En una Octava
El Alambique
No hace falta más, tan solo ocho días, para que todo comience y todo acabe.
Sentado en el mismo banco durante ocho días. Entre la corriente de aire que genera la Puerta del Sol y la Capilla de la Silla. Miraba hacia calle Palacios dándome cuenta cómo la noche robaba minutos diariamente a cada uno de los días que pasaban. Ese rayo de sol que me esperaba cada tarde reflejando el rostro de Alfonso X El Sabio, justo arriba del enrejado de la Capilla de la Patrona, cada día se iba antes, cada día era más fugaz.
Los mismos bancos en la Basílica, ocupados casi todos los días por los mismos rostros, mismas costumbres, mismo acompañamiento, pero distintas intenciones cada día puestas en el altar.
En ocho días ves a una ciudad entera pasar por delante o al menos cerca de la Virgen. En algunos ojos puedes leer incluso el sabor a despedida, o incluso las gracias por guardar la imagen en su retina un año más.
Lo vuelvo a decir, mismos rostros, mismas costumbres y mismo lugar dentro la Basílica, para contemplar el regreso a tu Capilla. No es necesario buscar a nadie, porque cada año instintivamente, o por tradición, cada portuense ocupa el mismo lugar.
Hoy de nuevo, con nuestra Patrona, entronizada en el baldaquino de su capilla; si podemos decir que se ha completado el ciclo devocional portuense.
Así es como en nuestro Puerto comienza poco a poco la rutina de lo cotidiano. Y aunque cuesta decir adiós al tiempo estival con estas temperaturas, si es cierto que el próximo lunes estrenamos estación, nos llega el otoño.
Niños en el colegio, los más mayores en los institutos, las vacaciones consumidas, los propósitos en plenitud de entusiasmo por conseguirlos. Porque en ocho días cambia la vida del portuense. Ocho días, como ocho campanadas, marcan el fin y el año nuevo de nuestra Ciudad.
Ocho días que saben a poco, como poco sabe una vida entera. Porque al igual que la vida misma, todo comienza, todo acaba y de nuevo todo sigue.
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