España-Suecia

La vieja normalidad del 'número 12'

  • La misma química que convirtió el triunfo en inevitable en el 83 en Heliópolis o en el 93 en Nervión, fue la que volvió a reinar en la Cartuja

La afición española que llenó la Cartuja hace la ola durante el partido.

La afición española que llenó la Cartuja hace la ola durante el partido. / Antonio Pizarro

“La música, el ambiente, la gente animando... Sevilla es especial, yo lo viví muchas veces con la selección...”. Luis Enrique Martínez agradecía la entrega a los 50.000 españoles que se dejaron la garganta y las manos para animar a la selección española en un Estadio de la Cartuja que recordó a las estampas históricas vividas en el Ramón Sánchez-Pizjuán o el Benito Villamarín con La Roja de protagonista.

Después de gradas vacías o semivacías durante las lógicas restricciones por la pandemia, el colosal e infrautilizado recinto se llenó y rescató el fútbol en su plenitud. El que ya acelera los miocardios de los futbolistas por su banda sonora.

Todo se fue caldeando durante la jornada. Las calles de Sevilla fueron un hervidero de aficionados españoles venidos de todo el país, que se mezclaban en un amistoso ambiente con los grupos de suecos. La Avenida de la Constitución, Plaza Nueva, Tetuán, Trajano y la Alameda fue un cordón de incesante trasiego. Y los más de 20 grados de temperatura hicieron el resto.

También en la puerta del hotel de concentración de la selección el público se concentró para animar y espolear a su selección. Ni un pito se oyó en esta ocasión. El propio Luis Enrique asintió ante la entregada unanimidad. 

Ya en el estadio, sólo se saltó el versallesco trato de unos y otros esa minoría de aficionados locales que silbó mientras sonaba el himno nacional de Suecia. Un momento que puso el turbio contrapunto a un partido donde reinó la deportividad. Y también la emoción. Porque Suecia inquietó y España nunca estuvo cómoda.

El público detectó pronto que su aliento podía decidir y se puso manos a la obra. Como en el 83 ante Malta en el Benito Villamarín, como en el 93 ante Dinamarca en el Ramón Sánchez-Pizjuán. Y resonó el "Que viva España" de Manolo Escobar. Y resonó el nombre de Gavi. Y al final, atronó "Mi gran noche" de Raphael. Antes, cuando había flaqueado la zaga de rojo, más fuerte resonó ese singularísimo y revitalizante ruido del número 12. Para él no hay nueva normalidad...

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