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La cura a un campo sin sangre

El cultivo de olivar en la Sierra de Cádiz o, incluso, en Jaén, no tendrán espacio cuando la cosecha de intensivo se normalice. El cultivo de olivar en la Sierra de Cádiz o, incluso, en Jaén, no tendrán espacio cuando la cosecha de intensivo se normalice.

El cultivo de olivar en la Sierra de Cádiz o, incluso, en Jaén, no tendrán espacio cuando la cosecha de intensivo se normalice. / Efe

Escrito por

· Pilar Vera

Redactora

Como cualquiera que tenga ojos en la cara puede ver, la mayor parte de los agricultores no van a volver a soplar las velas de los 50. Los datos, de hecho, sitúan su edad media en 61 años y cuatro meses. El músculo del sector ha ido, consecuentemente, menguando: lo que una vez fue población de la colonización agraria, ahora no llega al 1%, “y estará obsoleta en 5 o 10 años”, apunta el ingeniero agrícola, Jesús Parra. Desde la Cooperativa de Aceite Nuestra Señora del Rosario, en Algodonales, Juan Herrera entiende el abandono generacional: “Para llevar una casa se necesitan una ingresos medianamente estables. Si yo no tuviese mi trabajo en el ayuntamiento este año, por ejemplo, no habría podido hacer nada. En la última campaña habré cogido unos 7.000 kilos de aceitunas: más del 50% lo he dado en sueldos. Y es que, tengas mucha o poca cosecha, los gastos son los mismos. Yo, porque saco de lo mío parar echarlo al campo, pero no todo el mundo puede hacerlo. Además, el mundo cambia: nuestros mayores subsistían con lo que daba el campo, ahora hay otras necesidades”.

Miguel es un mirlo blanco. Un joven. Tiene 37 años y lleva la producción de Aceites Adriana, en Puerto Serrano. No tiene amigos de su edad que se dediquen al campo como negocio. Tras pasar por Alemania como emigrante, su padre (Miguel Mellado) ahorró para comprar una finca olivarera en el paraje de Monforte. Miguel tiene otros dos hermanos, pero él es el que más apegado ha estado siempre a la figura paternal, “así que continuar se planteó como algo natural. Pero cambié cosas”, dice. Creó una marca y la producción decidió no llevarla a una cooperativa, sino vender él mismo el aceite: “Mi padre al principio era reacio, y yo también sentía un montón de presión: si te equivocas, te ha estado diciendo que no alguien que lleva toda la vista en esto –confiesa–. Pero fue viendo los resultados y cada vez me ha apoyado más, lo mismo, con la maquinaria. La intención era levantar un poco la cabeza y quedarnos con el 100%, que no se quedara en intermediarios”.

Aparte de muchísimo trabajo, concede, es muy difícil que el malabarismo cuadre. Para Miguel, lo principal para dedicarse al agro es la “psicología”. No perder la perspectiva ni la estabilidad mental. El campo es un continuo de sustos: “Tengo un conocido que se ha gastado un dineral en trigo, y tiene pérdidas, y está trabajando por cuenta ajena para poder taparlas”. Como Juan Herrera, Miguel también se dedica a otro trabajo para poder echarle dinero al campo. Pero el ahogo es importante. El año pasado, por ejemplo, tuvo un blankazo: “Me tiré dos meses sin venir a la finca porque no era capaz de entrar”. Volvió para recolectar, “porque no quedaba otra”, y decidió intentarlo de nuevo.

La meta era sacar una cosecha doble, que paliara la del año pasado: pero este año también viene malo. De los ciento y pico mil kilos que recogían hace años, esta última campaña pillaron 40.000, poniendo lo mismo en seguridad social y, en gastos, más del doble: “Si me ahogo, imagino que lo dejaré”. Adriana se llama así por su hija, pero de tener una continuidad, Miguel apuesta por el niño. Como le ocurría a él mismo, “tiene cuatro añitos y ve esto y se vuelve loco”.

“La política agraria europea busca la reducción del número de explotaciones –ilumina Jesús Parra–. Que tengas una agricultura más competitiva significa que tienes que producir más: eso supone un cambio de escala, fincas más grandes. El censo muestra que, en la última década, se ha dado un desplome de las explotaciones pequeñas. Un ejemplo paradigmático es que los Domecq hayan vendido la finca de Medina porque no podían con ella, incluso orientada al turismo”.

Decía un corredor de fincas de Sevilla que la reforma agraria se hace en la cama: en el reparto de una tierra entre los respectivos hijos. En este sentido, el campo corre la misma suerte que cualquier otro negocio: lo normal es que haya un cambio. Pero a eso se añade el escenario de desplome e incertidumbre que vive el sector.

