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La Maison | Crítica

Vida de prostituta

Ana Girardot en una imagen del filme.

Ana Girardot en una imagen del filme.

Hace menos de un año veíamos como en Un muelle en Normandía, Carrère especulaba con la idea de la infiltración como límite ético y moral para la auto-ficción a propósito de la experiencia de una escritora (Binoche) que se hacía pasar por limpiadora para documentarse sobre sus condiciones de vida de cara a la escritura de una novela.

En La maison, de Anissa Bonnefont, nuestra joven protagonista (Girardot) asume un mismo rol de infiltrada-actriz dentro de las casas de prostitución berlinesas para escribir un libro sobre ese mundo con el que superar su situación de precariedad. Basada en el caso real y el best-seller de Emma Becker, la película la sigue sin hacerse demasiadas preguntas previas y dando por hecho que entrar en el mundo de la prostitución de alto-medio standing es algo relativamente sencillo donde además se puede trabajar con cierta independencia al margen de las mafias y redes de trata de blancas.

Superado ese (importante) escollo, lo que parece interesarle al filme es más bien el proceso mediante el cual nuestra puta-escritora (a la que casi nunca vemos escribir, por cierto), puede llegar a encontrar en el ejercicio de la prostitución una cierta realización o comprensión de sí misma y de sus propios fantasmas sexuales y sentimentales, al tiempo en que alterna con hombres de distinto pelaje y condición o juega al escondite con sus compañeras.  

El problema del filme se sitúa pues en una cierta idealización (masculina) de la prostitución (no exenta de los clásicos peajes violentos o levemente sórdidos) o incluso en el blanqueamiento de esa sororidad que se fragua en los lupanares, por supuesto explotando las escenas de sexo con un plus de esteticismo que hacen de La maison una suerte de soft-porno no necesariamente feminista antes que un filme que reflexione verdaderamente sobre la sexualidad y el deseo femenino o los límites de todo ejercicio creativo.

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