Radiografía de un anticapitalista que llegó a la Alcaldía

El viaje del antisistema al sistema

  • Su figura. El alcalde ha sufrido una evolución durante estos tres años pasando del idealismo radical a un moderado pragmatismo

El viaje del antisistema al sistema

El viaje del antisistema al sistema

13 de junio de 2015. Un nervioso José María González que está loco por fumarse un cigarrillo reparte abrazos en Alcaldía con sus compañeros de partido y algunos de los colaboradores con un chute de adrenalina por lo que acaba de vivir. Unos minutos antes ha regalado una escena casi mesiánica cuando se ha asomado al balcón del Ayuntamiento y ha ofrecido el bastón de mando a las cientos de personas que esperan en San Juan de Dios para aclamar el cambio en el Consistorio. Kichi, como le conoce todo el mundo, escenifica su primer momento simbólico. Es un anticipo del régimen que está por venir donde van a abundar más los signos que las evidencias. En la letra gruesa, un discurso de investidura lleno de ideología con palabras bien escogidas entre el vocabulario podemita y una carta a los reyes magos para sus primeros cien días de gobierno. Pese a todo, José María González da muestras ese día de lo que había venido enseñando en su faceta más pública como integrante de una de las comparsas señeras de Cádiz, y es el magnetismo que tiene para atraer la mirada del público, un don especial para potenciarlo en el ejercicio de la actividad política.

Estamos ante el Kichi anticapitalista, el idealista, el activista que pese a que ya es alcalde, todavía se siente como un elemento extraño en ese escenario. Es el líder político que ha ido al acto de investidura en mangas de camisa, unos pantalones chinos y unas zapatillas deportivas. Es un hombre lleno de idealismo que trata de reafirmar su dogmatismo a través de medidas cargadas de simbolismo. El cuadro de Fermín Salvochea presidiendo el despacho, su presencia para evitar un desahucio en la calle Benjumeda pese a que sabía que había poco que hacer ante una decisión judicial... Es un alcalde, en ese instante, más preocupado por no defraudar a su electorado que por representar a todos los gaditanos. Es el momento de las romerías por las televisiones nacionales, unas veces visitadas por el alcalde y, en otras muchas, con unidades móviles aparcadas en San Juan de Dios para entrar en directo con González. Las cadenas encuentran en ese alcalde con el pelo desaliñado, pendiente y tatuajes, comparsista, con un mote pegadizo y con cierta tendencia a meterse en todos los charcos, un filón mediático. Es el discurso del hambre que pasan los niños de Cádiz y de la ciudad empobrecida que pronto empieza a tamizar cuando gente de su entorno le avisa que no es conveniente proyectar una imagen tan mala de la ciudad.

Simbología para reafirmar su posición antisistema y también para emprender el camino contrario. El gesto de la compra de un traje de chaqueta en una tienda tradicional de la ciudad, publicitado a través de sus perfiles en las redes sociales, marca un antes y un después en su proyección como alcalde. José María González empieza a entender que tiene un papel institucional que es la representación de todos los gaditanos, le hayan votado o no, y que eso requiere también una buena presencia.

El viaje del idealismo al pragmatismo se va produciendo lentamente y, en muchos casos, el aprendizaje viene a base de tortazos. Es el momento en el que se pone del lado de los vendedores ambulantes ilegales tras una intervención de la Policía Local grabada en la calle, lo que le termina granjeando críticas por parte del cuerpo municipal y también de los comerciantes que pagan sus impuestos. El populismo tiene también su peaje.

Pero en ese tránsito que tiene como destino la entrada en el sistema, su transformación en alcalde de toda la ciudadanía, le hace caer en contradicciones. Es un hombre que se define ateo pero que recibe la medalla de la cofradía del Nazareno de Santa María en ese esfuerzo por ser el alcalde de todos y por no soliviantar a una parte de la ciudad que tiene también su importancia. "Muchos de nuestros votantes tienen tatuada la imagen del Nazareno", dijo en aquel momento, para justificar, a su juicio, un acto más antropológico que religioso.

Claro que hay una parte de estrategia institucional pero también hay mucho de vivencias y de pasado. En esa personalidad poliédrica de Kichi hay dosis de ideología pero también de tradición. Es un hombre al que le gusta la Semana Santa y que va todos los Lunes Santo a ver la salida de la hermandad de La Palma, al que se le puede ver sentado en una silla al final de la calle Ancha para seguir los desfiles procesionales o ir de penitencia en el Nazareno acompañando a su madre, eso sí, algo que empezó a hacer como alcalde y no antes. El regidor es un hombre que echó los dientes en el activismo social dentro de la Iglesia, al amparo del padre José Araujo, uno de los llamados curas rojos, en la Pastora. Kichi no sólo coge con el pie cambiado a la ciudadanía sino también a las altas esferas de su propio partido, que alucinan con la salida de la ortodoxia que se pregona desde la formación morada. Kichi forma parte de la corriente anticapitalista, muy crítica siempre con Pablo Iglesias.

