Chirona

Dentro de Puerto 2, una prisión en la que la mitad de los reclusos cumple pena en módulos de respeto

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Pedro Ingelmo El Puerto

14 de julio 2013 - 05:01

A treinta metros de los alambres de espinos que trepan por los muros y de los psicópatas y los terroristas, encerrados en la vieja prisión de Puerto 1 en la que 150 presos de primer grado son vigilados por 150 funcionarios, una tomatera crece lozana en un patio gobernado por macetas. El responsable de la tomatera observa con sus lentes de intelectual su obra detrás de las rejas de su celda. "No veas cómo tenéis el huerto tú y el Richard", elogia el funcionario. "No está malota", reconoce el interno, que devuelve su mirada a la televisión de la celda, por donde se abanican los corredores del Tour.

A unos pocos metros de Puerto 1, una de las prisiones de alta seguridad de España, un trullo duro, se encuentra el Módulo 5 de Puerto 2, que te recibe con una noria de colorines fabricada con papel, cola y agua y un puzzle enmarcado de bailarinas de Toulouse Lautrec. En este módulo, habitado por 40 reclusos, la élite de Puerto 2, las celdas no se cierran con llave y el tubo, el pasillo donde se encuentran las celdas de aislamiento, donde se castiga a los díscolos, coge herrumbre. El castigo en el Módulo 5 es salir del Módulo 5.

"Si acumulas tres puntos negativos pierdes la categoría y pasas al Módulo 2, que también es de respeto, pero donde las exigencias no son tan estrictas como aquí. Si escupes en el suelo, pierdes un punto; si tiras una colilla al suelo, pierdes otro; si en las pruebas aleatorias sale que te has fumado un canuto, ya estás fuera... Pero el último expulsado no fue por nada de eso. Su punto negativo fue estar todo el día en el patio, sin hacer nada. Si no haces nada, no puedes estar en el Módulo 5". El que habla es el funcionario encargado de este Módulo, orgulloso de su limpieza y de los logros de sus 40 privilegiados. Malamadre, ese preso de ficción interpretado por Luis Tosar en Celda 211, no vive aquí. Quizá a treinta metros, pero no aquí.

Hace tiempo que en Puerto 2 no existe el hacinamiento de tiempos pasados. Con más de 700 plazas, en la actualidad hay 515 presos, gran parte de ellos preventivos. 300 se encuentran en los módulos de respeto, que son el 5, de nivel 3,; el 2, de nivel 2; y el 1, el último en incorporarse, donde 164 presos están ajustándose a los compromisos sociales de su vida recluida.

Hay notables diferencias entre la excelencia del Módulo 5, donde todo brilla como una patena y está presidido por el dios Orden, donde los internos se han montado un perchero con restos del cobre del taller de fontanería y un taquillero en el campo de fútbol para dejar las bolsas de deporte, y los aprendices del Módulo 1, que tienen las porterías de futbito como tendedero. "Están empezando, poco a poco", se justifica un funcionario.

El éxito de un módulo de respeto se encuentra en que los reclusos se sientan alguien, no material de desecho arrumbado. Los internos imparten talleres. Cada uno enseña lo que sabe. En Puerto 2 te puedes encontrar un taller de capoeira (un caribeño pillado con drogas, mala suerte), guiñol y, aunque parezca increíble, náutica. Náutica entre muros. Pero si un taller arrasa en el Módulo 2 es el de formación económica. En una pizarra Vileda, ante unas sillas escolares, se pueden leer las palabras Tesorería y Seguridad Social, pago trimestral del IVA, beneficios, todo ello adornado con unos gráficos... "Es un interno que está aquí por estafa, un empresario. Sabe mucho de esto. Hay mucha gente interesada", explica el funcionario del Módulo 2. Es indudable que la gestión es algo que puede ayudar a muchos de los que están aquí a no volver a entrar. Nunca viene mal escuchar lo que sabe un estafador.

La reincidencia, caer dos veces en la misma piedra, es algo múy común en el sistema penitenciario español, el que tiene una mayor población de Europa. Jesús, que se encuentra hoy de Incidencias, calcula que nuestro país está por encima del 30% el porcentaje de los que repiten hotel. Es alto. Igual que reconoce que es alta la población en comparación con países como Francia, donde las cárceles no tienen ni parecido a las de España. Si te van a meter en el talego, mejor que no te pillen en Francia. En 1991 un preso francés se cargó a un argelino en Puerto1 sólo para que no le llevaran a una cárcel francesa, donde le reclamaban. "Cualquier cárcel francesa se puede asemejar a un primer grado español. Lo que pasa es que el código penal se ha endurecido y nuestras penas son más largas en el tiempo. Aquí la gente no entra por una puerta y sale por otra, como se dice. Sin embargo, nuestro sistema penitenciario está mucho más enfocado a la rehabilitación por encima del castigo y, sobre todo, a que el preso esté ocupado".

Son 75 los internos que están dentro de los llamados talleres productivos. Es decir, cobran por lo que hacen. Los trabajos estrella, donde más se cobra -casi 300 euros-, están en la cocina, la lavandería y, por supuesto, los economateros, "nuestros chinos", bromea el jefe de cocina, que recuerda que los reclusos tienen a su disposición 500 productos distintos en las tiendas internas. En este micromundo de muros existen las relaciones económicas. Hay ricos y pobres, "aunque no es muy recomendable que los ricos aparenten que lo son".

