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EL PASEANTE

La sal de Cádiz como medicina

  • Playa de La Caleta. Por décimo tercer año consecutivo hermandades de Sevilla y Cádiz reúnen en una jornada de convivencia a los niños bielorrusos de su programa de acogida

Después de bajar del autobús, de hacer 120 kilómetros desde Sevilla, y después de atravesar la pequeña escalera que hay a la izquierda del Balneario de la Palma, Pedro accede a La Caleta. Agarra la mano de su traductora como si el ligero y fresco poniente que sopla en la playa fuera a hacer volar su leve figura. Ambos permanecen anclados en la rampa de madera. Ella redirige su mirada hacia él y puede ver que aquella faz pálida, caucásica, de diminutos cabellos rubios, y aquellos ojos enormes se mueven asustados ante el paisaje. Puede que sea la luz, inmensa, que ilumina la costa o puede que sus ojos procesen una nueva realidad aún desconocida para él.

Pedro es bielorruso y por primera vez, con siete años, está viendo el mar.

Sobre las 11:30 de la mañana, la arena vacía de la playa de La Caleta, ya caldeada por un sol cercano al mediodía, acoge a 300 niños bielorrusos procedentes del Programa de Acogida llevado a cabo por hermandades de Cádiz y Sevilla adscritas a la Federación de San Cirilio y San Metodio.

Hasta las seis de la tarde se han pasado el día disfrutando del sol, del agua, han jugado a las palas, al fútbol y han tostado su piel por ambos lados. Con seguridad, toda esta actividad y la buena alimentación que les han proporcionado han hecho desaparecer de sus cuerpos un poco más de radioactividad, la que sus organismos almacenan por estar en una zona contaminada. Una zona a la que el viento llevó las partículas contaminantes de la explosión de Chernóbil en 1986.

Los vientos dirigidos hacia el noroeste aquel día llevaron los gases de la explosión hacia Bielorrusia y ahora, casi toda la región se enfrenta a numerosas enfermedades: tiroides, leucemia o cáncer de páncreas.

La hermandad gaditana de la Vera-Cruz y su asociación de cargadores, junto a la hermandad de San Lorenzo y la asociación 'Aguaores blancos', tomaron las riendas en Cádiz para intentar aliviar la delicada situación de estos niños, a los que se les realizan revisiones médicas durante los cincuenta días que permanecerán en la capital gaditana con una familia de acogida.

La salud es el principal motivo de su visita, pero ni ellos, ni las familias, ni las hermandades que costean la estancia se olvidan de que vienen de vacaciones. Subirán las montañas rusas de Isla Mágica, bajarán las pistas blandas del Aquópolis, pero ayer tenían que disfrutar de la piscina natural que ofrece La Caleta. Desde los siete años (edad mínima permitida por Bielorrusia) hasta los 16, cuando los estudios requieren de su presencia, estos niños podrán seguir trazando sus huellas en la playa gracias a los proyectos de solidaridad de las hermandades que, según José Manuel Cárdenas, miembro de la hermandad de San Lorenzo, superan el 75% del presupuesto. Y también gracias a la Clínica de la Salud, que se ha hecho cargo de la financiación de la convivencia y del Banco de Alimentos, que según miembros de las hermandades presentes, siempre se muestran dispuestos a colaborar.

Juan Graván, responsable de caridad de Vera-Cruz, cita a la OMS al afirmar que los 45 días que los niños pasan en Cádiz aumentan en dos años y medio su esperanza de vida. "Pedimos a los niños de las zonas más afectadas, la región de Gómel, en la frontera con Ucrania".

Pedro, por su parte, perdió el miedo, se lanzó a la arena, entró en el mar y comprobó, con una sonrisa, que todo era verdad.

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