Con la Venia

Memoria ingrata. Por Yolanda Vallejo

  • Lo de la memoria es tan curioso que uno puede recordar nítidamente cosas que nunca llegaron a ocurrir; por ejemplo usted y yo pondríamos la mano en el fuego por aquel el mítico «Barcelona» histriónicamente interpretado por Freddie Mercury y Montserrat Caballé en los Juegos Olímpicos de 1992, los únicos que ha organizado nuestro país y de cuya celebración se han cumplido treinta años la semana pasada. Estaría bien ahora preguntar aquello de dónde estaba usted entonces, pero no sería necesario, porque -no hace falta recordarlo- todos estábamos todavía subiendo a los pisos más altos de nuestras posibilidades, asomándonos, casi, a un mirador desde el que era muy fácil mirar por encima del hombro y en el que estuvimos instalados cómodamente hasta que nos dimos cuenta de lo dura que iba a ser la caída. 

  • Pero no era de esto de lo que yo iba a hablarle. Lo de la Caballé y el solista de Queen nunca pasó en el 92; no pudo pasar, entre otras cosas porque Freddie Mercury ya estaba muerto. Lo de la memoria, ya se lo dije. La actuación de ambos artistas tuvo lugar cuatro años antes, cuando la bandera olímpica llegó a Barcelona procedente de Seúl. Qué más da, dirá usted, que la actuación no ocurriera en ese momento, si la imagen de aquellos Juegos Olímpicos no es otra que un decorado de opereta, fuegos artificiales y un Barcelooooonaaaaaa magistralmente chillado. Un trampantojo, como todo aquello. Porque aquel año nuestro país no solo organizó la XXV edición de las olimpiadas modernas, sino que inexplicablemente se hizo con veintidós medallas – catorce de oro, entre ellas la de nuestro paisano Moreno Periñán- y, sobre todo, nos subió al podium de los países más modernos, democráticos y prósperos del momento. Éramos el país de moda; aquel 1992 celebramos el Quinto Centenario cuando no nos daba ningún empacho de hablar de «Descubrimiento», hicimos una Exposición Universal, el AVE llegó a dónde pudo, y más de un noventa por ciento de los españoles aplaudía la campechanía de los Borbones -aunque ahora todos digan que sabían lo de Juan Carlos- y del gobierno de Felipe González. La vida era fácil, todavía. Sin imaginar lo que se nos venía encima, Ana Obregón anunciaba la llegada del verano con un posado de hechuras imposibles y ganamos el festival de OTI. Nos poníamos hombreras hasta para ir a la playa y usábamos crema de zanahoria no para broncearnos, sino para achicharrarnos, que es lo que hacíamos. Todo era más fácil, o al menos, nos lo parece ahora, desde este lado. Porque eso también lo tiene la memoria, que dulcifica los malos momentos y los transforma en nostalgia. 

  • Aquel verano del 92, mientras Sevilla y Barcelona se disputaban ser la reina del baile, en Cádiz nos cortaban el agua a las siete de la tarde por la pertinaz sequía, después de despedir a las más de doscientas embarcaciones que participaron en lo que llamamos entonces -y ahora, para qué andarnos con remilgos – la Gran Regata, que nos hizo creer por unos días que éramos lo que siempre nos habían dicho que fuimos. La memoria, insisto. 

  • Por aquel entonces, el Trofeo Ramón de Carranza -si hablo de hace treinta años el pecado ya ha prescrito, creo- ponía el broche de oro de la temporada y el final del verano no nos parecía tan triste. Hacía poco que la piqueta se había llevado por delante las casetas de la playa y, con ellas, las olitas de los primeros botellones y las bandejas de patatas del Canadá -usted me entiende porque hablamos el mismo idioma- y el fútbol era una excusa para apurar las noches que ya se iban haciendo más cortas. No aplaudíamos al Sol, claro está, porque sabíamos que volvería a la mañana siguiente, pero nos juntábamos en la playa esperando el final del partido. No estoy muy segura de que las cosas fuesen así de idílicas -bueno, estoy muy segura de que no eran así de idílicas – pero aquel 30 de agosto de 1992 el Sao Paulo se hizo con la copa grande del escaparte de Moral tras «vapulear, humillar y destrozar al Real Madrid», que así de políticamente poco correcta era la prensa del momento. El Cádiz quedó el último, por detrás del PSV Eindhoven -me he tenido que documentar porque yo de fútbol no sé nada – y, un año más, el Trofeo consiguió llenar las gradas del estadio gaditano.

  • Luego vino lo que vino y no seré yo la que se lo recuerde. Pero viendo lo que tienen programado el Cádiz CF y el Ayuntamiento para la «Noche del Trofeo» -de cuatro a dos, luego a uno y en breve a nada-, más nos valdría no tener memoria. Y no entraré en la polémica de las entradas gratuitas, los costes de emisión de las entradas y el jaleo de la plataforma, sino que me detendré en la «alternativa de ocio sostenible, respetuosa con el medio ambiente» que nos espera el próximo jueves, porque he visto el programa de las fiestas de Moros y Cristianos de Benamahona y es muy parecido. 

  • Así que pasaré por alto la batucada -ay, las batucadas-, el DJ y el cañón de espuma y su chorro «de entre cuatro y seis metros», pero me puede, y mucho,lo que el programa considera «la gran atracción», el taller iglú con los pingüinos, el guardián del Agua y «un oso polar», sobre todo me puede el oso polar, porque ya sabemos lo que dan de sí lo osos polares en Cádiz. 

  • Y, sobre todo, me puede la memoria que dejaremos a los que vengan detrás. Lo mismo habrá un incauto -o una incauta – que incluso dude de que todo haya existido.