Núñez, a quien culpó de todo, en que la Fiscalía de Cádiz abriera una investigación para ver si el alcalde barbateño había cometido algún delito, y en que todas las administraciones gobernadas por los socialistas se olvidaran por completo de Barbate, cerrando el grifo de las inversiones.
A Serafín Núñez ese año 1990 se le hizo interminable, hasta que ya no aguantó más. Por eso en septiembre dejaba la Alcaldía y su militancia socialista, harto de presiones. Y lo hizo criticando ese castigo del PSOE a Barbate y pidiendo la dimisión de Alfonso Guerra por los “escándalos” de su hermano.
El día del pleno de su dimisión, el 18 de septiembre de 1990, Serafín ni siquiera pudo acceder al Ayuntamiento porque un centenar de vecinos defensores de su causa se lo impidieron. Pero realmente ya había dimitido por escrito cuatro días antes.
El terremoto continuó. En Madrid Alfonso Guerra dimitiría el 12 de enero de 1991 y su hermano Juan terminaría siendo juzgado aunque apenas le cayó una condena por un delito fiscal menor cuya multa ni siquiera pagó al declararse insolvente.
Y en Barbate la vuelta de Serafín Núñez a la farmacia no llegó siquiera a los cinco años, porque en 1995 ganaría unas nuevas elecciones municipales entonces al frente de la candidatura de Independientes Barbateños (IBA). Pero esa segunda etapa de alcalde fue corta. En septiembre de 1998 volvía a dimitir. Adujo motivos de salud, tras haber sufrido un infarto ese verano, pero también es verdad que eso se sumaba a la condena por prevaricación que le había impuesto la Audiencia Provincial en mayo de 1997 por el caso Puerto de la Plata y que había sido refrendada por el Tribunal Supremo en ese mismo septiembre de 1998. La sentencia dictaminaba que Serafín Núñez no quiso tramitar el proyecto original de ese proyecto turístico simplemente por su enemistad manifiesta con su promotor, Jesús López. Y la Justicia le inhabilitó para cargo público por espacio de seis años acabando, ahí sí de manera definitiva, con su carrera política.
Pero aún quedaría un coletazo más, porque la inocentada de Serafín Núñez tuvo también repercusiones en el Código Penal, ya que el Gobierno socialista terminaría viéndose obligado a incluir ahí por primera vez el delito de tráfico de influencias del que Juan Guerra se había librado al no estar aún tipificado.
Serafín Núñez falleció el 10 de mayo de 2014 a la edad de 65 años y, como a él le gustaba decir, en su misma casa de 70 metros cuadrados de siempre. Desde su segunda dimisión no quiso volver a hablar del caso Juan Guerra. Aquello le había quitado la salud, dijo. La salud del primer gran inocente de la política gaditana.
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