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El sol del futuro | Crítica

Había una vez un circo

Nanni Moretti y Margherita Buy en una escena del filme.

Nanni Moretti y Margherita Buy en una escena del filme.

El cine, la política, el circo, la vida, el circo de la vida. Casi cincuenta años después de aquel debut underground con Io sono un autarchico, después de haber atravesado y lamentado la decadencia y las traiciones de la utopía comunista y haber batallado desde dentro contra los nefastos años de Berlusconi que aún colean, Moretti busca en este filme con cierto aire de summa y testamento anudar todos esos asuntos, gestos y modos discursivos que han hecho de su cine, con permiso del de Bellocchio, el más importante salido de Italia desde aquellos esenciales años del neorrealismo y sus bifurcaciones autoriales y modernas.

Tras el tramo ficcional más sostenido de su carrera iniciado con La habitación del hijo y culminado con Tres pisos, El sol del futuro retoma el tono y los trampantojos auto-ficcionales de Caro diario y Abril para cerrar un ciclo y alumbrar, como anuncia su hermoso título, otro por venir, quién sabe bajo qué formas y estrategias. Moretti anuda aquí la autobiografía (la suya y la de su personaje) y la crisis de pareja en la madurez, el amor por el cine, la política como compromiso cívico y el universo del circo en un relato múltiple que se entrecruza e impulsa.

El circo funciona aquí como una doble metáfora de la unión del grupo y el espacio para el juego, el combate y la ilusión. También lo hace el cine, que espejea entre su memoria (Cineccittà, Fellini y sus decorados recuperados como fábrica artesanal) y estos tiempos al dictado de Netflix (¡en una hilarante escena para poner en las escuelas de cine!) donde la fórmula, el algoritmo y el espectador narcotizado marcan el destino las producciones globalizadas.

Moretti entra y sale de su película convertido ya, por si quedaba alguna duda, en el gran bufón de su particular comedia del arte. Nunca estuvo el actor-director tan excesivo y preciso en su personaje, su dicción y su manejo del cuerpo, nunca tan liberado para lanzar soflamas y lecciones o para cantar, desafinar y bailar esas canciones (Battiato, Noemi, Aretha, Tenco, Dassin, De André…) que, como siempre, irrumpen de la nada para activar la memoria colectiva e insuflar emoción a los instantes de tránsito.

El sol del futuro, decíamos, ilumina el pasado y anuncia el porvenir. Concilia utopías y viejos deseos con la melancolía del fracaso, celebra el cine (propio y ajeno) como legado y espacio común, vuelca la autobiografía, las filias, fobias y temores, las edades del cineasta y sus huellas (del poncho tricotado de Sogni d’oro al patinete eléctrico como prolongación de su famosa Vespa), para redimirlos, perdonarlos o ahuyentarlos en una forma inteligente y autoconsciente donde el cálculo parece juego y el juego deviene ingeniería de alta precisión.

Cerebral y lúdico, lírico y festivo, irónico y melancólico, lúcido, autoparódico y siempre en búsqueda de nuevas soluciones y transiciones, Moretti alcanza aquí, en una triple pirueta, apelarnos y conmovernos hasta las lágrimas más gozosas en ese desfile final en plena calzada romana donde convoca a elefantes, fantasmas, amigos y cómplices bajo los acordes de la más hermosa marcha circense de Piersanti. Hasta la próxima.