Distinción laboral Medalla del Trabajo a Ildefonso Marqués

Los trabajos y los días de Ildefonso

  • El jefe de Publicidad del Diario de Cádiz dice haber aprendido de su padre y sus maestros una lección sobre el trabajo honrado: "Niño, me decían, que no te tengan que mirar nunca las manos"

Convertir un castigo divino en una tarea digna y que dé sentido a una vida es trabajo para hombres sabios. Ildefonso Marqués, a quien el Ministerio ha concedido recientemente la Medalla de Plata del Trabajo, ha procurado desde chico seguir el consejo que le dio su padre: "Que nadie tenga nunca que mirarte las manos", recuerda Ildefonso que le dijo su progenitor, Juan Marqués Hinojo, todavía allí en su Villamartín natal. Era un símil poético y entendible del bíblico mandamiento 'no robarás', y que conecta a Ildefonso, quizá sin saberlo, con Hesiodo, el contemporáneo de Homero que escribió Los trabajos y los días.

La conversación con Ildefonso siempre es mil veces interrumpida por el sonido del móvil, pero esta vez el moderno artilugio es portador de amigables felicitaciones, de los numerosos amigos que ha ido haciendo en su discurrir profesional. Esa gente amistosa va a componer el público que en el mes de enero asistirá a la entrega de la Medalla en Cádiz por el ministro Caldera. A pesar de eso, Ildefonso confiesa sentir "un cierto miedo escénico" ante "la obligación de tener que decir unas palabras" en ese acto. "Es decir, que estoy contento por un lado, pero nervioso por otro".

"Es verdad que si yo he llegado a tener este galardón es porque he tenido o he sabido formar un equipo con Carlos, Domingo, Pepe... lo que pasa es que las medallas no las dan, como los conejos, por colleras", se empeña en recalcar, así como en dejar claro su agradecimiento igualmente a todas las personas y entidades que han apoyado que se le concediera esta distinción que le tiene tan preocupado y contento a la vez.

"Para mí la palabra trabajo significa lo más importante de mi vida. Una de las cosas que mi padre, y los maestros que yo tuve, que no fueron precisamente los maestros oficiales, porque yo me crié en la posguerra, me decían siempre 'niño, que no te tengan que mirar nunca las manos', es decir que no te se te ocurriera robar o hacer cosas sucias". Vamos, que las cosas había que conseguirlas laborando: el trabajo como fuente de todo bien, que predicaba Hesiodo.

Su obsesión por el trabajo merece realmente una medalla: "Yo, por ejemplo, los sábados y los domingos me vengo al Diario por los periódicos y me llevo todas las ediciones y los otros diarios del grupo, controlo y cuando llego el lunes, ya vengo con tarea adelantada".

Cuando al jefe de publicidad por antonomasia se le pide que cuente su vida, él lo hace como si fuera un relato antiguo, empezando por los orígenes. Al fin y al cabo, una persona es sus raíces: "Mi padre era maestro albañil y mi madre zapatera, bueno, era zapatera porque le ayudaba a su padre". Después, cuando se casó, el padre de Ildefonso echó mano de la hombría como era entendida entonces y le dijo a Dolores Clavijo aquello de "tú ya no vas a tener que trabajar más". Pero la vida puso las cosas en su sitio: "Como le hizo siete niños, mi madre tuvo que echar mano otra vez a la zapatería", explica. "Ahora bien, mi gente dignificó la profesión. Mi gente no eran zapateros remendones. Mi madre y mi hermano te hacían unos zapatos que parecían salidos de fábrica".

Toda la vida en el Diario, así podría resumirse la historia. Ildefonso entró a trabajar en el rotativo de la calle Ceballos con 14 años, a mediados del año 50. Pero poco tiempo después, una cajera llamada Conchita vería alguna aptitud extra en aquel chaval y le propuso "ganarse un dinerito" yendo por las mañanas a "los bancos y otros mandados". Sería su primer contacto con la administración, un departamento del que dependía la publicidad. Jiménez Mena fue su primer jefe, en una época en que repartía mañanas y largas noches entre sus idas y venidas a bancos y agencias de publicidad y su trabajo "hasta las tantas" en el fotograbado. También corrigió pruebas, y atendió el teletipo.

