Pícaros Españoles, Sociedad Ilimitada

El gran Pepe Viyuela dio una lección de buen teatro en el Festival de Comedias de El Puerto

Una de las escenas de Guitón Onofre.

El año 1927 pasó a la historia por el homenaje que un grupo de jóvenes escritores tributaron en Sevilla al poeta cordobés Luis de Góngora en lo que se convirtió en acto fundacional de una de las hornadas más brillantes de la literatura en castellano de todos los tiempos. Fue también el año en que Lorca publicó Mariana Pineda, Luis Cernuda, Perfil del aire y Rafael Alberti, El alba del alhelí. Pocos saben que en esos meses, en París, alguien encontró en una caja de librero de viejo, en plena calle, el manuscrito de una novela picaresca firmada por un logroñés de nombre Gregorio González, contemporánea del Buscón, de Quevedo, y del Guzmán de Alfarache, de Mateo Alemán. La historia de los avatares de esa gavilla de páginas inéditas daría para una exitosa serie de dos temporadas, por lo menos, en cualquier plataforma de moda, porque está trufada de misteriosos viajes de ida y vuelta entre Europa y América, fue utilizado el manuscrito para pasar información confidencial en los prolegómenos de la guerra de sucesión al trono de España, y estuvo a punto de acabar en cenizas en una biblioteca nacional al otro lado del Atlántico. Lo cierto es que hasta 1973 no se publica por vez primera, gracias a una universidad norteamericana, y lo cierto es que El guitón Onofre: una novela picaresca de 1604 acabó por casualidad en las manos de otro riojano, el actor, poeta, y sobre todo payaso (es así como prefiere que se le conozca) Pepe Viyuela, y ahí se enciende una segunda oportunidad de esa lejana y perdida historia, ahora dramatizada y subida felizmente a los escenarios.

Con adaptación del propio Viyuela y de Bernardo Sánchez, y dirección escénica de Luis d’Ors, esta producción de El Vodevil, que visitó el patio de San Luis Gonzaga de El Puerto la noche del pasado sábado, 9 de agosto, acierta desde su planteamiento inicial al desplazar la narración del personaje central hasta la voz de un polvoriento cómico de la legua, quien nos traslada los espeluznantes avatares de un truhan sin escrúpulos; es ese farandulero de los caminos quien se mete en la piel del despreciable Onofre Caballero, marcando una oportuna distancia con la depravada criatura encarnada, que acaba por revestirlo de cierta humanidad, gracias a la comprensiva lectura que de él hace quien nos cuenta su vida.

A diferencia de los pícaros citados – Lázaro de Tormes, Guzmán de Alfarache o el propio Buscón- a este ganapán es complicado cogerle un mínimo de cariño, porque no hay en sus actos valor moral alguno y convierte su devenir en un afilado itinerario de mala baba que hace de la venganza más abyecta su razón de ser. Cierto es que las almas que le salen al paso no invitan precisamente al optimismo y la confianza, porque todos y cada uno de ellos van amasando el perfil deforme de Onofre: amos que lo maltratan sin misericordia, embaucadores que lo estafan y deplorables explotadores de los más débiles como él. En su cara lleva el estigma facial de una caída infantil en el fuego, como el antihéroe que es. Lo único que se puede destilar de esas experiencias es odio al otro y deseos de violencia y aniquilación de quienes, para él, poco más merecen. Todo ese oscuro río de funestos avatares los desgrana, con la sabiduría del enorme actor que es, un Pepe Viyuela en estado de gracia, intenso y comedido a la vez, que sabe dar a cada línea de diálogo el tono perfecto con una dicción versátil que quizá desconocían quienes lo recuerdan por sus números de mimo y clown en algunos programas televisivos de los años noventa. Pero es mucho más que un habilidoso gesticulador que arranca carcajadas, y lo demuestra con creces en casi dos horas de representación que no pesan en ningún momento. Él solo podría cargar con la totalidad de la función, pero hay otra fabulosa elección y es la presencia de la arpista, cantante, actriz y proveedora de efectos especiales Sara Águeda, que tañe el fondo musical de las palabras del actor y enriquece el resultado hasta convertirlo en una fiesta para sus receptores. Contribuyen a ello, claro que sí, tanto la ajustada escenografía, como el vestuario y el diseño de iluminación. El conjunto nos trae con claridad el resultado de la decadencia moral de una sociedad podrida y nos presenta a un antepasado de esos modernos continuadores de la picaresca española cuyas trapacerías salpican, día sí y día también, los medios informativos.

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