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Laurel y rosas

García Gutiérrez y el elogio de Galdós

En 1923, solo tres años después de la muerte de Benito Pérez Galdós, apareció en la editorial Renacimiento una colección que contenía nueve tomos de sus “Obras inéditas”, recopiladas por Alberto Giraldo. En concreto, estas “Obras inéditas” recogen los textos publicados mayoritariamente en la prensa americana, sobre todo entre 1883 y 1893. Giraldo reunió aquellos “diez años de fecundidad admirable”, según describe, en títulos dedicados a “Fisonomías sociales”, “Arte y crítica”, “Política española” (2 tomos), “Nuestro teatro”, “Cronicón” (2 tomos), “Toledo” y “Viajes y fantasías”. Recurro a ellos porque me ha sorprendido –y creo que hasta ahora no se había señalado– que en el tomo V, precisamente el dedicado a “Nuestro Teatro”, tiene un singular protagonismo Antonio García Gutiérrez. Era conocida la fascinación que en Galdós ejerció la figura y la obra del poeta romántico –a quién le dedica algún memorable párrafo en los “Episodios Nacionales”–, pero entre estos textos que recorren historia, retratos, tumbas, estrenos y decadencia del teatro español del siglo XIX sobresalen las veinte páginas que le dedica el gran escritor al autor del “El Trovador”, precisamente en un capítulo denominado “Sectas literarias”. Es decir, los románticos frente a la herencia de Leandro Fernández de Moratín: “Pasado algún tiempo, el Teatro español tuvo de nuevo un periodo gloriosísimo con la aparición de los románticos y de la comedia bretoniana. Creo que fue en el Príncipe donde se dio a conocer el Don Álvaro, del duque de Rivas, y en el propio teatro apareció en 1836 El Trovador, drama caballeresco escrito por un joven soldado, don Antonio García Gutiérrez”.

Aunque Giraldo no da la fecha ni cita el diario donde debió aparecer este amplísimo texto sobre García Gutiérrez, no es difícil colegir que Galdós lo escribió a raíz de la muerte del autor romántico, el 26 de agosto de 1884 en la calle Fuencarral, 139, piso principal, en Madrid, donde residía junto a su hija Magdalena. “Tan enemigo era García Gutiérrez del aparato y de la exhibición, que le asustaban hasta las ovaciones de ultratumba con su solemne tristeza, y sin duda temía que aún en el silencio de la muerte habrían de turbarle las expresiones cariñosas del duelo nacional –anota Galdós–. Dejó escritas minuciosas disposiciones referentes a su entierro, que deseaba fuese tan modesto como habían sido los actos todos de su vida. Ordenaba que se le sepultase en la fosa común y que ninguna persona fuese avisada de su muerte. Tales deseos, producto de una alma que había llegado a amar ardientemente la oscuridad como el mayor de los bienes, no han podido cumplirse”.

No, el cariño del público, la admiración de las gentes del teatro, el duelo ante el Teatro Español, el funeral por las calles de Madrid, lo van a impedir. “Bien a su pesar, el cuerpo frío del insigne poeta, ha tenido que salir a la escena y presentarse a la vista del público, del mismo modo que el poeta vivo se veía obligado a exhibiciones molestas, y a soportar trémulo y ruboroso las miradas de la muchedumbre, inflamadas por el entusiasmo –continúa Galdós para poner el punto final–. El entierro ha sido pues, una manifestación cariñosa, triste como despedida de un ingenio preclaro, con cuyas obras se envanece justamente la patria. Rodeado de amigos, de artistas y escritores, de los actores más celebrados y de lo más selecto de las aspiraciones literarias y académicas, desfiló el fúnebre cortejo por las calles de Madrid, sin tumulto y con severa pompa. Descanse en paz el insigne poeta, el cristiano e intachable caballero”.

Hemos comenzado por el final, veinte páginas atrás, Galdós inicia esta semblanza del poeta chiclanero con un elogio a su proverbial humildad: “García Gutiérrez era tan modesto, tan callado, vivía tan ausente de lo que llamamos círculos políticos y literarios, que no parecía existir entre nosotros. Se le veía muy rara vez, y en los últimos tiempos solo sus íntimos gozaban de su presencia y de su conversación. Cuentan los que le trataron que la sencillez de su carácter encantaba. Huía de los aplausos y esquivaba el éxito como si fuera su peor enemigo”. Y sí, como continúa Galdós: “En derredor suyo llevó siempre la estimación general, por ser, además de un gran poeta, hombre de inmaculada rectitud y pureza, uno de esos caracteres que van siendo cada vez más raros y que desarman la maledicencia y llenan de confusiones a los pesimistas”.

Corren las páginas por la vida y las obras del poeta, entre las que destaca “El Trovador”, “Venganza catalana”, “Un duelo a muerte”, “Juan Lorenzo”, en las que se detiene y elogia. Aquí notamos solo algunos de esos apuntes de Galdós, que coloca a García Gutiérrez al frente del revolución del romanticismo. “La pequeña revolución que había hecho Moratín veinte años antes, y que parecía una revolución de gabinete por su escasa transcendencia en el ánimo y aún en el gusto de las multitudes –señala–, era arrollada por otra revolución mucho más potente, por una nueva idea que acaloraba las pasiones y conmovía al pueblo en sus sentimientos más íntimos”. Sirva como cierre, esta frase que le dedicó tras recordar el “original” estreno de “El Trovador” el 1 de marzo de 1836. “Desde tal fecha hasta ahora García Gutiérrez ha dado al teatro unas cincuenta obras, no todas tan afortunadas; pero hay entre ellas algunas que son de primer orden, distinguiéndose todas absolutamente por la galanura y concisa elegancia de la forma, por la versificación fácil y patética. En esto, todo lo que ha hecho Gutiérrez es oro puro”.

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