La batalla de las memorias
Ley de memoria democrática
La polémica por el cambio de nombre del puente de Cádiz para rebautizarlo como Rafael Alberti reabre por enésima vez la disputa por el relato político de la Historia
Es un autobús de transporte escolar de un colegio privado de la provincia de Cádiz con chavales muy bulliciosos. En un momento dado los más mayores, los de catorce y quince años, empiezan a entonar el Cara al Sol. Los más pequeños se suman leyendo un papel en el que tienen apuntada la letra. La profesora nativa de inglés que les acompaña se sorprende. Cuando vino a España hace más de veinte años se esperaba un país atrasado, el de los clichés, donde venían los ingleses a buscar bebida barata. Pero qué va, se encontró un país moderno y divertido. Quizá la Semana Santa le produjo cierta impresión cuando veía a a sus alumnos disfrazados de señores de cuarenta años y, aún así, le conmovía el espectáculo de las vírgenes en la calle. Para ella, el Cara al Sol era esa canción que obligaban a cantar en los colegios con el brazo levantado antes de iniciarse las clases durante el franquismo. Eso le habían contado. Para los chicos cantarlo es una especie de provocación. Se ha viralizado, ha saltado de colegio en colegio.
El origen de la canción, según relata Agustín de Foxá en su novela Madrid, de corte a checa, se encuentra en el sótano del Café Lion de la calle Alcalá de Madrid, conocido como La Ballena Alegre por el dibujo de un cetáceo sonriente en la pared. Allí el fundador de Falange y diputado por Cádiz, José Antonio Primo de Rivera, reúne a su escuadrón de poetas y dice que no se mueve nadie hasta que no salga la letra del himno de su movimiento político, una mezcla de la ideología de moda, el fascismo, y los pensamientos del Ortega y Gasset de la España invertebrada.
Están, entre otros, el propio Foxá, Rafael Sánchez Mazas y Dionisio Ridruejo. A cada uno se le atribuye alguna estrofa de un himno que, como todo himno, en el fondo no dice nada. Son hijos de buenas familias hablando de muerte, camaradería y el regreso a supuestos tiempos gloriosos. Ninguno de ellos acabaría siendo un entusiasta franquista ni suscribirían en el futuro la letra que ellos mismos crearon. En palabras de Churchill, el régimen de Franco convirtió España en un cuartel. Y eso tenía poco que ver con lo que ellos pensaban.
Foxá, de origen aristocrático y que provenía de los cenáculos de las vanguardias, se sumó al entusiasmo juvenil de los falangistas y acabó en el bando de los sublevados para después seguir una carrera diplomática tratando por todos los medios de evitar “el puesto que tengo allí”. Era más dado a la buena vida que a la política, aunque “siendo gordo, conde y fumando puros cómo no voy a ser de derechas”. Por su parte, Sánchez Mazas acabó autoexiliado en Coria sin querer saber mucho del franquismo, del que fue fugaz ministro. Maniobró para conmutar la pena de muerte al poeta Miguel Hernández. Hoy en día se le recuerda por ser el protagonista de la novela de Javier Cercas Soldados de Salamina.
Por último, el caso de Ridruejo es el más conocido. Tras ser un arrojado anticomunista como soldado raso en la División Azul, tuvo los arrestos de enviarle una carta a Franco diciendo que no iba por buen camino, lo que le costó un exilio en Ronda, y acabó sus días -sólo unos meses antes de acabarlos Franco, al que detestaba- clamando por una democracia y convencido de que José Antonio hubiera pensado como él. Nunca se sabrá porque José Antonio fue fusilado en noviembre de 1936. Socialistas (Indalecio Prieto), comunistas (María Teresa León, la primera mujer de Alberti) y anarquistas (Buenaventura Durruti) consideraron aquello una insensatez y lamentaron la pérdida del líder de la Falange.
La planta superior de la Ballena Alegre era el punto de encuentro de la tertulia Cruz y Raya, creada por José Bergamín, y a la que asistían Lorca, Cernuda, Alberti o el torero Sánchez Mejías. Unos y otros se cruzaban, se conocían y algunos de ellos se apreciaban. Circula incluso la leyenda de que José Antonio y Lorca eran buenos amigos. No hay constancia documental de ello, pero sí la hay del respeto intelectual que José Antonio tenía por Lorca. Ian Gibson, en su biografía del poeta granadino, incluye el pasaje en el que José Antonio se encuentra con Lorca en una de las giras de su teatro ambulante La Barraca y le escribe una nota: “Federico, ¿no crees que con tus monos azules -que era como vestía el poeta en La Barraca- y nuestras camisas azules se podría hacer una España mejor?” Lorca fue fusilado en agosto del 36 en Granada, lo que supondría un tormento de por vida para su gran amigo, el poeta falangista Luis Rosales, por no haberlo podido impedir.
