Perfiles. Serafín Gámez Heredia

La solidaridad como valor primordial

  • Posee una sorprendente facilidad para trenzar estrechos lazos de solidaridad y apretados vínculos de fraternidad con las personas con las que convive.

LOS familiares, los compañeros y los amigos a los que les preguntamos cómo es Serafín coinciden en afirmar que es un "hombre bueno". Si, después, les pedimos que expliquen en qué consiste esa bondad, unos dicen que es un trabajador incansable, otros lo califican de servicial, otros lo definen como paciente y, finalmente, otros lo ven como sencillo y humilde. Aunque, efectivamente, con todos estos rasgos podemos componer su perfil completo, en esta ocasión prefiero enfatizar un aspecto que, a mi juicio, fundamenta y condensa toda esa serie de cualidades. Me refiero a su honda convicción de que el amor -que él expresa mediante la compasión con los que sufren, a través de la piedad con los que incurren en errores y por medio de la tolerancia con los que reinciden en sus desaciertos- constituye la única fórmula para lograr el bienestar posible y necesario.

Estas disposiciones, que él ha transformado en permanentes hábitos de comportamiento, facilitan esa corriente de amistad, de simpatía y de ternura que establecemos con él incluso los que lo tratamos muy esporádicamente. A mí me llama la atención, sobre todo, la naturalidad con la que Serafín trenza estrechos lazos de solidaridad y apretados vínculos de fraternidad con las personas con las que convive. Es posible que el secreto de esta disposición comprensiva y compasiva estribe en su generosa decisión de servir para algo y, sobre todo, de servir a alguien; es una actitud que él demuestra prestando esmerada atención a las demandas, a veces silenciosas, de los que acuden a él.

Hombre sensible, delicado y afectuoso, Serafín está permanentemente pendiente de los problemas que, sin pronunciar palabras, se reflejan en los rostros de sus interlocutores a los que, también, sin necesidad de lanzar discursos teóricos, con sus expresiones serenas y con sus afables gestos, les transmite unos mensajes alentadores. Y es que, sin duda alguna, él está dotado de una sorprendente capacidad de sintonía. Su testimonio constituyen unos argumentos irrefutables de que la grandeza de los hombres y de las mujeres no depende de sus triunfos, de sus ganancias, de sus fuerzas físicas, de sus poderes políticos, ni siquiera de las capacidades intelectuales, sino de la savia interna que nutre las raíces de su identidad y de la sustancia espiritual que unifica a la persona y le confiere dignidad.

Creemos que las actitudes y los comportamientos de este ciudadano receptivo, disponible y soñador, que impregna de amabilidad sus expresiones y que colma de cordialidad sus gestos, constituyen unas estimulantes llamadas para todos los que aún mantenemos las desazones de la espera y los sueños de la esperanzas, para quienes continuamos en permanente búsqueda de luz, para los que, desde la lejanía de nuestra indecisión, pretendemos hacer realidad las utopías y transformar una realidad que sigue siendo dura para muchos de nuestros conciudadanos; para quienes seguimos en permanente búsqueda de alas para volar por los cielos de la libertad, de la solidaridad y de la paz.

Su profesión es la vida humana y su vocación consiste en ser quien es; no se empeñó en ser albañil, médico, músico, notario, político, ni economista, sino en descubrir el íntimo manantial de vida que en cada esquina de la existencia le sorprende. "Para vivir de veras -repite- necesitamos pocas cosas". No se resigna a sobrevivir. Disfruta hasta el fondo de las pequeñas cosas y es incapaz del rencor. Entusiasta y generoso, a veces, le embargan las emociones sutiles, exclusivas de los seres cultivados. Conserva intacta la capacidad de sorpresa y de admiración. Su figura constituye una llamada a la sencillez y una reacción a la angustia vital.

Frente a los listos profesionales, él posee esa sabiduría elemental y honda que sólo proporciona el dolor de la soledad, de la escasez y del desamor. Nos demuestra que todos podemos vivir en plenitud. Su cuerpo pequeño encierra un corazón grande y un alma noble. Su testimonio sencillo nos confirma que los contenidos de la fe no se entienden si no percibimos, hacemos y padecemos la realidad de la vida. Las actitudes y los comportamientos de este hombre sencillo es la mejor manera de proclamar y de explicar cómo el servicio desinteresado a los demás es la senda más directa hacia el bienestar personal y hacia la armonía colectiva. Conciliador y alegre, Serafín irradia serenidad y confianza, un creyente que responde generosamente a las demandas de la vida, ofreciendo su leal colaboración a los compañeros que prestan su ayuda eficaz a los marginados.

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