Coronavirus en Cádiz

Las lecciones del confinamiento

  • La brecha digital se ha convertido de repente en el gran problema de la educación, pero el problema era otro y venía de antes. Los años de inversión en digitalización se han demostrado inútiles en estos quince días de confinamiento. Los profesores han tenido que adaptarse a todo correr a las nuevas formas de conexión con los alumnos utilizando sus propios medios. La carencia de medios tecnológicos en las casas ha sido de una minoría y se están pudiendo resolver. La falta de colaboración familiar ha sido más grave que la falta de medios. Y se ha descubierto otro modo de crecimiento curricular, más allá de la transmisión de conocimientos. Hemos entrado, a la fuerza, en otra era.

Una estudiante sigue las clases con el libro y su ordenador

Una estudiante sigue las clases con el libro y su ordenador / Julio González

Esta historia se ha convertido en legendaria. Se trata de un inspector que acude a una escuela rural. La maestra le dice al inspector que los niños van muy mal, que no avanzan, no tienen recursos: que no llegan las pizarras digitales, que faltan ordenadores, que así es imposible. El inspector mira a los chavales y les dice vamos fuera, al bosque. Allí se agacha y coge un palo. ¿Veis este palo? ¿De qué árbol es este palo? Es un palo de algarrobo. Y habla de los distintos árboles que hay en el bosque, qué animales viven de ellos, cuántas bellotas hacen falta para criar un cerdo, si tengo una piara de cuatro cuántos algarrobos necesitaría. E incluso habla de un poema sobre los algarrobos. Los niños le miran extasiados. Con un palo ha dado una lección de historia, de matemáticas, de geografía, de lengua... Al final le dice a la maestra: ¿lo has comprendido? Sí, dice ella. Con el tiempo, vuelve el inspector y pregunta a la maestra que qué tal le va. La maestra contesta: “Fatal”. “¿Por qué?”, pregunta el inspector. “No he sido capaz de encontrar el palo”.

La fábula explica el quid de la educación: imaginación. Jaime Martínez, otra leyenda en la inspección de Cádiz, inventor del sistema de cálculo matemático ABN, explica que el objetivo de la educación no es tanto inculcar conocimientos, que también, sino enseñar a pensar. “Y aquí no hay ninguna brecha. Los niños de familias pobres no son más tontos que los niños de las familias ricas. En el origen todos son iguales”. Su método lo demuestra. En los colegios más desfavorecidos de la provincia puso en marcha su sistema de cálculo y en las pruebas que se hicieron contra los colegios más pudientes los chavales de familias más humildes ganaban por goleada. Les habían enseñado a pensar.

Al igual que ha sucedido con el sistema sanitario, el sistema educativo ha naufragado con la crisis del virus. Tras años de digitalización, de dinero mál invertido en los cursos obligatorios mal dirigidos del CEP sobre digitalización, llegó el viernes 13 de marzo y se les dijo a los profesores que mandaran a los chicos a sus casas con tarea para 15 días.

A esas alturas se sabía que esto no duraría quince días. Y el sistema no estaba preparado para realizar una educación a distancia. “El problema no era tanto de los chavales, sino más bien que nosotros, los profesores. No manejábamos las herramientas para llevar a cabo esa educación. Pero en esos quince días el profesorado, desde su casa, se empolló todos los sistemas. El Google Classroom, el Moodle, el Zoom, grupos de whatsapp... A los quince días el profesorado estaba listo para terminar el curso y los chicos también. No a la manera clásica, claro. Nada puede sustituir treinta horas semanales de clases presenciales, pero se establecieron métodos y los alumnos los seguían para mantener un entrenamiento mental en las ocho semanas, que es en realidad lo que nos quedaba, para acabar los cursos”, explica Nicolás Montero, director del IES Fernando Aguilar Quignon, con mil alumnos. De todos ellos, sólo quince no tenían los medios domésticos para seguir la metodología en casa. Se buscó la fórmula para solucionarlo en relativamente poco tiempo. El sistema educativo falló, pero los profesores no fallaron.

Lo que se ha dado en llamar la brecha digital ha sido una pantalla para ocultar otras carencias. Jaime Martínez habla de que la única brecha es una brecha social. En un colegio de Cádiz de Primaria, como es el Santa Teresa, en la Viña, que atiende a una población mayoritaria de clase media baja por el lugar en el que está situado, sólo tres alumnos de cerca de 150 no contaban con los mínimos medios para poder comunicarse con su profesorado. Hay zonas más desestructuradas en Cádiz, como son los colegios del conocido como el Cordón de la Bahía. De todos ellos, el de familias con menos recursos es el Juan Carlos Aragón, el antiguo Andalucía. El problema ahí no ha sido la digitalización, sino las familias (pocas) que no respondían. Pero ese problema ya existía en la educación presencial. Para quienes respondían se han buscado los medios para que los chavales no quedaran descolgados. Una vez más, imaginación.