Todos los nombres que aparecen aquí estaban en la ‘batalla cultural’ de la época -aunque entonces no se llamaba así- y, a su manera, contribuyeron sin pretenderlo al baño de sangre que se avecinaba. Mientras los intelectuales inventaban himnos, las calles se llenaban de pistoleros. En el documental General Modesto: memoria de un perdedor, producido por la Diputación de Cádiz, dice el historiador Enrique Líster, hijo del que sería uno de los mandos del ejército republicano, que “desde principios de los 30 existía verdadera violencia en la política española. Y, cuidado, era de un lado y de otro, no vamos a decir que unos eran angelitos y otros demonios”.
La batalla cultural
El poeta y columnista Enrique García Maiquez se hacía eco en estas páginas de la última polémica por los cambios de nombres siguiendo la Ley de Memoria Histórica. El puente Carranza de Cádiz pasará a llamarse puente Rafael Alberti por decisión del ministerio de Transporte. El enfoque de García Maiquez era distinto al de los argumentos esgrimidos hasta el momento por unos y otros. Según la ley, no hay duda que el alcalde que le daba nombre al puente, José León de Carranza, actuó en 1936 como un golpista. Pero según los defensores de mantener el nombre, éste se había construido más de treinta años después y, si se había hecho, había sido gracias al empeño del alcalde León de Carranza, no del golpista León de Carranza. Pero a Maiquez, que mostraba respeto y cariño por la figura de Alberti, lo que le llamaba la atención era el silencio del Partido Popular. Decía: “Ha renunciado a la batalla cultural”.
Y es cierto, el PP piensa que no se le ha perdido nada en esa ‘batalla’, alimentada por motivos electorales tanto por Vox como por Pedro Sánchez, en un intento fallido de encarnar la tercera España en la que la mayoría de los españoles se sienten más cómodos. El problema es que no cuenta con cuadros con talento para hacerlo. Cuando el concejal popular de Cádiz José Manuel Cossi apoyó que el estadio del equipo no volviera a llamarse Carranza fue llamado a capítulo. De esas cosas nosotros no hablamos, se le dijo.
Vox ha hecho suyo un término, el de la batalla cultural, que acuñó el comunista italiano Antonio Gramsci y que defendía que el poder no sólo se ejerce a través de la fuerza, sino también mediante la cultura, la educación, la religión, los medios de comunicación… En esa batalla, en la que habría que incluir hoy las redes sociales, es innegable que Vox está logrando éxito si uno se fija en los resultados de las encuestas por segmentos de edad: entre jóvenes de 18 y 25 años arrrasa. Eso no se consigue con un discurso de superioridad moral. Se consigue con dinero y estrategias. Y una cosa y otra soplan a favor en toda Europa.
El puente y la Ley
En el caso del puente se ha dado el caso de que la viuda de Alberti, Asunción Mateo, piensa que su marido nunca hubiera querido una confrontación por semejante motivo y veía bien que el puente siguiera llamándose Carranza. Por su parte, la hija del poeta consideraba que Alberti se hubiera sentido honrado por que su nombre coronara la Bahía a la que tanto cantó. Entre una opinión y otra se encuentra el abismo que se abre entre admiradores del poeta como Luis García Montero y Gonzalo Santonja, que en un largo camino ideológico se inició en el PCE para acabar como consejero en Castilla León por Vox y asesor de la Fundación Alberti por decisión de su viuda.
Quizá las dos visiones, la de la viuda y la de la hija, fueran ciertas porque en Alberti hay muchos albertis. No es el mismo Alberti el que desde la revista El Mono Azul, durante la guerra civil, lanzaba mensajes que poco tenían que ver con la concordia, que el Alberti que ya de regreso a su alameda perdida es dócil y se funde en un abrazo con José María Pemán en la plaza San Antonio en unos carnavales. Un Pemán que también era muchos pemanes y al que le retiraron la lápida que recordaba el lugar donde nació en Cádiz por escribir barbaridades antisemitas como La Bestia y el Ángel al inicio de la contienda fratricida, no por haber sido un firme defensor de una monarquía parlamentaria al final de su vida.
