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Provincia de Cádiz

¿Jubilarme? No, gracias

  • Un médico, un profesor y un abogado, los tres por vocación, explican por qué optaron por continuar trabajando cuando pudieron dejar de hacerlo

Fue en 1997. José Luis Suárez Villar acababa de intervenir en un acto organizado por el Colegio de Abogados de Cádiz. Hay ahí un señor que dice que fue profesor suyo y que quiere pasar a saludarlo, le anunciaron. Era don Antonio Bernal, que le había dado clase en el colegio San Felipe Neri. No lo había visto desde entonces. Tras los saludos de rigor, y la enhorabuena por la conferencia, el profesor sacó un viejo papel y se lo entregó al letrado. Lo tenía guardado en mi casa de Cádiz y he pensado que le gustaría verlo, explicó el hombre. Se trataba de una ficha que los alumnos de primero de Bachiller habían elaborado a petición del profesor, de Bernal. Les dijo: escribid vuestro nombre y apellidos, dirección, teléfono (el que lo tenga) y, debajo, lo que cada uno quiere estudiar tras el Bachiller. Suárez Villar recordaba perfectamente lo que había escrito cincuenta años antes. Efectivamente, leyó la fichita, el amarillento papel que regresaba de los lejanos cuarenta, y allí estaba expresada con tino su temprana vocación: abogado.

A Suárez Villar, Luis Lapie y Manuel Bustos, abogado, médico y profesor, les une esa especial relación con su trabajo. Son vocacionales. Y los tres coinciden en haber optado por continuar trabajando cuando pudieron jubilarse. La semana pasada, con los ecos de una posible vuelta de la jubilación obligatoria, explicaron a este periódico qué les llevó a dar un paso a la contra, qué les empujó a seguir siendo trabajadores en un país en el que una inmensa mayoría, cuando llega la hora, celebra no tener que volver al curro.

Luis Lapie, de 75 años de edad, dirige en Jerez una clínica especializada en alergias y en trastornos del sueño. “Sí, soy médico por vocación; desde chico. Soy de Arroyo de San Serván, un pequeño pueblo de Badajoz. Cuando era pequeño, yo siempre era el médico cuando jugábamos. A mí me ha gustado esto de toda la vida, desde siempre. No por familia, aunque un hermano de mi abuelo era médico. Pero ni lo conocí”.

“Cuando cumplí los 65 años, me jubilé en la Seguridad Social como médico de familia (37 años en Arcos) y me dijo mi mujer (que ha fallecido): ahora, a traspasar la clínica. Digo: no. Vamos a ver, ¿yo qué hago en casa? No soy aficionado a la caza, ni a la pesca; me encanta viajar, pero no voy a estar todos los días viajando. ¿Qué hago, me levanto a las nueve en lugar de a las siete y me siento en el salón y que vengan a limpiar y me digan: quítese usted de aquí? Sería un estorbo, no sabría dónde acomodarme. Solución: me vengo a mi clínica; soy especialista en alergias y en trastornos del sueño, tengo una unidad del sueño aquí en la clínica, analizo el sueño de la noche anterior a la mañana siguiente; eso me lleva unas dos horas o dos horas y media, y el resto del tiempo me dedico a leer, que no tenía tiempo antes en la Seguridad Social porque era ir corriendo de un lado para otro”.

“Ahora estoy aprendiendo Medicina, porque es cuando tengo tiempo para decir: voy a recordar qué pasaba con la pancreatitis, por poner un ejemplo; y leo sobre las novedades, qué nuevos fármacos han salido para esa patología; en fin, que estoy rememorizando muchísimos temas. Con lo cual, me estoy poniendo un poquito al día en todas las patologías. Y, por supuesto, en alergias y en los sueños, que es lo que más me gusta a mí”.

Para mí no supone un trabajo, es un hobby. Yo veo pacientes continuamente y por la tarde tengo la consulta de alergias y por la noche hago los sueños. Ese es mi plan diario”.

