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Crítica 'Las razones del corazón'

Abismos de pasión

Las razones del corazón. Drama, México-España, 2011, 120 min. Dirección: Arturo Ripstein. Guión: Paz Alicia Garcia-Diego. Fotografía: Alejandro Cantú. Música: David Mansfield. Intérpretes: Arcelia Ramírez, Vladimir Cruz, Plutarco Haza, Patricia Reyes Spíndola, Alejandro Suárez.

Inopinadamente, sin razón alguna, habíamos abandonado a Ripstein después de Así es la vida, su personal, sobrecogedora y reflexiva revisión de Medea en los albores de la era digital. Algo extraño e incomprensible si tenemos en cuenta que algunas de sus películas, especialmente La mujer del puerto, Principio y fin, La reina de la noche o Profundo carmesí, se cuentan entre lo mejor que hemos visto y que ha parido el cine latinoamericano de las últimas décadas, cintas que todavía conservan intactos todo su desgarro y su desesperación trágica, bajo la mirada cortante de un lúcido pesimista capaz de convertir todo aquel sufrimiento humano en un portentoso ejercicio de estilo.

Las razones del corazón nos devuelve, al menos esa es la impresión, al mejor Ripstein de los noventa y también al mejor Ripstein de siempre, uno de los pocos posibles herederos de Buñuel en un cine moderno que parece haber abandonado sus raíces teatrales y barrocas en pro de un aséptico minimalismo de nuevo cuño que ha hecho de la sordidez una tendencia de estilo antes que una cuestión moral.

Nueva y encubierta versión de Madame Bovary, de Gustave Flaubert, este nuevo largo de Ripstein se mueve entre las paredes de un apartamento y las escaleras, pasillos y la azotea de un viejo edificio de la ciudad de México. Enclaustrada en sus propios límites físicos, con el exterior funcionando siempre como amenaza de embargo, ruina y muerte, la historia de Emilia (una Arcelia Ramírez espléndida, casi sobra decirlo) se precipita hacia el abismo coreografiada en largos planos secuencia, con el amour fou y la desesperación como motores para la renuncia y la autodestrucción.

Ripstein sobrevuela el aire teatral de su filme con la seguridad que da contar con algunos de los diálogos mejor escritos que hemos escuchado en mucho tiempo en una pantalla, cortesía de su esposa y cómplice Paz Alicia García-Diego, verbo afilado que pincha como un puñal en la boca de unos personajes siempre autoconscientes de su destino trágico, carne herida por la frustración y el desengaño, cuerpos simbólicos que nos hacen sentir también, ay, la crisis de esa clase media que hace tiempo perdió su horizonte de expectativas.

Ripstein acude de nuevo a la cámara en suspensión, al formato digital en su textura más cruda, al blanco y negro como colores de la desolación, para narrar a tumba abierta y sin piedad ni compasión este descenso a los infiernos encerrado en un inmueble que, como en las mejores películas de Fassbinder, funciona como espejo de las miserias del mundo. Apenas una última secuencia a modo de coda, tal vez innecesaria, rompe la tensión, el tempo trágico y la fluidez de un filme que ocupa ya un lugar de privilegio en su filmografía.

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