Tribuna Libre

La arboleda perdida

La placa deteriorada de la Fundación Rafael Alberti, en la calle Santo Domingo.

La placa deteriorada de la Fundación Rafael Alberti, en la calle Santo Domingo. / Julio González

¿Qué le pasa a este gobierno municipal con los árboles? ¿Qué les pasa a tantos gobiernos municipales del país?

Han quitado los pocos árboles que había en la calle Vicario de nuestra ciudad: comenzaron con uno que se había supuestamente podrido y siguieron los demás.

Se plantan muchas veces los árboles y luego no se cuidan: se abandonan los alcorques y se deja que se acumule en ellos suciedad y basura.

¿No acaban de comprender nuestros gobernantes que los árboles no sólo embellecen extraordinariamente una ciudad, sino que contribuyen además a bajar la temperatura ambiente y ayudan a respirar mejor?

Los árboles actúan como sumideros naturales del carbono por su capacidad de absorción de ese gas responsable del cambio climático y cuando desaparecen, aumentan los niveles de dióxido de carbono en la atmósfera.

Eso lo saben ya todos los escolares, y sólo quienes no creen en el cambio climático, y por desgracia hay todavía gente e incluso partidos empeñados en negarlo, pueden seguir como si tal cosa.

Alguna vez me he referido en una columna publicada en estas páginas a la conveniencia de crear huertos urbanos, como ocurre, en una ciudad europea tan cosmopolita como París, aprovechando tal vez para ello algunas bodegas abandonadas.

El Ayuntamiento de la capital francesa aprobó ya en 2015 una ley por la que todo ciudadano podía reverdecer su entorno más inmediato.

Se alentaba la creación de huertos urbanos utilizando árboles, muros o fachadas para conseguir en un plazo de cinco años que

un cuarto de la superficie de la ciudad fueran áreas verdes, lo que iba a mitigar la temperatura de la ciudad.

Gracias a la iniciativa conocida como 'Permiso para plantar', se animaba a los parisinos a convertirse en algo así como jardineros de sus barrios, utilizando, eso sí, métodos sostenibles y evitando el uso de pesticidas tóxicos.

Pero en este país tan de secano, algunos responsables políticos parecen paradójicamente preferir los espacios sin árboles: el ejemplo más escandaloso en la madrileña Puerta del Sol, cuya última remodelación no se aprovechó para plantar un solo árbol.

Pero volviendo a nuestra ciudad, he visto que se ha construido en el paseo marítimo una estructura tan aparatosa como fea que llega hasta el puente de San Alejandro.

Se supone que es para que el paseante la utilice y pueda ver el Guadalete desde mayor altura -¡como si hiciera falta!-, pero ocurre que al mismo tiempo tapa absurdamente la vista del río a los demás.

No sé cuánto habrá costado ese, llamémosle a falta de mejor palabra, “armatoste”, que sólo servirá para acumular basura, uno de los problemas del incivismo de muchos ciudadanos, como ocurre con la pérgola que se construyó hace unos años en el Parque Genovés de Cádiz y que hoy es prácticamente una ruina, no sólo económica.

Y hablando como hago en el título de la columna de la obra de Rafael Alberti, ¿cómo es posible que la fundación que lleva el nombre del hijo de esta ciudad más universalmente conocido esté tan abandonada?

A la placa que hay en la fachada le falta desde hace no sé ya cuánto tiempo un trozo, y nadie parece tener prisas en restaurarla pese a que, según me contó hace ya mes y medio la persona que allí trabaja, varios funcionarios habían asegurado que se ocuparían de ello.

Éste sigue siendo, a lo que parece, el país burocrático del “Vuelva Vd. mañana”, que criticó hace ya casi un siglo el genial Larra.

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