“Vine a vivir a Jerez porque soy muy friolero. En Extremadura hace un frío en invierno horroroso. Opté por buscar la provincia en la que hiciese menos frío. Y así me instalé en Cádiz”.

“Ya tenía la clínica antes de jubilarme como médico de familia. Por la mañana trabajaba en Arcos y por la tarde tenía consulta en Jerez”.

“Soy el único que ejerce con el título de especialista en trastornos del sueño en la provincia de Cádiz. Yo hago todas las patologías del sueño, no sólo las apneas obstructivas, que las hacen aquí en Cádiz los neumólogos. Yo hago todo: las apneas centrales, mixtas, narcolepsia, síndrome de pierna inquieta, todos los terrores nocturnos, la fantasmagoría, la muerte súbita lactante... Hay más de cien patologías de trastornos del sueño”.

Me quedan quince años de trabajo. Hasta los 90. Me encuentro muy bien, no tengo ninguna patología de ningún tipo, no sé lo que es tomar una medicina, no he estado como paciente nunca en un hospital. Todos los años hago el Camino de Santiago. Para envejecer más tarde tiene uno que tener actividad física y psíquica. Un ejercicio continuado y una continua actualización de la mente te hace viejo, pero más tarde. Esa es mi filosofía”.

José Luis Suárez Villar, de 80 años, ejerce la abogacía en Cádiz y es un letrado muy conocido en la ciudad. “Decidí seguir trabajando por varias razones. Primero, porque el Derecho, la abogacía, es una carrera eminentemente vocacional y yo he tenido siempre vocación desde que llevaba pantalón corto, desde la infancia. Yo quería ser abogado y tenía mucha ilusión por serlo y me encuentro muy a gusto en mi profesión. Segundo, porque tiene una labor social, que creo que la desarrollo en el ejercicio de la abogacía. Y tercero, porque me encuentro en buenas condiciones. Si yo me encontrara ligeramente cambembo, me iría. Es más, a veces me dicen: José Luis, tú ya tienes que estar cerca de los setenta. ¿Setenta? Cumplo ochenta el mes que viene. Por Dios, qué bien estás. ¿Y hasta cuándo vas a seguir? Y siempre digo: ¿lo he hecho tan mal? No, qué va, lo has hecho estupendamente. ¿Pero hasta cuándo vas a seguir? Oye, que yo, de corazón, te autorizo a que si alguna vez me ves que meto la pata en algo, que se ve palmariamente que no estoy en condiciones, me das un campanillazo y me dices: no vuelvas más. Y no vuelvo más. Y además, si no quieres ser cruel de decírmelo a mí, pues se lo dices a uno de mis hijos: dile a tu padre que se dedique ya a regar las macetas en el campo. Y me voy tan tranquilo. Pero mientras me encuentre bien, creo que es una manera más de mantenerse bien”.

“Yo le tenía mucho cariño a un marianista, el padre Vicente López Uralde. Con noventa y tantos años, otro marianista le dijo un día: y usted, padre, cómo todavía con la edad que tiene, baja a la iglesia, está en el confesionario horas y horas, se ocupa de la capellanía... ¿Por qué no se jubila? Y el padre Vicente respondió: porque jubilarte y dejar de hacer es empezar a morir. Y yo eso me lo apunté bien. La verdad, no tengo ningún interés en morirme”.

“No me veo jubilado. En mi descargo puedo decir que compañeros míos que se han dedicado a otras actividades, estaban locos por jubilarse pero a la semana ya estaban contrariados por estar jubilados”.

“En estas carreras liberales, además, se da que como no has tenido un jefe por encima, pues has sido tu propio jefe, has ejercido tu profesión a tu gusto, con tus horarios; eso te mantiene liberado toda tu vida. Claro, el que ficha a las ocho de la mañana todos los días, pues está loco por no tener que fichar”.

