La recuperación de los acólitos

Las hermandades se afanan por contar con estos grupos que preceden a los pasos · Un detalle poco conocido es su participación en las celebraciones eucarísticas

La recuperación de los acólitos
Miguel Ángel Benítez

19 de abril 2011 - 08:43

En los últimos años hemos sido testigos de la recuperación de los cuerpos de acólitos en la generalidad de las cofradías. Estos grupos, además de formar parte en los cortejos procesionales, también participan en los cultos internos organizados por las hermandades, aportándoles a estas celebraciones elegancia y magnificencia.

Si atendemos al Derecho Canónico, el acólito es un laico que ha recibido por parte del obispo el ministerio de estar al servicio del altar y los sacramentos. No obstante, en las cofradías la palabra acólito es aplicada para denominar al conjunto de servidores o monaguillos que colaboran durante la celebración eucarística de los cultos de las hermandades y en las procesiones.

Dependiendo de la función que desempeñe, nos encontramos diferentes miembros dentro de un cuerpo de acólitos. Así, el encargado de dirigir al grupo es el pertiguero. Esta figura está tomada del ceremonial litúrgico de las catedrales, donde es el encargado de abrir la marcha a los canónigos cuando caminan en procesión. De ahí se ha extrapolado a los pasos como altares en la calle, de tal forma que es el responsable de mantener la compostura del grupo y de dar las diversas instrucciones, golpeando en el suelo con la pértiga, de donde se desprende su nombre.

Los ceroferarios son los encargados de portar ciriales. En los inicios de la Semana Santa, estos iban alumbrando las pequeñas parihuelas en las que iban las imágenes o escoltando a las imágenes de crucificados cuando iban portadas a hombros.

Mientras tanto, los turiferarios son los encargados de portar los incensarios o la naveta. El incienso es símbolo de la actitud de ofrenda y sacrificio de los creyentes hacia Dios, uniendo a las personas con el altar y con Jesucristo que se ofrece en sacrificio. Con el incienso se crea una atmósfera agradable y festiva en torno a lo incensado, e igualmente se pretende que nos lleve a una actitud de oración y de elevación hacia Dios.

Los acólitos deben lucir una vestidura blanca de lienzo fino, con mangas perdidas o muy anchas, llamada sobrepelliz, sobre sotana negra. No obstante, en muchas cofradías se les visten impropiamente con dalmáticas, ya que esta vestidura es exclusiva de los diáconos, que la utiliza en misas solemnes, en las procesiones y bendiciones, excepto las de marcado carácter penitencial, debido a que desde los primeros tiempos la dalmática se ha considerado una vestimenta festiva. Por lo tanto, es evidente la ilicitud de usarla por parte de quien no ha sido ordenado diácono.

La dalmática se coloca encima del alba, cubriendo el cuerpo por delante y detrás y tapa los brazos con una especie de mangas anchas y abiertas. Estas dalmáticas suelen ser de tela de damasco o terciopelo y realizadas en diferentes colores: negro, morado, burdeos y rojo (solo en el caso de las hermandades sacramentales). También es habitual que se utilice el color característico de la hermandad o de la orden religiosa vinculada a la misma (perdiéndose el significado litúrgico). Además, si son hermanos de la cofradía, deben portar la medalla de la misma. Sólo el pertiguero utiliza una vestimenta diferente al de resto del grupo, portando un ropón parecido a la dalmática y, sobre su pecho, porta un medallón plateado con el escudo de la hermandad.

El fundamento de vestir a los acólitos con tanta profusión viene debido a una añeja costumbre en la que se indica que la riqueza de un señor se percibe en la profusión con la que atavía a sus sirvientes.

Pero, ¿por qué participa el grupo de acólitos en la salida procesional?. A modo de alegoría, el paso procesional es el altar o el retablo y los acólitos formarían el presbiterio. Por ese motivo los acólitos deben ir justamente detrás de la presidencia y delante del paso, ya que forman parte del servicio del mismo. También debemos tener en cuenta que mientras el paso esté levantado, los ciriales deben permanecer alzados. El color de la cera de los ciriales debe ser del mismo que los que alumbren el paso que le sigue.

No obstante, es menos conocida la participación de estos grupos en las celebraciones eucarísticas de las distintas hermandades y parroquias. Esta comienza con la formación de la procesión de entrada que se inicia con dos acólitos turiferarios, seguidos del crucífero que va amparado por dos ceroferarios, seguidos de los ministros y el diácono (que si lo hay, será el portador del Evangelio). Mientras uno de los acólitos turiferarios tendrá como cometido el entregar el incensario al sacerdote para que durante la ceremonia se inciense el altar, la Cruz, las ofrendas los Evangelios y al pueblo.

Durante la proclamación del Evangelio, dos ceroferarios se situarán a ambos lados del ambón. Allí permanecen hasta el final de la lectura del Evangelio. Antes de la bendición, el pertiguero ordenará levantar los ciriales, que permanecerán ya levantados. Una vez terminada la misa se inicia la procesión de salida.

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