Turismo Cuánto cuesta el alquiler vacacional en los municipios costeros de Cádiz para este verano de 2024

Laurel y rosas

Bienvenidos al verano

Tendemos a pensar que lo contemporáneo es donde todo sucede, donde todo se inventa, donde todo transcurre. Nos pasa, sin duda, con el verano. Con lo que hemos dado en llamar veraneo. Más actualmente, y con un injusto afán de despecho, turismo. Queramos o no, esta ciudad ha sido y es en el último siglo –y aún podríamos retrotraernos a esos “ricos comerciantes” de Cádiz asentado en la ribera del Iro del siglo XVII– un destino de bañistas y visitantes. Primero a la villa, luego al campo y, por último, a la playa. En 1875, por ejemplo, Chiclana ya era un referente del “veraneo” en Andalucía, aunque ahora tendamos a creer que solo lo hemos sido desde hace treinta años. La perspectiva nos la da Adolfo de Castro, que escribe en abril de 1875 un artículo titulado “De Cádiz a Chiclana” –firmado con uno de sus heterónimos, Jacinto Flores Estrada– en el que denuncia el “deplorable” estado de la carretera entre Chiclana y la Isla, incluido el puente de barcas sobre el caño Zurraque. “El trayecto desde Chiclana a Cádiz, una vez compuesto –dice–, proporcionaría a los que residen por temporadas en aquel pueblo la ventaja de venir frecuentemente a la capital, si sus ocupaciones se lo demandaban, sin las molestias y retardos que hoy se sufren; y las personas que de otras provincias vienen a veranear a Andalucía, ora por recreo, ora por causas de salud, preferirían entonces indudablemente a Chiclana”.

A esos “veraneantes”, esos bañistas, eran a los que buscaba dar también satisfacción el Ayuntamiento de Chiclana cuando en 1911 solicitó al Gobernador Civil la declaración de utilidad pública del “camino vecinal” de La Barrosa. En agosto de 1917, como seguía sin otorgársele esa “utilidad pública”, el alcalde José Fernández Caro –como ya he contado alguna vez– pide a los “mayores contribuyentes” que financien el “camino vecinal” a La Barrosa y abre para ello una “suscripción pública”. En “El Correo de Cádiz”, un anónimo corresponsal que firma como “un chiclanero”, expone el 25 de septiembre de ese 1917: “Según el favorable resultado que va alcanzando esta suscripción, la construcción del camino de la Barrosa es un hecho indudable que muy en breve veremos realizado. Con ello aumentará notablemente el número de forasteros que vendrán a remojar sus cuerpos en nuestras hermosa e incomparable playa, y Chiclana se convertirá en la mejor estación balnearia de España”.

En ese mismo periódico, “El Correo de Cádiz” de hace un siglo –el 28 de junio de 1920–, el corresponsal –esta vez sin firma ni refrendo– que informa desde Chiclana de la “solemne función religiosa” con el que “la ciudad da honor al Santo Patrón”, como escribe, también da noticia de que “las fondas vénse repletas de forasteros que organizan pintorescas excursiones a la playa de La Barrosa, ermita de Santa Ana y otros lugares típicos de Chiclana”. Ese mismo corresponsal añade sin más ánimo que dar testimonio de las novedades del verano: “Nos honran con su estancia en Chiclana, numerosas familias forasteras que vienen a pasar temporada en casa de campo o a gozar de los beneficios de las aguas del balneario de Fuente Amarga”.

Así que la villa, la ya ciudad, veía hace más de un siglo que ese “veranear” –aún no se denominaba “turismo” en español, aunque desde 1880 se registra en inglés, “tourism”– era indudablemente más que su futuro, su presente inmediato. Y por supuesto gracias por el privilegio de la playa de La Barrosa: “El porvenir de Chiclana consiste en la unión de sus habitantes para apoyar toda iniciativa que signifique mejoramiento de la población. Por eso, los chiclaneros sin distinción de colorines políticos han contribuido tan espléndida y generosamente a la pronta realización de un camino a la magnífica e incomparable playa de La Barrosa”, manifiesta de nuevo en “El Correo de Cádiz” aquel incógnito “chiclanero”. El mismo que, días atrás, escribe: “El pueblo de Chiclana, con la construcción del camino a la playa de La Barrosa, verá aumentarse considerablemente el contingente de bañistas, pues muchas familias vendrá a disfrutar de las aguas del salutífero manantial de Fuente Amargo, como la magnífica y deliciosa playa de La Barrosa, la playa más limpia, más tranquila, más hermosa y mejor que hay en el mundo”.

Esa misma playa que Adolfo de Castro en su “Historia de Cádiz y su provincia desde los tiempos remotos hasta 1814” (1858) asociaba a una etimología dudosa, porque La Barrosa viene a ser un hidrónimo repetido en Galicia, Asturias y Portugal: “En tiempos de los árabes, conocíase toda la costa entre Gibraltar y Cádiz por el nombre de Bahroz-zocac, ‘el estrecho de las angosturas’. Algo se conserva de él en la playa de La Barrosa entre Sancti Petri y Conil; y aun hay también una torre llamada de la Barrosa”. El nombre, sin embargo, lo dan aquí esas “arenas rojas” de las Piedras, los acantilados de la playa, que también reflejan ese color “bermejo” que impregnaba Torre Bermeja, la almenara de la Primera Pista. La torre de La Barrosa es aquella otra de la loma del Puerco. Entre una y otra la playa sigue siendo ese paraíso de “arenas blancas, agua limpia y oleaje reposado”, como la describen Juan Leiva y Virgilio Claver en “Cádiz, tierras y hombres”. Presente y aún futuro.

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