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Laurel y rosas

Un libro para todos

Es famosa la frase de Walter Lippman, uno de los grandes intelectuales norteamericanos de la primera mitad del siglo XX, sobre el carácter efímero y volandero del trabajo periodístico: “Tus grandes exclusivas de hoy envuelven el pescado de mañana”. Como toda cita que se precie, el uso y el tiempo la acicalan tanto que la transforman. A veces para mejor: “El periódico sirve para envolver el pescado del día y el pescado del día, si no se come, se estropea”, que promulga Manuel Jabois, columnista aguerrido y vivencial. Aunque Jabois a mí me remite a David Gistau —a quien siempre recordaré riendo, hablando de Hemingway y la Generación Perdida, de fútbol argentino y del Estadio Carranza—, que pensaba que para hacer una columna no hay que tener mucho que decir, sino la columna misma, la oportunidad. Una vez publicada, sí, la columna es ya —como el resto del periódico— insignificante, porque ese mismo día, como dice Jabois, o como mucho al día siguiente, ese «mañana» de Walter Lippman, el periódico ya es pasado, olvido, inutilidad. Más aún ahora que ni siquiera sirve para envolver el pescado. O ni siquiera a veces hay papel, y el artículo sobrevive en la edición digital, aunque solo unos días más, como si permaneciera en el limbo antes de desaparecer para siempre.

Y todo esto para compartir con ustedes que todos los artículos que desde 2014 —y hasta marzo de 2020— han ido apareciendo en este rincón del Diario ya están reunidos en un libro, “Laurel y rosas” (Editorial Palitroque), disponible en librerías. Su primer propósito ha sido reunir estos textos escritos durante siete años para que, de nuevo, recuperen su vida en papel y su alma en forma de libro. Una forma, simplemente, de darle un hálito de permanencia. También de devolverlos a los lectores que ya los leyeron y, si es posible, para que encuentren otros nuevos cómplices.

Sin el forzado enclaustramiento de marzo y abril ante la pandemia de Covid-19, nunca habría sido posible este libro. He recopilado durante el confinamiento estos 163 artículos por temas y contenidos afines, de manera que conforman ahora un todo al que he dado una definición generalista y sin duda pretenciosa: “Historia, cultura y patrimonio en Chiclana de la Frontera desde su origen hasta nuestros días”. Pretenciosa porque aun sumando 500 páginas, este relato de la historia, cultura y patrimonio de Chiclana está, forzosamente, bastante incompleto. Sin embargo, este es el segundo objetivo que contiene el libro: ofrecer más allá de la independencia de cada artículo un texto unitario. Es decir, pese a su origen fragmentario y aun siendo consciente de que es un ejercicio imposible, poner a disposición de los lectores —los de antes y los de ahora— un todo. O, al menos, el intento de un todo.

De ahí que estos artículos rehúyan una ordenación cronológica, en el sentido de que no aparecen según su fecha de publicación. Aunque sí subsiste cierta intención de organizarlos según una mínima cronología histórica, es decir, desde el origen fenicio de la ciudad de Chiclana hasta nuestros días a partir de temas y contenidos afines. E incluso, puesto a editarlos así, ha ido también imponiéndose cierta continuidad entre unos artículos y otros, que en cierto modo preveía, pero que ha acabado sorprendiéndome. Espero que a vosotros también.

“Laurel y rosas”, indiscutiblemente, debía ser el título de este libro, porque ese ha sido el título que durante estos últimos años ha recibido esta sección dominical. La elección de este “Laurel y rosas” no fue casual ni mucho menos. Respondía, o al menos esa fue mi intención, al deseo de imitar a través de la escritura de estos artículos los propósitos de esa corona de hojas de laurel y rosas que, sobre todo en el siglo XIX, se colocaba sobre la cabeza de los literatos y artistas que, como se decía entonces, poseían la “refulgente aureola de la inmortalidad”, como se escribió entonces de Antonio García Gutiérrez. Un reconocimiento en el que recuperar asuntos, personajes, libros, imágenes, episodios, testimonios de nuestra historia, de la cultura de todos, del patrimonio común que no debemos olvidar. Glorias pasadas y requiebros a la inmortalidad retrotraídos a artículos de opinión, en donde no he querido descender al fango de la política ni a ningún otro lodo del espacio público. En estos terrenos más prosaicos ya hay suficientes opinadores, con y sin fundamento. Y sin embargo en el páramo de la cultura somos minoría.

Cuanto menos, el fin de estas columnas ha sido la difusión cultural, guiños de fin de semana a novelas, ensayos, exposiciones, presentaciones, teatro, efemérides, actividades. Sirva también este libro —y este artículo— de reconocimiento, por tanto, a todos: historiadores, cronistas, investigadores, coleccionistas, actores, artistas, dramaturgos, guionistas, escritores, naturalistas, apasionados de nuestra historia como villa, como ciudad, como ente colectivo y necesario —más que nunca, si cabe entre los muros de la pandemia— para querer, para apreciar, para conocer esta ciudad. Y así seguiremos. Desde luego, siguiendo el cauce del río Iro que es nuestro pasado, presente y también futuro. Espero que este viaje por siete años de “Laurel y rosas” les sea grato.

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