En un contexto actual en el que tanto se reclama la laicidad, la parroquia de San José de Cádiz invita este miércoles 13 de diciembre a mirar esta cuestión desde el otro lado de la ventana, ese que reclama el derecho a creer. ¿Dónde acaba una reivindicación, la de aparcar de la esfera pública las creencias religiosas, y dónde empieza la otra, la de la libertad de credo?

Este es, precisamente, el objetivo que se marca la parroquia de San José, que sigue desarrollando este mes de diciembre la iniciativa El Atrio de los gentiles, "en su afán de aportar una reflexión sosegada entablando un diálogo con la cultura y la sociedad de hoy"; y, en concreto, sobre esta cuestión, "esta realidad que nos incumbe a todos y que requiere nuestra consideración para adquirir criterios que nos permitan discernir e interpretar lo que sucede en nuestro tiempo", tal y como expone el párroco, Alfonso Gutiérrez.

Esta reflexión sobre el derecho a creer se adoptará en San José de la mano del profesor de Derecho Civil de la Universidad de Cádiz Rodrigo Sánchez Ger, que expondrá su visión del asunto a las 19.00 horas de este miércoles en el salón de actos de la parroquia de extramuros.

El derecho a creer

Varias son las consideraciones que respecto a esta reivindicación del derecho a creer lanza Alfonso Gutiérrez. En primer lugar, recuerda el párroco el artículo 18 de la Declaración Universal de Derechos Humanos, "que asegura que todos tenemos derecho a nuestras propias creencias, a tener una religión, a no tener ninguna o a cambiarla".

"Toda persona tiene el derecho a creer en Dios en libertad, sin imposición, sin discriminación, sin persecución. Pero más de la mitad de la población mundial sufre ataques injustos a su libertad religiosa", insiste Alfonso Gutiérrez, que asegura que más del 62% de la población mundial "vive en países con graves violaciones a este derecho, especialmente los cristianos, el colectivo religioso más perseguido en nuestros días y que es necesario que se respete".

"Que este derecho se pueda manifestar de manera individual o colectiva, en público y en privado; como por ejemplo poder llevar un signo religioso, o manifestar pública y colectivamente la fe en una procesión como es el caso en nuestra tierra de la tan arraigada religiosidad popular; o por la enseñanza, la práctica, el culto y la observancia en todos los países del mundo", reflexiona este sacerdote diocesano, que reclama a las autoridades "que protejan y custodien este derecho para toda la humanidad por igual, porque todos tenemos la misma dignidad". "Que ninguna fe pueda ser obligada a ser vivida y que ninguna violencia sea justificada en nombre de Dios", añade.

Por último, recuerda las palabras del Papa Francisco, "que nos dice que haya personas perseguidas por profesar públicamente su fe es inaceptable, es inhumano, es una locura”.