El sextante del comandante

La leyenda del Paso del Noroeste

  • Historias polares. La búsqueda de un estrecho que comunicara el Atlántico y el Pacífico por el Ártico está escrita con la sangre y el esfuerzo de heroicos navegantes y exploradores españoles

En 1492 Cristóbal Colón descubría una tierra nueva, y catorce años después moría en Valladolid convencido de que había alcanzado las anheladas Indias que describiera Marco Polo, abundantes en metales preciosos, diamantes y especias que valían tanto como el oro. 

 

Nunca sabremos si Colón llegó a conocer la trascendencia de su descubrimiento, un continente nuevo que habría de dar alas al Imperio español. Pero a los efectos de lo que se pretendía, disputar a Portugal por el oeste lo que rodeando África los lusos comenzaban a hacer suyo, América supuso en realidad un obstáculo para llegar a las ubérrimas tierras del oriente. Cuando en 1513 Vasco Núñez de Balboa descubrió el océano Pacífico, cuyo horizonte señalaba el rumbo a la anhelada tierra de las especias, en España se disparó la fiebre por alcanzarla antes de que los portugueses se asentasen en ella, y Carlos I dispuso la salida de la Flota de Magallanes sólo para descubrir que el vadeo del nuevo continente por el sur era una ruina comercial debido a lo largo y fatigoso del periplo. Fue entonces cuando el emperador dispuso la búsqueda de otro paso por el norte del continente americano que le permitiese asentar el tráfico comercial con las islas de la Especiería. 

 

La primera expedición enviada en busca del paso estaba formada por un solo buque, la carabela Anunciada, construida exprofeso para la misión y que zarpó de La Coruña en septiembre de 1524 con sólo 29 hombres al mando de Esteban Gómez, que había formado parte de la expedición de Magallanes y desertado de la misma a bordo de la nao San Antonio justo cuando estaban a punto de descubrir el estrecho paso que conduce al Pacífico y que lleva hoy el nombre del ilustre navegante portugués. Esteban Gómez encontró en el norte los mismos hielos que había conocido en el sur, y aunque no encontró el paso, cartografió el puerto de Nueva York, la isla de Manhattan y el río Hudson, que bautizó como San Antonio, en recuerdo, tal vez, de la nao en la que había desertado años atrás. Gómez, el primer español que buscó el paso del Noroeste, moriría poco después a manos de los indios en Paraguay. Durante mucho tiempo la parte norte del continente americano figuró en los mapas como "la Tierra de Esteban Gómez". 

 

Visto que la búsqueda del paso no arrojaba resultados, y asentado Cortés en México, se le ordenó que lo buscase al norte del Pacífico, enviando el conquistador extremeño una expedición de tres barcos al mando de Francisco de Ulloa. Como quiera que uno de los barcos se averió y hubo de regresar a Acapulco, la expedición siguió adelante con los otros dos, aunque nunca volvió a saberse de los barcos, de Ulloa ni de ninguno de los ochenta marinos que le acompañaban.

 

A pesar de los fracasos, el emperador no renunciaba a encontrar el escurridizo paso que podía conducirle a las ricas tierras de Oriente y, vuelto Cortés a España, ordenó al virrey Antonio de Mendoza que siguiese enviando expediciones en su búsqueda. De esta forma surgió la figura de Juan Rodríguez Cabrillo,  que zarpó de Jalisco con tres naves tratando de encontrar el estrecho de Anián, que según se  decía unía el Pacífico con el Atlántico. Cabrillo fundó ciudades tan relevantes como San Diego, Los Ángeles o Monterrey y, aunque cartografió las costas de Oregón, tampoco encontró el paso, aunque sí la muerte a manos de los indios. 

 

El siguiente navegante al servicio de la corona española que buscó el paso fue Juan de Fuca, que zarpó de Acapulco en 1592 y exploró  el largo canal que separa los Estados Unidos de Canadá, y aunque no pudo llegar al final debido a la hostilidad del clima y de los indios, regresó a España convencido de que había encontrado el paso. Hoy el canal conserva su nombre. 

 

El informe de Fuca movió a la corte de Felipe II a preparar otra expedición que encontrara por fin el anhelado paso, pero el fracaso de la Gran Armada enviada contra Inglaterra había dejado las arcas esquilmadas y la expedición se dilató. Además, para entonces la Especiería había quedado bajo el control de Portugal, según acuerdo que lusos y españoles alcanzaron en el Tratado de Zaragoza, y el imperio había encontrado su filón en Filipinas, de modo que cuando el marino vasco Andrés de Urdaneta dio con la escurridiza vía de regreso de Manila a Acapulco, instaurando de esa forma el famoso Galeón de Manila, el pretendido Paso del Noroeste perdió interés, al menos para la corona española.

 

A partir de entonces, no obstante, otros países con intereses comerciales en el Pacífico se involucraron en su búsqueda, sobre todo Inglaterra y Francia en el Atlántico, y Rusia en el Pacífico, mientras España perdió todo interés. Las flotas de Indias comunicaban la metrópoli con América y el Galeón de Manila extendía la comunicación con Filipinas, lo que aseguraba un floreciente tráfico comercial. Sin embargo, en 1609 el granadino Lorenzo Ferrer Maldonado, navegando a título personal, aseguró haber descubierto el paso partiendo de Terranova. Según el informe enviado a Felipe III, el Atlántico y el Pacífico estaban comunicados en los 75º de latitud a través del Estrecho de Davis y el paso de Anián. De acuerdo con su testimonio, el paso, de 1.750 leguas de longitud, podía reducir a la mitad el tránsito a través del estrecho de Magallanes. Ferrer no gozaba de mucho prestigio en la corte, donde se le tenía por un iluminado, por eso fue tomado a risa cuando describió la ruta como un páramo frondoso en el que el sol alumbraba con fuerza. Hoy se piensa que se inventó todo, a pesar de que los datos de latitud y longitud que dio resultan sorprendentemente precisos.

 

Verdadero o falso, España dejó de buscar el Paso del Noroeste y fueron otras las naciones que tomaron el relevo escribiendo bellísimas páginas de la historia de las exploraciones polares, páginas cuyos primeros trazos están escritos con la sangre y el esfuerzo de un heroico conjunto de navegantes y exploradores españoles. Gloria a ellos.

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