En los próximos días la delegación de Educación va a dotar de tabletas al alumnado que carezca de medios. Pero se sabe que ese no es el problema. Los aparatos no son el problema. Casi todos los ayuntamientos han articulado fórmulas para conectar al profesorado y al alumnado. El Ayuntamiento de Sanlúcar, por ejemplo, imprime las tareas que envían los centros y luego los distribuye a los chicos a través de la policía local. Pero si la familia no colabora, hay poco que hacer. En los centros cuentan historias espeluznantes que desmoralizan. Chicos que, por sí mismos, por sus capacidades, tendrían todas las oportunidades, no tienen prácticamente ninguna por su raíz social. Eso tampoco tiene que ver con los aparatos que haya en casa.

Me llama una madre y me dice, oye, que yo soy su madre, no la maestra"

“Me llama una madre y me dice oiga, que yo soy la madre, no soy la maestra. Pues este mes nos tienes que ayudar, vas a tener que ser la maestra. Y yo no quiero tareas, es lo que menos me interesa, quiero que los niños sigan mental y emocionalmente vivos cuando lleguen en septiembre. Son meses sin estar en el parque con sus amigos, quiero que jueguen con sus padres, que bailen, que escriban cuentos”. Habla Isabel, directora del colegio de San Rafael, que este año es un cohete espacial y el pasado fue un castillo medieval. Esta crisis ha tenido algo de enriquecedora. “Yo he puesto cara a madres a las que no había visto nunca porque había niños a los que criaban las abuelas. Ahora los niños echan de menos a las abuelas. Hemos aprendido todos y hemos sabido mucho más de nuestros niños. A algunos padres hemos tenido que darles instrucciones para crearse correos electrónicos, ayudados casi siempre por sus hijos. Y no es que no tuvieran su facebook o su instagram. Los tenían, casi todos los tenían. Pero era un uso social. Ahora han descubierto otro uso práctico de esas redes. Un uso en el que podían apoyar a sus hijos. Hemos descubierto todas las formas de comunicarnos. Quien no tenía ordenador o una tablet, tenía una PS4 y podemos hablar con los chicos a través de la Play Station. Y Play Station tienen casi todos”. A veces para que no molesten.

EnSan Rafael, ayer, un grupo de profesores voluntarios hacía lotes de libros para que Protección Civil los lleve a las casas de los niños de Infantil, Primero ySsegundo, “porque es con los libros es con lo que ellos se manejan”.Hay otros lotes para niños de cursos más avanzados que no cuentan con fluidez digital. Todos están atendidos. En este colegio los docentes trabajan todoe l día pegados al ordenador. En un colegio tan familiar, tan de barrio, se responde a preguntas todo el día. “¿Leer, ver una serie? Si apenas tengo tiempo para preparar la comida”, bromea Isabel.

Aquí las conexiones son muy cercanas, humanas. “El propietario de un supermercado del barrio nos dijo que,como casi todas las madres del colegio compraban allí, que dejáramos el material escolar y ellos lo distribuían”.

Manuel García Sedeño, durante muchos años decano de Ciencias de la Educación y actual vicerrector de la UCA, lleva ya años escuchando hablar de la brecha digital, pero recuerda que apenas hay estudios que avalen que esta brecha sea muy diferente a la que ya existía con anterioridad.

“La alarma estalló en torno a la amenaza de la brecha digital, desplegándose desde la versión más simple, dicotómica y referida tan solo al acceso, hacia otras más complejas y ponderadas, en particular hacia la idea de una brecha secundaria, en el uso o, más exactamente, en la calidad de ese uso. La institución no podía sino alarmarse ante la brecha primaria, de carácter económico y en principio fuera de su alcance, pero tampoco podía dejar de sentirse llamada ante la brecha secundaria, de carácter cultural y dentro de su jurisdicción”, explica Mariano Fernández Enguita, catedrático de Sociología, en su estudio sobre la brecha digital. Allí demuestra que ya somos una sociedad digital. Otra cosa muy diferente es el uso que hacemos de esos medios digitales. Y en ese uso está la brecha.

Desde hace mucho tiempo se habló de que la digitalización ya estaba aquí. Se dotó a los centros de pantallas digitales, se crearon centros TIC en algunos de los pueblos más pobres de la Sierra gaditana, se entregaron ordenadores a los chavales que hoy no sirven de nada, pero no se pensó en una intercomunicación más fluida fuera del horario escolar, algo que hace tiempo funciona como algo muy habitual en los países mejor valorados por el estudio de la OCDE donde siempre quedamos tan mal.

“Este mes de confinamiento ha supuesto un enorme avance”, reconoce Nicolás Montero. Los institutos ayer recibieron la noticia de que todo se encamina, como en Italia, hacia un aprobado general. Montero está en desacuerdo. Cree que había conocimiento suficiente entre el profesorado para la evaluación. “El 60% del curso estaba dado y el que iba de cero en cero no iba a mejorar en el último trimestre y el que llevaba un buen curso no se iba a hundir. Estábamos preparados para ello. En muy poco tiempo nos habíamos preparado, los alumnos responden, quienes no responden son losq ue tampoco respondían en clase”.

Ahora los docentes se enfrentan a lo que puede ser un curso perdido. Algo para lo que el sistema no estaba preparado. Pero ellos sí. Y los alumnos también. La brecha no es digital. Es otra brecha.

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