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Laurel y rosas

El paraíso del último “Torillo andaluz”

Únicamente una especie de ave tiene entre su denominación el carácter –y la representación– de andaluz: el torillo, es decir, el torillo andaluz (“Turnix sylvaticus” es su nombre científico), también en inglés (Andalucian Hemipode) y francés (Turnix d’Andaloisie). Un pájaro semejante a la perdiz, de pequeño tamaño, nocturno y esquivo, al que le gustaba los matorrales costeros y los palmitos. El torillo –como el andalucismo– está extinto en España y hay quien promueve, como el mismo zoobotánico de Jerez, su reintroducción a partir de ejemplares de la costa atlántica marroquí. Al ornitólogo, y amigo, Javier Ruiz le gusta contar las anécdotas de esta enigmática especie –y el debate entorno al color de su iris–, que ha dado pie a un artículo científico, “El «último» torillo (Turnix sylvaticus) de nuestros primeros ornitólogos en la Bahía de Cádiz” (El Corzo, volumen VIII), en el que, con el devenir histórico del torillo, son también protagonistas Campano, la playa de La Barrosa y, por supuesto, William Hutton Riddell y Mauricio González-Gordon.

Javier Ruiz vio en marzo de 2012 un torillo naturalizado –y hasta entonces desconocido– en la colección del colegio de Campano, desde entonces ha perseguido la sombra de aquel ejemplar, hasta que con la generosa colaboración de José Luis Aragón Panés, hoy puede sostener que, sin duda, aquella importante colección de taxidermia, perteneció al mismo marqués de Bertemati, antes de antes de partir en julio de 1930 a su refugio vacacional suizo en Lausana, del que no volvería por el agravamiento de una enfermedad, donde falleció en 1935. Creemos muy probable que este torillo de Campano pudiera ser el que inspiró a Bill Riddell para pintarlo, lo que hizo al menos en dos ocasiones, bien en su finca de “Villa Violeta” en La Barrosa o en el Castillo de Arcos, su “casa” en España. Al menos, nos gustaría pensarlo así. O en todo caso el mismo ejemplar que en 1944 le regaló Mauricio González-Gordon a Riddell.

“En aquellos días, cuando Bill pintó el torillo –recordaba Maurico–, me comentó que no consideraba acertado llamarle así. El nombre le viene por la voz, que es parecida a un mugido lejano del ganado vacuno, y me decía que normalmente el macho es el que incuba, mientras la hembra sale a buscar comida y a defender el territorio. Riéndose me sugería que le cambiáramos el nombre español torillo por el de vaquilla”. Se da así mismo la “gran” paradoja de que el último torillo andaluz, vivo y registrado en Europa –una hembra– se oyó reclamar en 1995 en la Dehesa Boyal, tan cerca de Campano. Chiclana fue, seguramente, su último paraíso.

Riddell es, y después de la publicación de “Aves desde un castillo en el sur de España” –con su listado de “Aves desde La Barrosa y alrededores, incluidas las salinas y el mar”, además de los testimonios que da desde “Villa Violeta”–, sin duda, nuestro primer ornitólogo “histórico” en el ámbito de la Bahía de Cádiz. Aunque, en cierto modo, el primer testimonio que hay sobre aves en Chiclana lo firma, curiosamente, Louis-François Lejeune (1775-1848), reconocido como «el pintor de batallas» de las Guerras Napoleónicas, cuya obra “La batalla de Chiclana, cerca de Cádiz” (1824), conservada en el Musée National des Château de Versailles et de Trianon (París), sigue siendo la gran imagen icónica de aquel 5 de marzo de 11811. Lejeune narra en sus Memorias (1851) el primer testimonio de espátulas en las marismas de Chiclana, que tiene lugar días después de la batalla, aquel 1811: “Miraba con ansiedad las dificultades que había que vencer para atravesar el barro profundo de nuestra orilla de la playa, en el caño de Sancti Petri. Sin este obstáculo, ese canal habría sido tan fácil de franquear como un río, porque teníamos los barcos y los medios necesarios para atravesarlo. Miles de pájaros de largas patas, como grullas, espátulas y flamencos de color escarlata, circulaban tranquilamente sobre esas playas fangosas, y demostraban que eran inabordable para los humanos».

Además, el investigador Abilio Reig-Ferrer nos ha recordado personalmente que el médico y naturalista alemán Joseph Waltl (1805-1888), en su libro Reise durch Tyrol, Oberitalien und Piemont nach dem südlichen Spanien (1834), escribe tras su visita a Cádiz y Chiclana en 1819, que se observan a menudo los flamencos en La Barrosa, y habla acerca de su reproducción, nidos o cómo solo ponen un huevo. Debe referirse a las marismas del caño de Sancti-Petri, si no especificase la reproducción del flamenco, esa cita de flamencos en La Barrosa podría hacernos pensar que los observara posados en la orilla del mar, como a veces aún ocurre en las playas de Doñana. O bien los viera llegar en bandos y desde mar abierto. Algo muy frecuente, aún hoy, en los flamencos.

Lo que es falso –y lo sabemos gracias al propio Reig-Ferrer– es que Víctor López Seoane viera en 1870 en Chiclana al mítico pigargo europeo, otra ave perteneciente a la población reproductora extinta. Así lo describió López Seoane en 1894, pero el profesor de la Universidad de Alicante sostiene que simplemente “se lo inventó”. Lo que en absoluto empaña ese romanticismo ornitológico que también protagonizó, sin duda, Chiclana.

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