El Alambique
J. García de Romeu
Cuentos de Navidad
Hace un año, concretamente el 18 de junio del 2024, la escuela de educación infantil El Vaporcito cerraba sus puertas. Con este cerrojazo el Barrio Alto ponía fin a uno de los capítulos más importantes de su historia no tanto por su relevancia, sino por la gran cantidad de portuenses que desde el año 1990 han pasado por esas instalaciones. Dicen que los años de la infancia son los que marcan el carácter de los futuros adultos. Y sea como sea El Vaporcito ha marcado un antes y un después en la vida de mucha gente. Quizás por ello muchos se indignan cuando ahora pasan por la puerta y miran hacia el patio que no hace mucho era el recreo de los niños. Basura, gatos, botellas vacías, yerbas, grietas, cornisas a punto de caer... “¡Quién ha visto el colegio y quien lo ve ahora!”. “Es una vergüenza que después de un año el colegio esté así”, asegura un vecino de la zona de Durango. “Esto se está convirtiendo en un foco de suciedad”.
El comienzo del fin de este centro educativo se puede marcar en el año 2020 cuando un día el viento de Levantelevantó la cubierta de uno de los edificios del centro, concretamente el ubicado en la parte superior, junto a la calle Santa Fe. Este percance, y con el objetivo de asegurar el bienestar de los alumnos, hizo que los técnicos de Arquitectura y Edificación de la Concejalía de Urbanismo se acercan a realizar una inspección. El informe resultante, que fue enviado a la Delegación Territorial de Cádiz de La Junta de Andalucía (organismo responsable de las instalaciones), no daba lugar a dudas: el edificio se encontraba en estado ruinoso. Ante este panorama, y teniendo que continuar con el funcionamiento del centro, la decisión adoptada fue unificar las tres clases del centro en el otro edificio, el orientado a la calle Capillera. Y lo cierto es que en dicha reorganización no hubo problemas. Parece ser que ante el descenso de la natalidad, y la menor recepción de solicitudes por parte del centro, llevaron a La Junta a sopesar otra serie de alternativas como la integración de esos tres cursos en el colegio más cercano, el Cristóbal Colón (donde también se acusaba la falta de alumnado). Finalmente, esta historia se cierra con el triste desenlace que ya sabemos. El 18 de junio, una vez que los niños acabaron las clases, las puertas de El Vaporcito se cerraron. “Y, desde entonces por aquí no ha venido nadie”. “Aquí se fueron y no han vuelto a entrar. Lo dejaron todo tal y como está”, asegura un vecino. “Nadie entiende cómo han podido dejar esto así”.
Ante este panorama la incredulidad y la decepción son las sensibilidades que se dejan sentir en el barrio. La imagen, cuando menos, es desoladora y muchas personas que van de paso y “que no viven aquí”, miran hacia dentro, más allá de la verja, sin comprender ni entender la gran montaña de bolsas de basura que se amontona en la entrada de uno de los edificios y que rápidamente salta a la vista. “Pero eso es solo lo que llama más la atención”. Una vuelta a la manzana, con cierto detenimiento y escrúpulo, revelan muchos detalles más. Desde la parte más alta, en la calle Santa Fe, las grietas y cornisas sueltas del primer edificio que comenzó a dar problemas crecen y se hacen más monstruosas a medida que pasan los días. “Esperemos a ver si aguantan el próximo invierno”. A los pies del edificio, en el pasillo que queda entre el edifico y la valla, se ve el esqueleto inerte y abandonado de las cubiertas que hace cuatro años salieron volando. No obstante, las vistas (y el olor) desde la calle San Sebastián no son mejores. En la parte exterior parte del muro está cedido y amenaza con desplomarse sobre la acera. “Vamos a ver si un día no se le cae a alguien encima”. Al fondo la famosa montaña de bolsas de basura no dejan de perder el protagonismo (“El último día sacaron esas cajas y bolsas, y ahí llevan un año”). En el centro del patio deslumbra el brillo del cascote de una botella de cerveza intacto (a saber cómo ha llegado hasta ahí). Y desperdigados por el recinto se encuentran varios recipientes con comida y agua para gatos, los nuevos inquilinos que, junto a las hierbas secas y descontroladas, se han adueñado del colegio. Un poco más abajo, cerca de la esquina con la calle Capillera, aún se puede ver lo que queda de un espantapájaros y escrito sobre la pared El Huerto de mi cole. En un rincón un carrillo de mano enmohecido envejece y se oxida. En el otro unas jardineras secas esperan el agua de la regadera de alguien que nunca regresó al centro. Por el otro lado, en la calle Durango, justo donde el centro tenía su entrada principal, el panorama es igual de desolador: farolas con los cascos rotos, motos y andadores de juguetes abandonados y tirados en un lateral del patio, un gato tomando plácidamente el sol en una de las rampas de acceso, más envases de plástico, suciedad y más hierba. Muchas hierbas.
Hay veces que parece que llegará alguien; alguna persona encargada que en su gran despiste ha olvidado llevar a cabo sus tareas y obligaciones en el centro. Alguien que avise al servicio de limpieza para que se lleven la pirámide de bolsas , o para que reparen las grietas. Pero lo cierto es que no. El Vaporcito se marchita y se deteriora. Y ya es el segundo que se le escapa a la ciudad.
Temas relacionados
También te puede interesar
Lo último
3 Comentarios