La singular familia del doctor Thebussem

Historias de Cádiz

Algunas anécdotas relatadas por el erudito escritor de Medina Sidonia Mariano Pardo de Figueroa

Las curiosas costumbres del teniente de navío de la Serna Montes de Oca

Caricatura del doctor Thebussem a finales del siglo XIX
Caricatura del doctor Thebussem a finales del siglo XIX / Archivo
José María Otero

24 de julio 2022 - 06:00

Mariano Pardo de Figueroa (1828-1918), doctor Thebussem, residió durante toda su vida en su casa natal de Medina Sidonia. Erudito, académico y escritor de notable éxito en toda España, nunca quiso dejar Medina ni su casa de la calle de la Tapia.

Gracias al marqués de Laurencin , director de la Real Academia de la Historia y autor de una biografía sobre Thebussem, conocemos algunas jugosas anécdotas de la singular familia del escritor asidonense. Era el patriarca José Pardo de Figueroa y Manso de Andrade, que vivía con tres de sus hijos, Mariano, Rafael y Francisco de Paula. El mayor de todos, Mariano, el doctor Thebussem, estaba dedicado a la literatura, siendo los otros hijos marinos de guerra. Todos los días, al finalizar la cena, entraba en el salón el mayordomo de la casa para decir con fuerte voz:

-Alabado sea Dios. Mañana viernes 16 de noviembre. San Rufino y sus hermanos mártires. Santos Edmundo y Fidencio, obispos. No es ayuno ni vigila. Buenas noches.

-Buenas noches. -contestaban a coro los comensales.

Thebussem explicaba a los visitantes las bondades de esta curiosa costumbre:

-Así sabemos el nuevo día en que entramos, luego la festividad que se conmemora, evitándonos olvidos que pudieran molestar a deudos y amigos picajosos que celebran las fiestas de sus patronos y, como cristianos que somos, sabemos si es abstinencia o vigilia para cumplir los preceptos de Dios y la Iglesia.

Cuando llegaba la hora del descanso, todos los hermanos acompañaban a su venerable padre hasta la puerta de su habitación para besarle respetuosamente la mano. El noble anciano, tras bendecirlos, decía:

-Que ustedes descansen, hijos míos, y hasta mañana si Dios quiere que nos veamos sanos y buenos.

El propio Thebussem relató en un pequeño folleto la curiosa boda de su prima María de Villavicencio y de la Serna con Dionisio Alcalá Galiano, que años más tarde moriría en el combate de Trafalgar al mando del buque Bahama.

El joven Dionisio, teniente de navío, había visitado Medina en cierta ocasión y cumpliendo reglas de cortesía sacó a bailar a varias jóvenes de la localidad. Regresó a Cádiz y pronto olvidó la visita. Pero en Medina fue muy criticada María Villavicencio por haber bailado con el marino cuando estaba prometida a Pedro Carrillo, un caballero sevillano de la Orden de San Juan.

Alcalá Galiano, al conocer tales rumores, volvió a Medina para visitar a los Villavicencio. Y en un gesto caballeresco afirmó que si el baile había causado algún perjuicio a la familia estaba dispuesto a casarse con la joven . La voluntad de María de Villavicencio fue explorada durante algunos días, hasta que finalmente aseguró querer casarse con el teniente de navío y deshacer su compromiso anterior. Thebussem, al relatar lo sucedido, señala que su tía María, “prefirió el fuero de Marina al Sanjuanista”.

Los artículos de Mariano Pardo de Figueroa eran publicados en las revistas y diarios más importantes de España. Pero al mismo tiempo, el escritor asidonense siempre enviaba copia para su publicación en Diario de Cádiz, ya que era amigo fraternal de su director y propietario, Federico Joly Diéguez.

A través de estos artículos el doctor Thebussem relató infinidad de anécdotas relativas a su singular familia, en particular del teniente de navío Francisco de Paula de la Serna y Montes de Oca, que retirado del servicio activo pasó muchos años de su vida en Medina Sidonia. Este oficial de Marina era muy simpático e ingenioso y muchas de sus originales ideas fueron imitadas por su sobrino Mariano.

De la Serna paseaba por Medina Sidonia adornado con un singular gorro de lana que había encontrado en una de sus navegaciones por Escocia. También se hacía acompañar de un criado con una enorme silla a cuestas para poder descansar en cualquier momento. Aseguraba que en toda la región no había una silla tan cómoda como esa.

Las extravagancias de la Serna llegaban hasta tener en uno de los salones de la casa su propio ataúd, listo y preparado para cuando llegara su último momento.

Cuenta el doctor Thebussem que el teniente de navío la Serna estaba tan habituado a los barcos de guerra que dirigía su casa como si fuese un navío de S.M. A tal fin redactó unas Ordenanzas para el buen gobierno de su casa, con reglas e instrucciones tanto para su familia como para el personal de servicio.

De esta manera, las Ordenanzas imponían a su propia mujer “que las órdenes y encargos a los criados se efectuaran sin repeticiones ni canseras, que son insufribles”.

En otro de los apartados obligaba a su esposa e hijos a “tener singular paciencia en sufrir benignamente los descuidos de los criados, como holocausto a la paz y la tranquilidad”. Por último ordenaba expresamente “que se evitase el llanto en la casa y que no se derramase una lágrima a no ser por muerte de algún miembro de la familia o público arrepentimiento de un pecado”.

De la Serna, presidente de la Sociedad Económica, decidió no acudir más a las reuniones de esa asociación enviando un escrito en el que decía que “estaba imposibilitado de reunirse con personas tan saludables cuando él se encontraba casi lelo”. Finalizaba pidiendo que lo excusaran “hasta que yo goce del descanso eterno”.

Algo similar hizo el propio Thebussem cuando envió un retrato suyo a la Real Academia de la Historia para asistir en ‘efigie’ a las correspondientes sesiones.

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