“Yo me resisto a estar en casa viendo la televisión. O haciéndole mandados a mi mujer. O dando paseos. Me resisto a estar inactivo”.

“Siempre me ha hecho ilusión ponerme la toga y entrar en juicio. Me encuentro a gusto, cómodo. Mi maestro, don José Antonio Pérez, no se jubiló: se murió con 92 o 93 años y unos días antes había estado en un juicio conmigo. En nuestra época, la pasantía era importante y entonces uno se fijaba mucho en el camino seguido por su maestro. Y mi maestro se murió con las botas puestas”.

“Pienso seguir hasta que el cuerpo aguante. Me encuentro francamente bien y y me da pena retirarme. No sé hacer otra cosa mejor. Porque me dice la gente: viaja. Hombre, que tampoco soy Marco Polo... Pues lee. Pero no voy a estar todo el día leyendo. Pues escucha música. Ya tengo todo el día puesta o una zarzuela o música clásica. Nada. A mí, la variedad de un despacho, con asuntos diversos, me mantiene vivo”.

Manuel Bustos, de 68 años de edad, es catedrático de Historia Moderna en la Universidad de Cádiz. “Afortunadamente nuestra profesión no es de trabajo físico, es un trabajo fundamentalmente de intelecto, tanto para la investigación como para la docencia, lo que prima es la cabeza. Yo, gracias a Dios, intelectualmente me siento bien. Y normalmente, el trabajo intelectual es como los vinos; cuando pasa el tiempo, ganas en lucidez; la experiencia profesional, las lecturas, la experiencia de la vida, todo eso te va clarificando las ideas y la visión que tienes incluso de tu propia materia. Es un beneficio para las propios alumnos. Esa experiencia que el profesor joven no tiene, aunque pueda ser más vivaz en sus explicaciones, sin embargo, el profesor que tiene una cierta edad, como es mi caso, quizá lo pueda hacer mejor”.

“Por otro lado, por el laboral, la tendencia es restringir contratos; quienes van dejando la plaza porque se jubilan, esas plazas no se suelen amortizar. Por lo menos es la experiencia que yo tengo”.

“Es un tema vocacional también. Yo siempre me replanteo mucho en la vida lo que he hecho, si habré hecho lo que debía hacer, si era esa mi vocación, si era mi proyecto de vida... En otras cosas, no, pero en esto siempre me he reconfirmado en que esta es mi vocación”.

“La Historia, la investigación y la docencia siempre me han interesado. Con los años que han pasado, mi vocación no se ha apagado. Puede parecer una boutade, pero es cierto: cuando llego a clase es casi como el primer día, me sigo poniendo nervioso cuando me pongo delante de un público, siempre tengo la duda de si les daré las claves necesarias para comprender el tema que estoy explicando. Todavía me sigue entusiasmando”.

“Y luego, yo soy una persona religiosa, de fe, y en mí hay una idea de darme a los demás. ¿Y qué puedo dar a los demás, qué puedo aportar yo? Los conocimientos que tengo, clarificar de alguna manera el pasado para que la gente pueda conocer ese pasado mejor y tomar unas decisiones en su vida más acordes con lo que es la realidad del ser humano. Sigo considerando que, al fin y al cabo, la Historia es maestra de la vida. Porque te enseña sobre el ser humano”.

“Esta profesión tiene otra ventaja: que te jubilas de dar clases pero luego te llaman para dar conferencias, puedes seguir con la investigación, tienes tarea si quieres planteártelo”.

“Me dicen: hombre, ¿cómo estás aún trabajando? Jubílate, si no merece la pena. Más que estímulos, lo que recibo son desestímulos, si se puede usar esa expresión”.

“Pero yo no me veo yendo al supermercado por la mañana. Iré al supermercado, como voy a veces con mi mujer, por la tarde. Si tengo salud, si Dios quiere, pues seguiré con las conferencias, los congresos, escribiendo algún libro...”.

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