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LOS BUENOS PROFESORES | CRÍTICA

Elogio amable de los profesores

Adèle Exarchopoulos y Vincent Lacoste en el filme.

Adèle Exarchopoulos y Vincent Lacoste en el filme. / D. S.

Thomas Lilti debe ser un buen tipo. Lo demuestra su interés por reflejar en sus películas las dificultades que se viven en mundos profesionales de la mayor importancia social y en los que es esencial la vocación. En Hipócrates (2014, cuatro años más tarde convertida en serie de televisión), Un doctor en la campiña (2016) y Mentes brillantes (2018) era la medicina, ejercida en un gran centro hospitalario y en un medio rural, o las difíciles pruebas de acceso a la carrera. En Los buenos profesores, cuyo título original es Un métier sérieux (Un trabajo serio) que refleja mejor la intención de la película, es la educación y la necesariamente vocacional dedicación de los profesores.

Son buenos y vocacionales enseñantes, desde luego, pero el propósito fundamental es poner de relieve la importancia y dificultad de su trabajo y el impacto que puede tener en las vidas presentes y sobre todo futuras de sus alumnos. El personaje guía es un profesor de matemáticas que desembarca en un colegio de tipo medio -ni excelente ni deplorable, ni de élite ni marginal- llevándonos a través del día a día del centro, presentándonos las personalidades y problemas de sus compañeros, su relación con los alumnos y las dificultades que este serio trabajo presenta. No muy graves, porque el tono es el de ese cine de vamos a llevarnos bien que los americanos llaman feel good movie. Nada que ver con otras películas francesas sobre la educación como la extraordinaria Ça commence aujourd’hui (1999) de Tavernier, Entre les murs (2008) de Cantet o Le monde est à eux (2023) de Fontanieu. Está más próxima, aunque es más floja, a la estimable La profesora de historia (2014) de Mention-Schaar.

Se agradecen tanto la buena intención de resaltar la importancia de la educación y de la cotidiana y abnegada dedicación de los profesores, como el canto a la educación pública, la crítica a los burócratas que la obstaculizan y las buenas interpretaciones de Vicent Lacoste, una estupenda Adèle Exarcopoulos y un siempre eficaz François Cluzet. Pero también se hubiera agradecido una dirección más personal y un tratamiento más enérgico. En cualquier caso, bien está llamar la atención sobre esta cuestión con modos amables que, si bien quitan fuerza, pueden sumar espectadores y alentar a los colegas de los profesores protagonistas, tantas veces decaídos por sus condiciones de trabajo.     

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