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Te estoy amando locamente | Crítica

Orgullo retroactivo

Una imagen del filme dirigido por Alejandro Marín.

Una imagen del filme dirigido por Alejandro Marín.

He aquí un nuevo ejemplo de oportunismo disfrazado de alegato político a propósito de, o cabe decir a costa de, la Transición y su paulatina apertura de libertades cívicas y sociales. Con título prestado de la conocida canción de Las Grecas, el filme escrito y dirigido por Carmen Garrido y Alejandro Marín viaja hasta la Sevilla de 1977 para reivindicar al colectivo homosexual local de aquellos días, su relación con otras luchas desde los movimientos obreros cristianos y su batalla en las calles por la derogación de la Ley de Peligrosidad Social que los mantenía en la marginalidad legal más allá de los armarios familiares y culturales.

La cosa es que, en su formato narrativo abiertamente didáctico y simplificador propio de estos tiempos, la película parece olvidarse de que, por aquel entonces, cuando España aún no disfrutaba de las libertades y derechos de hoy, existía ya un cine, el de los Bigas Luna, Ventura Pons, Eloy De la Iglesia, Pedro Olea, Javier Aguirre o Vicente Aranda, que afrontaba con bastante más valentía política y, sobre todo, arrojo formal, la situación del colectivo LGTBI+, la libertad sexual o los derechos de las mujeres, por no salirnos de sus asuntos.

Lo que nos queda ahora es un cine reblandecido y pulido a la manera de las series de Atresmedia, con su vestuario, peluquería y atrezzo de época flamantes, donde todo pasa por la escritura esquemática, los diálogos explicativos, la playlist de éxitos de temporada, la teleología conceptual (lo “heteropatriarcal”) y unos conflictos que insisten en subrayar lo mal que estaban entonces las cosas y la mucha normalidad que aún queda por conquistar 45 años después.

La película tampoco afina demasiado en su tono, que oscila entre la seriedad dramática impostada y unos apuntes cómicos (véanse el personaje de Mari Paz Sayago o la escenita de la “rotura de aguas”) que desvían la intensidad y el foco de la cuestión central y más potente de la cinta, que no es otra que esa relación materno-filial que, al margen de la condición homosexual del vástago (Omar Banana), se entiende en cualquier lugar y casi en cualquier contexto. Y bueno, es ahí al menos donde Ana Wagener vuelve a brillar una vez más con su buen hacer y su convicción en un personaje que es, de largo, lo más sólido de un filme que revela todas las limitaciones del cine español industrial a la hora de echar la vista atrás con un lenguaje y unas formas a la altura de los logros o la valentía de aquella época.