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Naufragio y peregrinación | Crítica

Una aventura equinoccial

  • Crítica rescata la olvidada crónica de Pedro Gobeo de Vitoria, valioso testimonio de las mil penalidades padecidas por un joven expedicionario en el Nuevo Mundo

Galeras españolas del siglo XVI.

Galeras españolas del siglo XVI.

Hasta cierto punto contaminada por la retórica hispanoamericanista, anterior a la dictadura pero muy reforzada durante los años en los que se hablaba de una renovada vocación imperial, la acción española en el Nuevo Mundo es juzgada en nuestro tiempo desde distintas posiciones que por una parte enlazan con el viejo discurso de la leyenda negra, adaptado a las modernas directrices de los estudios poscoloniales, el indigenismo y la doctrina woke, y por otra resaltan la singularidad de un proceso que se apartó –para bien– de los que pusieron en marcha, poco o bastante tiempo después, otras naciones europeas. Al margen de los debates historiográficos, sin embargo, y desde luego de los políticos, que hoy como ayer interpretan los hechos en función de los intereses del momento, disponemos de valiosísimos testimonios de primera mano que relatan el descubrimiento y la colonización de América desde la inmediata perspectiva de los protagonistas no nativos, es decir de las gentes que atravesaron el océano y vivieron en aquellas tierras todavía desconocidas aventuras y desventuras verdaderamente extraordinarias, que impresionaron a los contemporáneos y siguen moviendo al asombro.

El editor del texto, Miguel Zugasti, lo ha adaptado a los usos del español actual

Es el caso del aportado por Pedro Gobeo de Vitoria en este libro, olvidado durante siglos, que en adelante figurará entre los más destacados del género de la crónica de Indias, cultivado por autores como Fernández de Oviedo, Díaz del Castillo, López de Gómara o Cieza de León, entre muchos otros que además de ofrecer fuentes primarias engrandecieron la lengua y también la literatura del periodo, en narraciones que combinan la memoria con los aspectos novelescos de un modo que a veces prefigura, como se ha dicho, los tonos del realismo mágico. Publicado por Crítica, Naufragio y peregrinación (1610) nos llega a través de Miguel Zugasti, catedrático de Literatura de la Universidad de Navarra, editor del texto y responsable de su discreta actualización a los usos del español actual, pero el rescate del mismo se debe a otro estudioso, el latinista Raúl Manchón, de la Universidad de Jaén, que localizó el único ejemplar conocido de la obra –publicada en Sevilla, cuna del autor, por el impresor Clemente Hidalgo– en la biblioteca de la Universidad de Mannheim. Con razón dice Zugasti que las peripecias editoriales de la obra original, nunca hasta ahora reeditada, y de sus más breves réplicas en latín y alemán, dan para una historia tan apasionante como la que narra Gobeo. El libro aparece acompañado de un prólogo reivindicativo de Luis Gorrochategui, que enumera los discutidos logros de la obra de España en América y pone el énfasis en su resonancia universal, incluidos algunos hitos científicos y la formulación pionera de los derechos humanos.

La crónica de Gobeo está escrita en un castellano de gran viveza y plasticidad

Escrita en un castellano elocuente, de gran viveza y plasticidad, la crónica narra el viaje de Gobeo al Perú, emprendido por un muchacho de tan sólo trece años que tardó casi dos más en llegar a su destino. Fiel reflejo de la mentalidad de los expedicionarios y de los incontables reveses que padecieron en su exploración del Nuevo Mundo, el relato discurre en su mayor parte entre 1593 y 1594, por el tiempo en que el Imperio, tras la anexión de Portugal a la monarquía hispánica, alcanzaba su máxima expansión, pero lo que nos cuenta Gobeo no tiene que ver con grandes gestas, sino con la esforzada epopeya de la supervivencia. La galera recala en Canarias y la isla de Martinica, en las Antillas, antes de dirigirse a la de Margarita, en la actual Venezuela, donde el adolescente sufre heridas de consideración en el combate naval con un "corsario escocés", y finalmente arriba a Cartagena de Indias. Una vez recuperado, Gobeo sigue hacia Panamá y se suma a la tripulación de un "navichuelo" que deja a parte de los viajeros en la costa pacífica de Colombia. En este punto empieza la trágica peregrinación a pie por la peligrosa costa de Esmeraldas, en Ecuador, ochocientos interminables kilómetros que van dejando –sobrevive menos de la mitad de los 41 hombres que iniciaron la marcha– un reguero de muertos, víctimas del agotamiento, el hambre, la sed o las enfermedades, intoxicados por ingerir alimentos venenosos o ahogados en el intento de cruzar los ríos.

El autor ha dejado un rastro mínimo, limitado a los apuntes bibliográficos

Luego de haber salvado la vida de milagro, entre tantos "trabajos y peligros", Gobeo se instaló en Lima, y tras probar fortuna en las minas de oro fue ordenado jesuita, regresando a su ciudad natal el mismo año de la aparición de la crónica. Dado que las únicas pistas sobre su itinerario estaban en el propio libro, el autor ha dejado hasta ahora un rastro mínimo, limitado a los escuetos apuntes de catalogadores y bibliógrafos. Gracias a la reedición, más de cuatrocientos años después, su nombre tendrá un lugar garantizado entre los de aquellos arrojados exploradores que enfrentaron la muerte de cerca y vivieron para contarlo.

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