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medioambiente
  • Ocho años después de su aparición, y ante su avance imparable, hay quien asegura que la aparición de la 'Rugulopteryx okamurae' en aguas del Estrecho no fue casual 

  • El calentamiento progresivo del mar es un vector a a añadir en su proliferación 

Historias a la sombra del alga invasora

Varios pescadores limpian de algas las redes a su llegado al muelle de Barbate. Varios pescadores limpian de algas las redes a su llegado al muelle de Barbate.

Varios pescadores limpian de algas las redes a su llegado al muelle de Barbate. / A.M.

Escrito por

· Pilar Vera

Redactora

Como diría Oppenheimer, es el destructor de mundos. Nada se ha avanzado desde la aparición de la Rugulopteryx okamurae en las orillas del Estrecho hace ya ocho años, y su presencia se ha convertido en una lacra económica y ecológica de larga duración. Tanto es así que hay quien piensa que no puede ser casual, que la inacción es rampante, que el timing era demasiado perfecto si alguien hubiera pensado en darle el toque de gracia al sector pesquero de la zona.  La posibilidad de que el alga asiática fuera de algún modo plantada, o introducida, es algo de lo que se lleva hablando un tiempo.

“No es que esté comprobado científicamente –indica el catedrático de Ecología de la UCA, Lucas Pérez Llorens–,  pero la tesis más probable es que llegó al Estrecho con aguas de lastre o, incluso, pegada al casco de los barcos. Es lo único que hay como hipótesis más sostenida. A nivel científico, nadie siquiera ha sugerido que pudiera haberse traído desde Japón”.

Y es que la de  R. okamurae no es la primera: el Estrecho ha sufrido ya cinco invasiones por algas. “En la teoría ecológica, cuantas más invasiones sufra un ecosistema, más fácil es que tenga lugar la siguiente invasión”. Ninguna de las invasiones anteriores, desde luego, es siquiera comparable: “Cuando se detectó por primera vez en Ceuta, hacia el 2015-16, era lo que llamamos una invasión críptica:es decir, que se parece mucho a otra especie autóctona”.  En este caso, una de nuestras propias algas pardas, “así que, al principio, pasó totalmente desapercibida”. Más allá del microscopio, uno de los mejores métodos de distinguir a una de otra es probándola. Por eso sabemos cómo sabe: como un erizo relleno de gasolina.  

Otro de los motivos de sospecha respecto a todo lo que rodea al alga parda asiática es la nada que se ha avanzado en ocho años:“La burocracia es la burocracia, y tardaron bastantes años en hacernos caso –afirma Pérez Llorens–. Y luego, pienso que el hecho de que haya distintas administraciones implicadas promueve algún tipo de disfunción”.

Mientras, R. okamurae ya ha llegado a Murcia, al Algarve y a las Canarias: si pudiera hablar, les diría a los pescadores gaditanos que no es personal, son negocios –y los pescadores le responderían que es personal, y que son negocios–. También ha llegado al catálogo de especies invasoras, lo que complica, cuando no imposibilita, su uso comercial.

Y sigue sin haber, asegura Pérez Llorens, solución: “Lo único es desarrollar un sistema de vigilancia temprana para  detectarla en los primeros estadios, que sí se puede arrancar. Pero, una vez bien implantada, es imposible –claudica–. La hemos visto desde el nivel intermareal hasta 40 metros de profundidad. No hay ninguna especie herbívora que se la pueda comer”.  Ni omnívora.

Es de esperar que el “ecosistema, con el tiempo, encontrará un equilibro pero no sabemos cuál es”. Recuerda que, hace 20  años, Tarifa tenía una diversidad “tremenda, era lo que llamamos un punto caliente y ahora prácticamente no queda nada, excepto en la isla de Tarifa, que aún mantiene algo de la flora algal típica”. Pérez Llorens menciona los bosques de 20 metros de algas pardas laminarias que había, y de las que no queda rastro, “aunque de esto lo mismo también tienen la culpa varios trabajos de construcción”.

También está el incuestionable –y aterrador– aumento de la temperatura en el mar. El Atlántico Norte bate récords que se salen de escala, pero es que el agua superficial del Mediterráneo está a 28%. Lo que supone no sólo una tropicalización de las especies sino un aumento del metabolismo, “de modo que puede acelerar el crecimiento de especies procedentes de aguas más cálidas (el caso del alga asiática), aumentando la desventaja de organismos que no se pueden mover, situándolos en un escenario en el que o se adaptan, o mueren".