Un fascinante erudito
Tributo a Jaime Pérez-Llorca
Conocí a Jaime al poco de fundarse AGADÉN, a principios de los 80. Teníamos la sede en la Casa del Almirante y una tarde él apareció por allí. No nos dijo que era oftalmólogo y senador del PSOE, pero sí que pertenecía a este partido. Le encantaba conocer a la extraña y temeraria gente de un colectivo ecologista que acababa de denunciar al gobernador civil por cazar tórtolas en época de veda. Sus visitas se repitieron y se hizo socio. Jaime compartía nuestras reivindicaciones. Era un ecologista de AGADÉN.
La primera vez que me invitó a su casa, me detuve ante un poema enmarcado. Se lo había regalado su madre y era el famoso If (Si), de Rudyard Kipling:
“Si puedes mantener la cabeza en su lugar cuando todos a tu alrededor la pierden, y te culpan a ti.../ Si puedes hablar con la multitud y conservar la virtud o caminar junto a reyes sin menospreciar a la gente común…/Si ni amigos ni enemigos pueden herirte…/Tuya es la Tierra y todo lo que hay en ella, y -lo que es más-, ¡serás un Hombre, hijo mío!” Creo que Jaime fue toda su vida coherente con este mensaje.
Muchas personas temían ir a casa de Pérez-Llorca porque tenía un precioso gran danés gris, Glück, que se estiraba en el sofá y te expulsaba del mismo a culazos. Era muy divertido ver las silenciosas disputas territoriales que a veces mantenía Glück con ciertos invitados a los que no gustaban demasiado los perros, ni ellos tampoco gustaban a Glück.
Las charlas en su hogar eran interesantes y agradables. Reuniones variopintas, que duraban hasta que Bibi, que siempre mantenía los pies sobre la tierra, lanzaba una indirecta sobre la hora y levantábamos el campo. Bibi había sido un bellezón (y aún lo era) de impresionantes ojos verdes, que trataba de mantener a raya los excesos de Jaime: comprar libros y revistas sobre todo lo inimaginable; llenar su casa de gente; y montar tertulias interminables, que podían tratar de la colonización británica en la India; de la faraona egipcia Hatshepsut; de los pintores flamencos; o de las leyendas sobre el diluvio universal.
Cierto día nos habló de un proyecto horrible. Pretendían desecar la Bahía de Cádiz, desde la muralla de San Felipe hasta el Faro de Las Puercas, para una terminal de contenedores. En los años 60, Dragados ya había desecado 165 hectáreas de la bahía en el Bajo de la Cabezuela con este fin, sin que funcionara por falta de contenedores, y ahora pretendía repetir el intento. La historia de esas irregularidades en el puerto de Cádiz es larga.
La empresa, que debía dragar y deshacerse de los lodos -bajo unos requisitos ambientales y a un coste evidente-, los eludía inventándose rellenos para terminales que sólo servían para depositar los lodos y, de paso, obtener ganancias ingentes. Siempre el mismo pretexto, aunque no hubiera contenedores para tal fin (eso era lo de menos). Pero en 1984, Carlos Bernal, presidente de la Junta del Puerto anunció la construcción de una nueva terminal, “que crearía 4.000 puestos de trabajo y sería el motor de desarrollo de la Bahía”.
Jaime, como buen gaditano, se movilizó y nos lanzamos a una campaña contra esta nueva desecación, que atentaba además contra las murallas de la ciudad, monumento nacional. AGADÉN insistió en que esa terminal se instalase en el Bajo de la Cabezuela. Presentamos escritos a todas las administraciones implicadas, el ayuntamiento de Cádiz (que nos apoyaba), Cultura, e incluso apelamos a José Pedro Pérez-Llorca, en esas fechas Ministro de Administración Territorial.
En plena campaña, Manuel Sosa, un joven ecologista, estudiante de biología, magnífico caricaturista y pintor (hoy famoso, pues hasta Felipe VI tiene un cuadro de su firma retratando a un lince ibérico), dibujó una caricatura de Carlos Bernal. Era un King Kong comiéndose a bocados la muralla de Cádiz. AGADÉN sacó una tirada de pegatinas con el texto: “Hoy las murallas ¿Mañana qué? Los contenedores a la Cabezuela”. Al verlas, Jaime, que no era excesivamente expresivo, no podía contener la risa. No sólo eso. A la mañana siguiente se levantó temprano y, antes de que el presidente portuario llegara a su despacho, adosó una pegatina en la puerta. Luego nos contaría que, según fuentes extraoficiales, Carlos Bernal llegó, vio la pegatina y rojo de ira, llamó al gobernador civil. Éste le preguntó si el adhesivo ponía su nombre. “No, pero es mi cara”. El gobernador le dijo que a esas alturas no se podía denunciar una caricatura.
Entretanto los derribos y las desecaciones no paraban en Cádiz. Enseguida apareció un nuevo proyecto de aterramiento de la bahía: ¡un cementerio marino! Se habían acordado de Venecia aunque no fueran las mimas circunstancias geológicas. Jaime publicó en Diario de Cádiz un magnífico artículo titulado “Salvemos Venecia”, que tuvo mucho eco. Dio la casualidad que José Antonio Fernández Ordóñez, amigo mío y presidente por entonces del Colegio Nacional de Ingenieros de Caminos, vino a Cádiz y quedé con él. Ya le había puesto al tanto y necesitábamos una declaración suya contra aquel proyecto. Nos reunimos en casa de Jaime. Ellos no se conocían, pero sus respectivos hermanos habían sido ministros de Asuntos Exteriores. La conexión entre ambos fue total. Incluso subimos con Jaime a la torre y nos mostró el telescopio y sus mapas de astronomía. Hablamos de Venus y Ganimedes, de Orión, y de Betelgeuse…José Antonio quedó fascinado. Para rematar, al día siguiente, Fernández Ordóñez tenía una rueda de prensa e hizo un paréntesis para decir: “Eso del Cementerio Marino es una mierda”. Nos cargamos el proyecto.
Jaime era un erudito gaditano que fascinaba. Entendía de todo y se interesaba por todo: astronomía, aeronáutica, botánica, entomología, historia, arquitectura, pintura, literatura, geografía, zoología…Un día, en Chiclana, le llevé a ver una curiosa oruga que había sobre un melocotonero. La miró y la estudió con mucho interés y me dijo: “Claro, es la oruga de la Graellsia isabellae, una mariposa bellísima”. Efectivamente, así era. Esos conocimientos suyos me superaron. En cierta ocasión hicimos un recorrido en yate por la Bahía. Era un día sin viento y con la mar en calma. Jaime llevaba el timón y nos fue señalando puntos de interés sobre el terreno, mientras comentaba hechos históricos y aventuras de la época de la invasión de los franceses. Daba gusto escuchar sus explicaciones y su visión de los hechos.
Cuando comenzó su deterioro, Jaime no quería que lo viese y así me lo hizo saber. Fue muy duro para él, una persona inteligente, elegante, digna, que cuidaba su aspecto, caer en declive. Una mañana me lo crucé con la señora que lo acompañaba para dar un paseo por la calle. Fue inevitable el encuentro y luego me pesó; ni siquiera podía hablar y agachaba la cabeza para no mirarme. Muy triste. Jaime murió el 26 de septiembre de 2006. Con él se fue uno de los últimos eruditos que alumbró Cádiz.
También te puede interesar
Contenido ofrecido por Turismo de Ceuta
Contenido ofrecido por CEU en Andalucía