Jesús Parra: "Tienes 75 años, tus hijos no quieren campo, los costes son cada vez peores y la burocracia te tiene frito, ¿qué haces?"

Para Jesús Parra, un momento crítico fue cuando se abandonó la transferencia comunitaria del sector europeo, que estipulaba que la UE se tenía que nutrir preferentemente de producción europea. Y ahí entró la moneda de cambio con otros países: Marruecos, Mercosur... El escenario que siguió no sólo no les sorprenderá, sino que lo conocemos bien: caída de precios, incremento de costes, cadena burocrática desmesurada. La mecánica ha terminado desembocando en situaciones como la de Holanda, donde los agricultores han llegado a fundar un partido propio –que ha ganado las elecciones provinciales–.

Esta agricultura abierta al mundo, agricultura 4.0, es en gran medida –entiende Parra– una “agricultura sin agricultores”. Así, empiezan a aparecer nuevos operadores: los fondos de inversión (interesados sobre todo en megaproducción de regadío o placas solares) y los grandes operadores agrarios, que lo que hacen es arrendar y poner las tierras en producción.“Son empresas que gestionan 3.000 hectáreas en Brasil, 5.000 en Argentina... las escalas son así. De hecho, por eso ahora mismo en el campo se piden ingenieros: no agricultores”.

Esas autorizaciones de riego que están dando para leñoso superintensivo... Esas inversiones las están haciendo grupos a los que les da igual el territorio –corrobora Juan–. Cuando amorticen la finca, la dejarán o tirarán de otro tipo de cultivo”.

“La políticas agrarias van cambiado –dice otra voz–. Y, o te adaptas al mercado, o estás muerto. El mercado no lo controlas tú, que eres un mero proveedor, sino el mercado, con unos consumidores que están dispuestos a pagar un cierto precio”. Y es, desde luego, un modelo extractivista, “aunque haya muchos grises entre este planteamiento y las empresas familiares. Pero ya están aquí y han venido para quedarse”, asegura Parra.

La realidad es esta: un envejecimiento general del sector, una situación burocrática y de política agrícola común disparada, fondos de inversión que van a lo grande. “Tú tienes 75 años, tus hijos no quieren campo, los costes son cada vez más complicados y la burocracia te tiene frito: ¿Qué vas a hacer?”, añade el agrónomo.

“El campo no es rentable ahora mismo –remacha Ana, técnico agrícola en la Sierra–. Hay baja producción debido a la climatología, menos ingresos, y a la juventud lo que le interesa es tener un sueldo fijo y estable, y el campo lo ven como algo secundario”.

Las pequeñas explotaciones también permiten, a coste cero, el mantenimiento del bosque mediterráneo. Las pequeñas explotaciones también permiten, a coste cero, el mantenimiento del bosque mediterráneo.

Las pequeñas explotaciones también permiten, a coste cero, el mantenimiento del bosque mediterráneo. / Efe

“Las personas mayores –asegura Ana– se resisten a delegar e hijos y nietos se van fuera. Se está dando una gran despoblación de las zonas rurales: las nuevas generaciones se van a campañas de recolección de fuera o a la construcción en la costa. Además, la contratación en la zona es bastante complicada: tienes que acordar con un año de antelación pero claro, luego llega el momento y lo mismo no están”.

Para ella, una forma de solucionar esto sería “formar a los jóvenes, desde los institutos, en los cultivos de la zona, cómo se poda, cómo se limpia, cómo se cuida, con una formación dual, trabajando a la vez en la finca con cooperativas de trabajo asociado, y que vayan cogiendo fincas de señores mayores y las gestionen en conjunto. Eso los involucraría más en la zona. Hay que fomentar que los jóvenes intenten estar en la comarca y no se vayan”. Cooperativas como Oleand, en Cazalla, siguen este camino. “De todas maneras –apunta– no deja de ser un parche, porque luego los chavales pueden soltar la finca y no hay relevo”.

Tirando por lo bajo, una hectárea de secano supone un mínimo de inversión de 10.000 euros, en regadío puede ser el doble. Más la maquinaría, con lo que una hectárea en propiedad supera los 30.000 euros fijos, así que, “mucha de la gente joven que se incorpora al campo lo hace por el apoyo importante de su familia pero el gran problema que hay es financiero. Eso sí, a gran escala, uno puede tener superávit todos los años”.

Miguel Mellado, en las instalaciones de su explotación en Puerto Serrano. Miguel Mellado, en las instalaciones de su explotación en Puerto Serrano.

