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concert music festival 2023

Al ritmo latino de María

Niña Pastori, este pasado sábado en su espectáculo dentro de Concert Music Festival.

Niña Pastori, este pasado sábado en su espectáculo dentro de Concert Music Festival. / Germán Mesa (Chiclana)

Que las ramas de los árboles que colocó Niña Pastori como parte del atrezo en el escenario de Concert Music Festival no nos enmarañen la ruta trazada de antemano. Ella conocía muy bien el punto de partida del viaje musical que propuso con un nuevo espectáculo que presentó en la noche del pasado sábado en Sancti Petri y con el que vino a mostrar el disco Camino, el más reciente, sin olvidar de dónde partió todo. En el recinto, lleno absoluto de público y muchas ganas de dejarse llevar por cualquier vereda que la de San Fernando trazara con su poderosa garganta.

María, así, tuvo el tino de arrancar el recital sentando a la mesa virtual del arte a los que antes que ella dibujaron el mapa del flamenco con torrentes de sabiduría. Dos grandes como Juan Villar y Rancapino, “de los poquitos que nos quedan ya –diría más adelante la artista isleña–”, aparecieron en la pantalla y ofrecieron, en apenas unos segundos, una disertación sobre lo jondo para grabar en letras de oro. Fue una lección de tiento y tirititrán, porque “cantar bien por alegrías es difícil y transmitir, más difícil todavía”, compartía el cantaor chiclanero sobre ese “cante que es lo más grande que hay en el mundo”. Alargó el aforismo el gaditano diciendo que “para mí el flamenco es mi vida”. Poco más que añadir, señoría.

Y sin embargo sigue añadiendo, navegando, caminando Niña Pastori tras 27 años de trayectoria por los senderos del flamenco con su sello, su ángel, su voz para que el terreno nunca quede baldío. El atajo elegido por la cantante y compositora no siempre es amable ni, dicen algunos, ortodoxo, pero a tenor de la revolución que formó en Chiclana, se antoja tan valioso por reconocido y reconocible como el de los guardianes del compás que la precedieron.

Niña Pastori, en Sancti Petri. Niña Pastori, en Sancti Petri.

Niña Pastori, en Sancti Petri. / Germán Mesa (Chiclana)

“El flamenco es muy grande, muy bestia, muy hermoso y a veces no tiene la recompensa que debería”, expresaba la artista. A su audiencia, por ello, regaló nada más salir a escena esas alegrías de Cádiz que mentaban los maestros, ilustradas con imágenes que nos llevan por “el caminito de todos los días” y por “tantos lugares, tantos recuerdos”. Un breve y melancólico impulso desde el que, inmediatamente, mirar al futuro, virar el rumbo hasta la mismísima madrugada y sin vuelta atrás.

Porque Niña Pastori vino a Cádiz no a regodearse en sus poderosas esencias, sino a impulsar otros aires que también mecen las canciones y las llevan de orilla a orilla sin perder el horizonte. Su garganta, que tiene la potencia de un gran trasatlántico, dirigió la proa rumbo a las Américas y comprimió la fuerza de las mareas para soltarla poquito a poco a modo de fiesta latina, en un constante compadreo con Cuba que hermanó dos tierras ya hermanas e hizo mucho bailar durante dos intensas horas.

La artista isleña regaló a piano el mejor pasaje de la noche, en el que sonó entre otras ‘Cai’

Una banda de siete miembros arropó perfectamente a la artista en este trayecto sonoro. Ese hombre orquesta llamado Chaboli –que también tuvo su minutito de lucimiento vocal a ritmo del son– lideró una brillante formación compuesta por Manuel Urbina (guitarra), Yuri Nogueira (batería y percusión), el gran acompañamiento ejecutado por Sandra Zarzana y Toñi Nogaredo (voces y palmas), Jony Losada (bajo y teclados) y Luis Guerra (piano). Juntos supieron imprimir tumbao a temas como El cantante, Regoleta, Yo nací para vencer, La orilla de mi pelo, Cuando te beso, La habitación, Desde la azotea, Y de repente, Aire de molino, Puede ser, Amor de San Juan, Quién te va a querer, El color de agua, Y para qué..., Caminante y Yo tengo una cosa.

“Como siempre este es un festival mágico, tenemos la suerte de estar en nuestra tierra. Estoy superorgullosa por todo lo que estamos haciendo. Ha sido un camino largo y os he tenido a mi ladito, apoyando todo lo que he hecho”, agradecía Niña Pastori la fidelidad de un público entregado al que le dedicó, en múltiples ocasiones, un corazón hecho con sus propias manos, el mismo que bombeaban los aplausos incesantes, los bailes y el retumbar de las gradas. Amor y música de ida y vuelta.

La artista de San Fernando, en el arranque flamenco del concierto. La artista de San Fernando, en el arranque flamenco del concierto.

La artista de San Fernando, en el arranque flamenco del concierto. / Germán Mesa (Chiclana)

Sumergido el respetable en la versión de Burbujas de amor, el espectáculo fue alternando recientes composiciones con melodías con solera de su repertorio. Se escucharon también Válgame Dios, Pon que dale, la hermosa postal de colores que la artista ha dedicado a Barcelona titulada Bon dia, De boca en boca y Verdes como los míos. “¡Que viva la música, que nos salva!, proclamó a todo pulmón.

En Chiclana se congregó una gran familia –la de sangre y la adquirida– para disfrutarla , formada a base de canciones y emociones. “Aquí hay mucha gente de corazón, que los quiero con locura”, confesaba. Afectos con nombre propio, el de Henry, encargado de la parte visual del espectáculo, porque “la vida me ha ido juntando con gente bonita e importante en mi carrera. Él se dedica a otra cosa, pero tiene una sensibilidad y un alma increíbles”, se dirigía la artista a su emocionado amigo cuyo nombre se coreó como si fuera un cabeza de cartel.

Y de Henry a Harry (Styles), a cuyo concierto en Madrid el amor de madre de María la llevó justo un día antes de la cita con Chiclana. “Tengo los pies destrozaos, pero aquí estamos dándolo todo”, compartía la experiencia mientras enseñaba las tiritas para tapar las “dos bojas”, fruto de mil batallas por la música.

En la de Chiclana, el mejor y más emocionante pasaje se concentró a la mitad del concierto, cuando Niña Pastori, a piano, engarzó Cai –inevitable la piel de gallina–, Cuando nadie me ve, Ya no quiero ser y Dime quién soy yo.

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