En un principio se creó el edén

Pioneros del turismo (VI)

El camping El Camaleón, puesto en marcha a mitad de los 80 por miembros del grupo Imán Califato Independiente, fue la primera infraestructura turística de Los Caños

Nudistas en la playa de los Caños, en una imagen de 1996
Nudistas en la playa de los Caños, en una imagen de 1996
Pedro Ingelmo

20 de julio 2025 - 07:00

EL paraíso de Barbate que se encontraba al otro lado del parque natural de la Breñafue bautizado por los árabes por la abundante agua dulce de su fuente que les recordaba el mismo pozo de Zamzam de su ciudad sagrada: Caños de Meca.

Durante los años 80 era prácticamente una calle sobre los acantilados preñados de los caños que le dan nombre y solía ser frecuentado por nudistas. El fotógrafo Pablo Juliá fue uno de los veraneantes pioneros y lo recuerda como “un edén. Era un lugar completamente virgen de una desbordante belleza y con una luz muy especial. El tómbolo de Trafalgar te transmitía una energía que no he vuelto a sentir. Entre las pocas personas que íbamos allí existía una absoluta fraternidad. Había algunos extranjeros que habían montado allí la última colonia jipi. Era como un viaje a la California del 68”.

Tenía como principal y casi única infraestructura turística el camping El Camaleón, creado entre otros por Kiko Guerrero y su hermano a mediados de los 80 con lo que había quedado del dinero ganado por su grupo, Imán Califato Independiente, uno de esos a los que metieron en el saco del rock andaluz en los 70, aunque eran algo más que eso. Había piscina nudista, escenario para el rock... y camaleones.

El Camaleón se convirtió casi en un rito iniciático para los miembros gaditanos de la generación nacida a finales de los 60 y principios de los 70 que buscaban experiencias. Era un lugar alegre, extraño, muy loco y libre. Así lo recuerda la bloguera Beizabel en una de sus entradas: “Más que una postal, el recuerdo de este lugar era una bola psicodélica. Y esa playa, a la que nunca fuimos a una hora decente pero tanto disfrutamos; esa agua que amanecía con un brillo sobrenatural, y esa arena poblada por minúsculas criaturas. Podría contaros la historia del jipi que en lugar de perro tenía una oca guardiana, a la que no había cristo que se acercara porque daba más miedo que un pitbull; o la de los dos piesnegros que se mordían las crestas una mañana mientras se revolcaban por el suelo farfullando vete a saber qué; o la de aquella chica a la que una noche, de puro contento, se le pusieron las piernas y la entrepierna de color azul; o la del perro gigante que recogía en una bolsa sus propios excrementos de la pradera...”

Treinta años después El Camaleón es un glamping (un camping con glamour) esencialmente familiar que vende productos gourmet en el supermercado y prohíbe los bongos a partir de las horas de sueño.

En los años 90 aumentó la popularidad de Los Caños y se empezó a construir a partir de lo más alto del acantilado, en donde se encontraba su local fundacional, La Pequeña Lulú, que hoy sigue existiendo como restaurante de alma japonesa, pero que en su día era el bar de la zona con permiso para entrada de perros y drogas, a ser posible psicodélicas. El hachís circulaba con una enorme libertad en los Caños y había acampada libre. O eso decían los que acampaban libremente.

Sólo a principios de la primera década del siglo se intentó poner coto al desmán y en el verano de 2000 un dispositivo especial de vigilancia que coordinó la comandancia de la Guardia Civil de Cádiz desmontó un total de 317 acampadas ilegales en Los Caños. En 72 de los casos a los acampados se les incluyó la infracción de tenencia de sustancias ilegales. Porque quienes estaban allí acampados hacían lo que hacían todos los veranos: llegar con su tienda de campaña y ponerla en el primer sitio que les pareciera. Ese había sido el turismo de Los Caños desde los años 80.

Si hoy vamos a los Caños de Meca, que vive un ligero declive, y lo contraponemos con una foto de finales de los 80 como las que hacía el legendario fotógrafo Pablo Juliá cuando pasaba allí los veranos de juventud observaremos la absoluta transformación del lugar. La mayor parte de las construcciones son de los últimos veinte años, incluida La Jaima, la gran carpa con tetería, restaurantes y discotecas que se levanta sobre el acantilado cercano al más veterano chiringuito de la playa, el palafito de La Lola, superviviente de los años locos, que aún hoy con la marea alta sigue retando a un mar que se calcula que en los próximos treinta años se tragará la playa.

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