Pepe Mendoza
Feliz Año Bueno
Para los que estuvieron cuando uno no estaba para nadie: esos son los imprescindibles. Para la vecina octogenaria con la que me encuentro a veces en la playa agarrada a los bastones de marcha nórdica como si se agarrara a un precipicio. Para la madre gazatí que no le dejaba el móvil a su hijo porque buscaba videos de comida. Para el rockero extremeño que se fue por la vereda de la puerta de atrás convencido de que “el poder del arte tal vez nos pudiera salvar de una vida inerte, de una vida triste, de una mala muerte”.
Para el viejo militante de izquierdas que sigue cultivando valores sin precio. Para la niña de ojos azulísimos, casi líquidos, que bailaba en la guardería un villancico vestida de oveja, borrando durante ese instante todas las miserias del mundo. Para las hermanas coraje que tras medio siglo de dolor y de lucha han podido saber, por fin, quién asesinó el 4 de diciembre de 1977, en la fiesta de Andalucía, a su hermano pequeño. Para la anciana que se mudó a la infancia y sobrevive milagrosamente a los susurros nocturnos de todos sus fantasmas.
Para los inmigrantes que tras ser expulsados del antiguo instituto donde malvivían, deambulan por las calles de Badalona sin alternativas públicas porque para ellos tampoco hay sitio en la posada. Para el filósofo colchonero que me recuerda en las derrotas más dolorosas que, así en el fútbol como en la vida, todo puede cambiar en la jornada siguiente. Para el fraile con aspecto de sabio despistado que sigue resucitando a los muertos y dándole la palabra a los mudos. Para la enferma de alzheimer que cantaba, bajo la batuta apuntadora de su hijo, “Y sin embargo te quiero”.
Para el amigo jubilado que ha hecho del barrio alto su cálido resort e inaugura cada mañana la rutina festiva de los días laborables. Para la buena samaritana que nunca morirá del todo porque algo de ella regresará siempre para aliviar a algún desamparado. Para el padre huérfano de hijo que este año vivirá las fiestas umbrío por la pena, preso de la ausencia y del pretérito. Para el párroco de Valdepeñas que, en presencia de los mercaderes del templo y del pueblo, denunció en una homilía la explotación de los temporeros.
Para la profesora que pagaba todos los días el desayuno a un alumno sin derecho al pan nuestro de cada día. Para el viejo lobo de mar que sigue dejando abierta la puerta del cuarto de jugar. Para el viñetista hiperactivo y la lectora ciega, con quienes comparto un grupo de wasap con vistas a un patio de vecinos luminoso y fraternal. Para los fieles, los constantes, en este tiempo oscuro en el que los malos han perdido el miedo y los buenos la esperanza.
Para todos ellos, y para usted, va esta última columna del año. Brindemos por la hazaña de seguir vivos, esquivando el ruido y la furia, todo un milagro tal como están las cosas. Salud y sanidad pública.
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