Si el activismo social nació dentro de la Iglesia, el político vino de la mano de su pareja, Teresa Rodríguez, líder andaluza de Podemos y, por supuesto, también anticapitalista. La figura de Kichi en el lado político no se puede entender sin ella. Rodríguez es un animal político hecha para ese mundo. José María González es un personaje sobrevenido con un cierto don que jamás hubiera pensado que iba a ser alcalde de la ciudad, salvo en una cuarteta de una de las comparsas en las que intervino.

Quienes van pasando por su despacho en San Juan de Dios o quienes charlan con él en cualquier punto de la ciudad encuentran a una persona que en las distancias cortas es un auténtico crack, un tipo con una gran dosis de empatía pese a que ideológicamente pueda estar en las antípodas. Su figura va emergiendo y brillando muy por encima del resto del equipo de gobierno. La marca Kichi empieza poco a poco a superar a la de Podemos.

En él se produce una dualidad entre lo que va representando como líder político y lo que es la gestión municipal, donde el corral del Ayuntamiento se encuentra muy revuelto y con muchas dificultades para sacar las cosas adelante, unas veces por propia incapacidad de su partido, otras porque la oposición le para los pies.

Esa sobredosis de exposición en los medios se va suavizando conforme va avanzando el mandato. El alcalde empieza poco a poco a desaparecer y cada vez son más escasas sus entrevistas y también las comparecencias ante los periodistas. Además, cuando lo hace, trata de evitar los charcos. El tema del desafío independentista catalán se convierte en tabú y durante esa época prácticamente ni se le escucha. José María González va aprendiendo sobre la marcha y se presenta como un hombre mucho más cauto en su discurso. Predomina menos el directo y mucho más el comunicado, el comentario en las redes sociales o incluso, las tribunas de opinión, el modelo epistolar y enlatado del que tanto le gusta tirar.

Gracias a ello consigue uno de sus mayores picos de popularidad cuando se enfrenta a Pablo Iglesias por la compra de un chalé de 600.000 euros junto a su pareja Irene Montero. El alcalde vio la oportunidad perfecta y en el cosqui que le dio a su jefe escenificó, con el discurso populista y auténtico pegado a las tesis que defiende con lo del "piso de currante", que nunca va a formar parte de la casta que tanto abomina, aunque en esta ocasión sea la de su propio partido. Es una posición curiosa porque en su papel de alcalde se ha ido transformando en un hombre mucho más moderado y menos radical. Un antisistema que empieza a comprender el sistema y a formar parte del mismo.

En esa especie de esquizofrenia que significa conjugar su posición institucional con las siglas del partido, le lleva a entrar en colisión en varios asuntos como las corbetas de Arabia. Antes el pan que los dilemas éticos. O la imposición de la Medalla de Oro de la ciudad a la Virgen del Rosario, Patrona de la ciudad. O mucho más, le hace la cobra a Pablo Iglesias cuando trata de convencerle para que traiga a Cádiz un foro sobre la autodeterminación con plena polémica del tema catalán por medio. Es un pensamiento como alcalde, pero también tiene un componente electoral. Sabe que algo así le iba a suponer un quebradero de cabeza excesivo.

Es un hombre listo que es capaz de mantener una excelente relación con el obispo, que las cofradías reconozcan que encuentran más apoyo por parte de este equipo de gobierno que del anterior o que rectifica retirando el retweet a un mensaje de Teresa Rodríguez con el célebre "me cago en dios" en la polémica de Willy Toledo y pedir perdón. La dinamita de su parte activista antes de ser alcalde o el genocidio de América en sus inicios como regidor quedan en el olvido, a pesar de que a veces la cabra tira al monte.

El alcalde y Podemos tienen una difícil decisión y es si debe remarcar la radicalidad con la que llegó al sillón de San Juan de Dios o continuar por la senda de la moderación y tratar de pescar en un espectro más amplio del electorado, pese a que con ello asuma el riesgo de perder parte de su tropa. Lo único que tienen claro en la formación morada es que la marca a explotar, la cesta en la que tiene que poner todos los huevos, es la de Kichi, la de un personaje que supera, de momento, a su partido, al equipo de gobierno y, por supuesto, a su propia gestión. E incluso a sí mismo.

2015.El alcalde muestra el bastón de mando tras su investidura.

2015.El día que acudió a intentar parar un desahucio.

2015.El alcalde y el líder de Podemos, Pablo Iglesias, preparan sus intervenciones en Cádiz.

2015.En su despacho con el cuadro de Salvochea detrás.

2016.En la penitencia del Nazareno junto a su madre.

2018.José María González Santos se reúne en el despacho de Alcaldía el pasado mes de agosto con el embajador de Qatar.

2015.Primera boda que el alcalde ofició enchaquetado.

2017.Teresa Rodríguez y José María González, en los Goya.

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