Miguel Mellado, en las instalaciones de su explotación en Puerto Serrano. / F.C.

De modo que la aglomeración de las pequeñas propiedades está cantada, “como pasa en la banca, que antes había un montón de bancos pequeños, como pasa en todo –prosigue otra fuente–. Tanto las subvenciones como la facturación en el campo han decrecido una barbaridad. Si no tienes una explotación enorme es ruina. El margen es mucho menor que hace 15-30 años”.

Las pequeñas parcelas que en su día se quedaron sin la subvención de la PAC no tienen nada para defenderse, ni los 500 euros para que alguien te tractoree o desbroce –desarrolla Ana–. Obligan a una producción mínima, y con toda la burocracia, lo que han hecho es que la gente abandone, que es lo contrario de lo que deberían hacer” . “La gente tiene miedo hasta de que la multen por pasar el rastrillo”, confirma Juan.

El error garrafal, indican tanto Parra como Juan Herrera, es que se ha vendido la “moto de la UE como una política agraria única, sin complementarse con políticas propias”. Países como Francia o Estados Unidos han establecido dos canales económicos y de distribución distintos –también a nivel administrativo–; para producción macro y exportación global y para producción familiar, y para consumo de cercanía. “Y las pequeñas explotaciones gozan de canales de consumo propios, normativas fiscales y de contratación laboral diferentes –continúa Jesús Parra–. Aparte de la PAC, se nutren con fondos propios. Pero aquí, desde los años 80 hasta ahora, no se ha hecho nada al respecto: no se ha generado la infraestructura, ni los canales comerciales, ni una cultura y un entorno público y privado que haga que funcione. Ya desde hace mucho tiempo decimos que la de Agricultura es la consejería de Almería y afines: frutos rojos, aceite y tropical. En el resto, nada”. Y eso que incluso desde lo municipal –con los supermercados, por ejemplo– se podrían hacer, o haber hecho muchas cosas. “Yo no me puedo creer que no se haya formado en Andalucía una cooperativa de consumo a nivel andaluz, porque eso necesita una inversión importante, cámaras frigoríficas, camiones... que no puede asumir el capital comunitario, tendría que ser público”.

En la predicción por zonas, Sanlúcar y Conil están en riesgo; el marco se mantiene mientras que la Sierra se apaga.

La predicción de Parra, si todo continúa como hasta ahora, es que la próxima década La Janda vivirá del turismo cercano, el marco de Jerez se mantendrá fuerte por cuestión prestigio, los regadíos quedarán en manos de grupos y las fincas extensivas volverán a ser grandes latifundios, mientras que las fincas pequeñas quedarán para nostálgicos, que lo mismo “contratan servicios de mantenimiento para los trabajos más duros”. Las zonas hortícolas de Sanlúcar y Conil están en riesgo por el “acuerdo tácito entre la UE y Marruecos”; mientras que la Sierra está “sentenciada: son pueblos pequeños, con población envejecida, en zonas de montaña y de salida productiva complicada”.

“Lo que te dice entre líneas la famosa Agenda 2030 –continúa– es que se potenciará la tecnología en las zonas de regadío y la inversión en espacios naturales. Habrá menor necesidad de mano de obra cercana y, la que se traiga, será de Marruecos. Todos contentos. La viña se mantiene y la ganadería nos la quitamos que es un lío”.

La botella de aceite de oliva está ya a seis euros y medio. Pero es que la de girasol también ha subido al doble: “Ambos precios están asociados –confirman en el sector–. Llevamos dos campañas malas pero pero es que, cuando haya una cosecha normal porque el clima lo permita, la producción se va a duplicar, incluso por encima de lo que se está produciendo ahora. Habrá una sobreproducción de la mano el intensivo y los precios van a bajar a lo bestia”. Pero esa bajada de precios no será gratis: cuando esté a 2,5 euros, ni el olivar de Jaén ni el de montaña van a poder competir. Y el consumidor podrá tener muy buenas intenciones, pero también tiene monedero. 

“La diferenciación de los aceites es muy importante –añade Juan Herrera–. El aceite superintensivo nunca va a ser igual que el de un olivar tradicional, que tiene una intensidad distinta. Hay que diferenciarlo y protegerlo, involucrando a todo el mundo, sector privado, cooperativas y gobierno. Hay que explicar al ministro la situación real, porque los agricultores no estamos en las oficinas. De los 750 socios que nosotros tenemos en la cooperativa, el 90% son pequeñitos, pero contribuyen a generar peonadas, a que se fije población y a cuidar el territorio, conservando el bosque mediterráneo a coste cero”.

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