La Ley de Memoria Histórica, posteriormente ampliada en la Ley de Memoria democrática, es una ley tardía. Data de 2007, treinta años después del fin del franquismo. Su principal objetivo era vaciar las fosas comunes cavadas durante la guerra y la represión. Aquí también entra en juego la batalla cultural. La izquierda lleva repitiendo como un mantra que España es el segundo país con un mayor número de desaparecidos después de Camboya. Es un bulo. Ninguna organización internacional tiene un ranking sobre desaparecidos en el mundo por represiones políticas por la sencilla razón de que saberlo es imposible. Quizá sea cierto, quizá no. ¿Qué más da? Fueron muchos, infinitos. Cada muerte es infinita. El juez Garzón hizo un cálculo en 2008 de unos 114.266 cuerpos bajo tierra. Pero, a pesar de su exactitud, es eso, un cálculo. El Mapa de Fosas elaborado por la Junta documenta 700 fosas en Andalucía y unas 45.000 víctimas. Son datos que no paran de moverse. Investigadores de la Universidad de Cádiz encontraron el pasado marzo una fosa no censada en el cementerio de Zahara de la Sierra con los restos de 22 vecinos de El Gastor asesinados. Estremece las fosa común de Pico Reja, en Sevilla, trabajada durante años por los arqueólogos e investigadores y que se selló en 2023 tras hallarse restos de 1.786 cuerpos, el mayor osario en Europa occidental detrás de la matanza en la guerra de Bosnia de Srebrenica. Rápidamente la 'batalla cultural' esgrime las matanzas de Torrejón y Paracuellos, muy cerca del aeropuerto de Barajas -hoy Adolfo Suárez-, donde fue fusilado el dramaturgo portuense Pedro Muñoz Seca. Fueron cerca de dos mil asesinados en la gigantesca saca por divisiones comunistas. Muchos, cada muerte es infinita. Esos cuerpos fueron exhumados y llorados hace mucho tiempo. Los de Pico Reja, en 2023.
Esa tarea es costosa y muy lenta, por lo que los ayuntamientos de izquierdas se han aplicado más en cumplir la parte barata de la ley: cambiar el nombre de las calles. Andrés Trapiello, autor del imprescindible libro Las armas y las letras, fue miembro de la comisión creada por el Ayuntamiento de Madrid bajo la alcaldía de Manuela Carmena para el cambio del nomenclator de 300 calles en cumplimiento de la ley. La comisión decidió mantener la placa que hay de José María Pemán junto a la Real Academia, al igual que otras calles dedicadas a Foxá o Ridruejo. Para Trapiello, “la comisión entendió que no eran criminales de guerra, no eran materia de la ley, una ley que para la mayor parte de la comisión era demencial”. Sin embargo, la comisión de Cádiz encargada por el alcalde José María González ‘Kichi’, fue inflexible, retirando incluso el busto de la abogada Mercedes Formica, falangista en su juventud pero muy relacionada con escritores de todo signo y una luchadora por los derechos de las mujeres durante el franquismo.
La realidad era que en 2007 la mayor parte del callejero en Andalucía ya había retirado los nombres más significativos de la sublevación. Hubo excepciones. Barbate de Franco se resistió a perder su apellido y no lo hizo hasta 1998 y su avenida principal fue avenida del Generalísimo hasta 2008. Barbate sentía una deuda con el dictador, ya que bajo su mandato se independizó de Vejer y se construyó el puerto pesquero. Durante el franquismo Barbate fue uno de los pueblos más prósperos de Andalucía gracias a la pesca. Con la democracia y la entrada de Europa llegó su declive y el desguace de la flota.
Pero sin duda el caso más sonado fue la exhumación del general Quieipo de Llano de la Basílica de la Macarena, lo que tuvo que hacerse con nocturnidad y presencia policial en noviembre de 2022 tras años en los que la hermandad se había puesto de perfil. El incumplimiento de la ley en este caso era flagrante ya que la documentación de su papel como criminal de guerra es abrumadora. Máximo responsable de una de las mayores masacres de civiles de la guerra en la desbandá, la huida desesperada de Málaga a Almería de más de 90.000 personas, Queipo se hizo célebre por sus arengas radiofónicas: “Vayan las mujeres de los rojos preparando sus mantones de luto. ¡Id preparando las sepulturas!”
Todavía quedan ejemplos de incumplimiento de la ley que la Federación Andaluza de Memoria Democrática no para de denunciar. Pero la Junta gobernada por el PP prefiere no ahondar. En el último presupuesto dedicó sólo 115.000 euros para exhumaciones y recuperación de víctimas, una cifra calificada de “ridícula” por asociaciones de la memoria. Desde que gobierna el PP la Junta no ha abierto un solo expediente sancionador por incumplimiento de una ley que forma parte de esa “batalla cultural” que convierte el pasado en arma arrojadiza de la política del presente.
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