Hace no mucho se recibió en esta redacción la carta de un preso que denunciaba que en la cárcel se pasaba hambre, que en el módulo 1 se hacían colectas para que todo el mundo pudiera pillar algo de comida de más en el economato: "Al que sea indigente se le da y así está funcionando". afirma el preso. Antonio Muñiz, director de Puerto 2, se preocupa de explicar que esto no es así: "Por muchos motivos, pero, sobre todo, por una sencilla razón: con algo que no se puede jugar en prisión es con la comida. La comida es uno de los motivos de conflicto". Esto exige una notable capacidad de administración. Instituciones Penitenciarias fija el gasto en comida día por recluso en 3,56 euros.

Visitamos la cocina, donde un grupo de internos limpia los peroles y ya trabaja en la sopa marroquí de la noche. Hay cuatro menús: el normal, la dieta blanda, el triturado, para los que no tienen dientes -la heroína ha devorado muchas dentaduras- y el musulmán. Y ahora estamos en ramadán. El jefe de cocina explica que hoy ha habido pescado fresco, caballa rebozada, de segundo. De primero, alubias con chorizo -"tenían chorizo, te lo aseguro"-. Ensalada y natillas de postre. "Se tira mucha comida", asume Muñiz. "De hecho, pretendemos que se tire menos".

Juan Carlos Carrillo, representante del sindicato Acaip, muy combativo con la dirección del centro por que a los funcionarios últimamente se le están apretando las tuercas para que cumplan escrupulosamente los horarios y les han puesto unas máquinas de fichar, está de acuerdo con el director: "Los hay que no quieren la comida y por eso se tira. Pero las raciones están bien medidas. Si no les gusta, qué se le va a hacer. Como en casa no se come en ningún sitio. Los jueves, que es día de cobro, por ejemplo, hay menos gente en el comedor porque la gente se pilla la comida en el economato. Pero todo eso es lógico. No, si alguien pasa hambre en la cárcel es porque quiere. Los recortes nos han llegado a los funcionarios, pero no a los presos".

El otro gran motivo de queja se encuentra en el servicio médico. Una prisión no acoge a gente demasiado sana y, como fuera de prisión, la gente quiere ser recetada a la carta, si es con berbitñúricos potentes, mejor. Si el médico no receta lo que el paciente quiere, ya está montada. Muñiz admite que esta queja es la más habitual que llega a todos los lugares que llegan las quejas de los presos, que son muchos: juez de vigilancia, defensor del pueblo, comisión antitortura, prensa ... "Pocas cosas están tan fiscalizadas en este país como una prisión. Los internos tienen numerosas fórmulas para hacer reivindicaciones".

El médico de Puerto 2 termina la jornada después de haber realizado 40 consultas, haber supervisado la comida y decenas de tareas más. No hay mucho personal médico. Una prisión como Puerto 2 suele tener tres. Ahora sólo hay dos. Se multiplican. "Aquí la gente se muere como en todas partes, pero hay que tener mucho cuidado si se temuere alguien porque la familia te va a poner una reclamación millonaria", dice un funcionario. Eso va a suceder, seguramente, en Huelva, donde la pasada semana murieron dos reclusos por una sobredosis de un cóctel que tenía como base la metadona que se expenden en prisión. La última muerte que se produjo en Puerto 2 sucedió el pasado mes de mayo, un infarto a un fumador empedernido. Las cárceles están exentas de la ley antitabaco, se puede fumar en las celdas. Se activaron todos los protocolos de inmediato, pero no se pudo salvar su vida. Fue testigo de la actuación de los funcionarios el hijo del preso: era su compañero de celda. Lo cuentan los funcionarios aún consternados. "Fue un mal trago, pobre hombre".

Lo que no hay es asistencia psiquiátrica. Y no es que no haga falta. La Asociación de Psiquiatría Legal estima que más de un 20% de la población reclusa tiene patologías mentales. Las cárceles son nuestros nuevos manicomios y estos enfermos son carne de módulos 3 y 4, aquellos en los que es inútil colgar el cartel de "respeto". En ellos las reglas son las de toda la vida en prisión, "no me hagas la vida imposible y yo no te la haré a ti", como resume un funcionario veterano. También en estos módulos es donde circula la droga.

"Blindar una cárcel es imposible", explica Muñiz, "hay mucha gente del exterior que entra y sale y, principalmente, están las comunicaciones vis a vis". Las parejas traen consuelo y, a veces, algo más a los presos. Es un mal menor. Las comunicaciones vis a vis han traído serenidad a las prisiones. "Lo del mariconeo dentro ya no es lo que era. Ahora hay algunos presos que están con su parienta más que cuando estaban fuera", bromea Juan Carlos Carrillo.

Vemos, tras las rejas, una habitación vis a vis. Una cama de matrimonio con una colcha azul, una mesilla, una silla, un váter y un lavabo. Lo necesario para lo que hay que hacer durante una hora al mes. Al lado, una habitación de vis a vis familiar, donde vienen de visita los niños. Un dibujo de Mickey y su novia Daisy en la pared. Juguetes. Al fondo, barrotes.

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