Claves Tricentenario

El Traslado en su contexto internacional

  • Cádiz se convertiría en un 'Emporio del Orbe' sin parangón en ninguna otra época posterior

El siglo XVIII comenzó con una larga guerra, con los países europeos combatiéndose entre sí. Se libró en dos escenarios: el continental y el marítimo. En España se cebó especialmente, no en vano fue aquí donde todo había comenzado. La muerte del último monarca de la casa de Habsburgo, Carlos II, sin descendencia, animaría a las potencias de Europa a apoyar al candidato al trono más acorde con sus intereses. Los mismos españoles se dividieron entre sí, defendiendo diferentes pretendientes. Francia, en unión de los castellanos, andaluces, extremeños, gallegos, algunos aragoneses, etc. se inclinaron por un rey de la casa de Borbón, el futuro Felipe V, mientras Inglaterra, Holanda, el Imperio Austriaco, Portugal formaron coalición con otros aliados menores y la mayoría de los catalano-valencianos y aragoneses en apoyo de Carlos, perteneciente a la casa de los Habsburgo reinante.

El conflicto, como tantos otros, se saldaría con la paz y la firma de varios acuerdos. El suscrito en la ciudad holandesa de Utrecht en 1713 es para nosotros el más interesante. Allí se estableció, entre otras cosas, la entrega a los británicos de Gibraltar y Menorca, además del monopolio del suministro de esclavos a la América hispana y la autorización para transportar hasta 500 toneladas de productos propios en las flotas españolas hacia América. A los austriacos se les entregaron a su vez los territorios italianos pertenecientes a la Corona española.

Guillén. Guillén.

Guillén.

Con motivo de la Guerra y de Utrecht cambiaría el mapa político de Europa y el sistema de alianzas. El Reino Unido había salido claramente beneficiado, aunque España conservara sus territorios americanos. Su estrategia consistirá, prácticamente a lo largo de todo el siglo XVIII, en impedir la formación de una potencia hegemónica en el continente europeo y en ampliar su poder naval, gracias al cual podía mantener expeditas las vías de comunicación con sus colonias. La importancia de esta acción se acrecentaba, por la necesidad permanente de materias primas procedentes de allí y por el desarrollo notable que estaba adquiriendo el comercio ultramarino.

La relevancia estratégica de Cádiz y su bahía será mayor tras el reforzamiento de la presencia británica en el Mediterráneo y la política emprendida por España apenas unos años después de la firma del Tratado, con vistas a la recuperación de los territorios perdidos en Italia. Y así será a lo largo de todo el siglo XVIII, como sin duda viene a demostrar la batalla de Trafalgar del año 1805, no lejos de la Bahía. Paralelamente, el desmembramiento de la mayor parte de los territorios europeos hasta 1713 pertenecientes a la Monarquía española y, por tanto, la disminución de sus compromisos en el Continente, elevaron la política atlántica, más concretamente, el interés por las relaciones entre la Península y sus relaciones con América al primer nivel de preocupaciones de la Administración. Las razones para descuidar este vínculo y optimizar los frutos económicos del mismo seguirán el mismo paso. En la alta Administración del Estado, pero también entre los tratadistas de finales del XVII y las primeras décadas del Setecientos se pensaba que España había descuidado sus provincias ultramarinas. Había llegado el momento de las reformas.

Pero dicha política exigía de la Corona española una iniciativa paralela: aumentar su Marina de guerra y la flota mercante. La segunda era la base de los contactos económicos con la otra orilla del Atlántico; la primera su ineludible protección frente a los enemigos, sobre todo los británicos, que pretendían dificultarlos. La pertenencia a una misma estirpe, los Borbones, de los reyes de Francia y de España, sellaron los llamados Pactos de Familia entre las dos monarquías. De esta forma, ambos países abandonaban su enemistad anterior, uniéndose frente al enemigo común: el Reino Unido, poseedor por aquella misma época de la flota más poderosa de Europa.

Para impulsar el comercio y la construcción naval, se tomaron, casi desde el primer momento, dos medidas trascendentales: reforzar el monopolio mercantil gaditano trasladando desde Sevilla a la ciudad las dos instituciones señeras del comercio con América, es decir, la Casa de la Contratación y el Consulado de Indias. Lo que se llevó a cabo por decreto de 12 de mayo de 1717. Y, además, convertir la Bahía en el núcleo de gobierno y administración de la Armada. Si la primera iniciativa, a pesar de las quejas de la capital hispalense, representaba un empuje contundente en favor del desarrollo del comercio y las finanzas en Cádiz, que ya no pararía, con alguna ralentización intermedia, a lo largo de la mayor parte del siglo XVIII; la segunda transformaría San Fernando, hasta 1766 dependiente de una u otra forma de Cádiz, en la sede de uno de los mayores centros de construcción de barcos, en lo que se conoce con el nombre de Arsenal de La Carraca. El imparable desarrollo internacional de la actividad mercantil, con las colonias como protagonistas, haría el resto. Cádiz se convertía, en unión de las poblaciones aledañas de su bahía, en un verdadero Emporio del Orbe, sin parangón en ninguna otra época posterior.

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