Cádiz

Un portero llamado Antonio

  • Emotivas palabras de despedida de José Grima Peña a Antonio Alfaro tras su fallecimiento. 

Antonio Alfaro, el portero de San Felipe.

Antonio Alfaro, el portero de San Felipe. / D. C.

Aunque ya voy camino de los 40, recuerdo como si fuera ayer el primer día que crucé las puertas del colegio San Felipe Neri. Entré de la mano de un amigo llamado Paco a la clase de la señorita Conchi, buscando mi hueco en una clase de 'parvulitos', sin saber que esa sería mi casa durante más de 15 años.

Ese día, como tantos otros, llegué de la mano de mi abuela, y allí me presentó a un señor llamado Antonio. Ahí fue cuando me dijo que ese señor había llevado, por las calles del casco antiguo, a mis tíos al colegio junto a otros niños que se unían en una fila interminable hasta el viejo colegio San Felipe, en el que luego trabajaría como bedel y más tarde marcharía al nuevo centro de la avenida.

Ese flash ha vuelto a mi mente al enterarme de tu marcha. Ese y tantos otros. No eras el portero de la EGB, eras nuestro ídolo. Rodeado de una vieja máquina de escribir, una imprenta cuyo olor impregnaba toda la entrada y el ansiado botón de la sirena, pasábamos los años a tu lado. Cada día nos jugábamos un castigó de ‘Lelé’ por estar durante el recreo en la portería y no en el patio. Cada día veíamos en ti al amigo que te aconsejaba y el enfermero que te curaba cuando te caías. Estábamos deseando que nos mandaras un recado que saliera de ese tablón de llaves que había en tu cuarto, o que nos dejaras repartir circulares con esa tinta de aroma inconfundible. Igual que en verano esperábamos verte vendiendo los libros de texto o en navidad con las participaciones de la lotería.

Una vez que salí del colegio volví muchas veces, y parar a verte era obligado. Para ti parecía no pasar el tiempo, hasta que la jubilación te hizo abandonar tu vida, y esa portería quedó huérfana para siempre.

Mirando hacia atrás, seguro que somos muchos los que te recordamos con un bastoncillo azul que curaba un labio partido, cogiendo ese teléfono que tan añejo sonaba o diciendo ‘zumba’, para que supiéramos que estábamos curados de cualquiera que fuera nuestro mal diario. La mayoría inventados para robarle minutos a la hora de salida.

No tiene esta ciudad, ni ese colegio, palabras suficientes para agradecerte a tantas generaciones a las que has cuidado. Gracias Antonio Alfaro por tanto. Donde estés, estarás leyendo esto con una sonrisa tímida, desde un discreto segundo plano, pero con la alegría de que serás eternamente recordado.

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