Llegó a ser oficial primero de fotograbado, pero antes estuvo también en el Instituto Hidrográfico un año, aprendiendo las fórmulas de grabado: "Allí había grabadores buenísimos, mucha gente de San Fernando, relacionados con la Maestranza. En cierta forma fui un privilegiado, puesto que me adscribieron a la plantilla del buque Tofiño, y gracias a lo que entonces se llamaba ración a plata, con 15 años ganaba más que muchos, como criado particular del comandante del barco, aunque yo no me embarqué nunca".

Tan embebido estaba en su trabajo Ildefonso que apenas recuerda anécdotas de tantos años. O a lo mejor es que no les da las categorías de tales. Muchos problemas con la censura de la dictadura franquista, advertencias... "Cuando yo entré, con Federico Joly y Díez de la Lama, su hijo Federico estaba estudiando periodismo en la Escuela de Madridy José estaba haciendo Preu, y luego hizo Medicina". Ildefonso recuerda que sus inicios en publicidad fueron de la mano de Jiménez Mena y Fernando Fernández, en tiempos que tienen resonancias de nombres pioneros como las agencias Los Tiroleses y Publicitas, y en los que incluso algunos redactores traían anuncios locales. Entonces, "el que te llegaran cuatro páginas, por ejemplo de una bodega, en Navidades, era como una gran noticia, como si tocara la Lotería".

Aunque "ahora todo ese mundo ha cambiado mucho" él no se siente perdido. "Yo no me encuentro perdido en el campo, porque yo no he dejado de trabajar. Hasta hace muy poco, yo he ido a Madrid todos los meses, lo que pasa es que la empresa ha crecido mucho, y ahora hay gente nueva y muy capaz. Pero a los que me llaman y se sorprenden de que todavía yo siga aquí les digo siempre lo mismo 'tú sabes que los viejos roqueros nunca mueren".

Él, a su forma, también podría hacer de notario de la historia de los Joly, editores del Diario. Recuerda como, no hace tanto, "don Federico y don José Joly eran los que llevaban el periódico", y se repartían los papeles en una especie de acuerdo casi perfecto: "Así como Federico se encargaba más de la redacción y del taller, pues Pepe era el hombre más de empresa, y es curioso cómo esos papeles se repiten ahora: el presidente actual está entregado a su empresa lo mismo que su padre. Federico siempre era el hombre del taller, el que pasaba las horas de pie delante de la platina y Pepe era el de las iniciativas empresariales, mientras que su hermano nunca estaba seguro en ese aspecto, pero sacaba el diario todos los días".

Uno de las esquinas de la personalidad de Ildefonso que le ha granjeado más comentarios y bromas, debates apasionados y algunos ciertamente airados es el de sus "ideas de izquierdas", ésas que le llevaban a presumir y a ser tildado como "el único rojo del Diario". Acostumbra ahora a levantar el puño por convicción socialista y por herencia familiar, y después de tantos años de haber tenido que aguantarse el gesto. "Pero en mi trabajo, nunca tuve problemas. Sólo recuerdo un incidente con un practicante que prestaba sus servicios en el diario y que un día vio que yo tenía el libro Las últimas banderas, de Ángel María de Lera y me gritó que yo era un enemigo del régimen. Ese día me asusté, la verdad. Pero vamos, con la casa no he tenido ningún problema".

Con quien sí ha tenido Ildefonso "encontronazos" antológicos ha sido con algunos redactores. Desde los dos campos saben que se necesitan, pero el día a día es difícil a veces. Él admite que "para los redactores la publicidad es un mal que hay que sufrir", pero no se olvida de un histórico incidente con Enrique Alcina, apasionado de la música y genial cronista, con motivo de la visita del artista entonces llamado Prince a Cádiz, y de las disputas publicitarias con el mánager del cantante.

Genio y figura: "Yo no me arrepiento de nada, para mí el venirme de Villamartín y entrar en el Diario de Cádiz ha sido una satisfacción constante. Hacía lo que me gustaba. Venir de Villamartín, entrar en un periódico, imagínate, era otra vida distinta. Incluso el trato que yo tuve con los patronos no era aquel al que yo estaba acostumbrado en mi pueblo". ¿Hablamos de retirada? "Yo voy a aguantar hasta que pueda, pero creo que la naturaleza va a llegar un día en que va a decir Ildefonso, hasta aquí llegaste". Para cuando llegue ese día, tiene un plan claro: leer, leer y releer, su otra gran pasión, que ha terminado venciendo a la obligada escucha nocturna de la cadena Ser.

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