Nueva temporada para un Teatro Falla envejecido

Equipamientos

Hace una semana se presentó la programación de otoño-invierno del coliseo más querido de la ciudad y, en vistas de sus múltiples desperfectos, también uno de los más dejados

Imágenes de los desperfectos en la fachada del Teatro Falla

Detalle de la fachada del Gran Teatro Falla. / Jesús Marín

Hay veces en las que el continente supera el contenido. Y no sería raro que dicha circunstancia se diera en un coliseo como el Gran Teatro Falla –un ser vivo más que un espacio escénico, el triunfo de la apropiación ciudadana de un equipamiento–, sin embargo, el actual estado del (horriblemente) llamado Templo de los (caídos) ladrillos coloraos está a un abismo de su propia fama. Dejado, al lejos, decante, al cerca, la cara visible del Falla está envejecida y, de esa guisa, recibe una nueva programación.

El mes que viene empieza. Con presencias flamencas y teatrales notables. Con la aclamada obra Una noche sin luna, de Juan Diego Botto –que en octubre, por cierto, debuta como director cinematográfico–, se viste de bonito el señor de la plaza Fragela para un otoño-invierno donde también lucirá de pret a porter con José Mercé, María Moreno, David Palomar, con los esperadísimos (los que más rápido han despachado sus localidades en la primera semana de venta) diseñadores del humor Manolo Morera y Carlos Mení... Sí, ya, mucho local y mucha provincia, pero (y disculpen el chovinismo) es que en Cádiz hay artistas de calidad para muchos metros de tela que cortar y con los que engalanar estas tristes hechuras que se le han quedado al Falla desde hace demasiados años sin que los responsables públicos (ni los de ahora, ni los de antes) nos lo pongan a plan.

Y no es que, a buen seguro, nuestro viejito teatro se vaya a mostrar en baja forma con India Martínez, ya saben, última pregonera del Carnaval de Cádiz; con las maratonianas jornadas a ritmo de cabaret que propondrá The Hole; con el músico Ismael Serrano; con el inclasificable Albert Plá; o con esos caminos de ida y vuelta que Miguel Poveda recorre entre flamenco y copla y a los que siempre reacciona el gaditano, grito en boca, desde las alturas que domina el paraíso de Abarzuza. El Falla responderá, siempre responde, al arte aunque su cuerpo se resienta y gotee.

Que gotea, dejando huellas de humedad en las paredes de la estancia secreta que se perfila por encima de falso techo, un lugar tan mágico como abandonado que se comunica con el peine escénico y al que accedió Diario de Cádiz, en su última visita a las entrañas de la bombonera gaditana, hace un año.

Tampoco están lo suficientemente adecentados el foso y el contrafoso, utilizados prácticamente como trasteros de su propia historia, a pesar de la belleza salvaje de su bosque de pilares de madera y del enigma que encierra el pozo de marea. ¿Pero qué le vamos a pedir a la bajera si no luce primorosa ni la cara visible?

La fachada neomudéjar pide a voces una rehabilitación. Y no porque en la nueva temporada vuelva a sonar La Boheme, la ópera de Puccini con la que se inauguró este teatro hace más de 110 años; o porque Toma Castaña esté de aniversario. El exterior del Falla no es que necesite un buen lavado de cara porque este invierno se les dé un pequeño gusto a los aficionados a la zarzuela (La tabernera del puerto); o porque sea un Teatro de Piel (oiga, y a ver si se recupera el verdadero sentido, precovidiano, de este ciclo que era el de presenciar las obras en el mismo escenario); o porque pida una presencia a la altura de los gaditanos y muchos visitantes que se acercan al Concurso Oficial de Agrupaciones Carnavalescas, al Festival de la Música Española (¡viene el maestro Tomatito, dijo José Mercé!) al Festival Iberoamericano de Teatro. No. El Gran Teatro Falla necesita una rehabilitación de su cara visible porque es embajador, sin moverse, de Cádiz (qué arte más grande), emblema y distintivo de nuestra ciudad. Porque es uno de nosotros y lo amamos.

Desperfectos en la cara visible del Gran Teatro Falla. / Jesús Marín

El Gran Teatro Falla de Cádiz pide andamio por derecho porque van para 40 años de la última vez que se le metió mano, porque no se le ha tocado desde que la Reina Sofía lo viera –Su Emérita Majestad lo reinaguró en 1990 tras la gran rehabilitación integral a cargo de Otero y Carbajal–, y porque, al parecer, el concepto de mantenimiento del patrimonio no tiene rentabilidad política para ningún partido en esta ciudad y, me atrevería, tampoco en esta Comunidad.

No olvidamos, por supuesto, que en 2010 la plaza Fragela que lo abraza fue objeto de una remodelación que se concretó en una mejora integral del firme y pavimento de la zona que incluía la eliminación de barreras arquitectónicas, es decir, que desapareció aquel escalón que bordeaba el teatro (bien, muy bien). Y tampoco se nos pasa por alto que en 2017 la accesibilidad siguió mejorando (adecuándose a norma) para las personas con movilidad reducida y discapacidad cuando se hicieron las obras en el cuarto de aseo, en la planta baja (zona Platea par), y en la zona central del patio de butacas para la instalación del bucle de inducción destinado a espectadores con problemas de audición.

Entre finales de ese mismo año y principios del 2018 también se colocó la rampa hidráulica para la carga y descarga en la trasera y se sustituyó el puente que unía las dos zonas de camerinos por otro levadizo para facilitar la instalación de atrezzos de gran envergadura.

Hasta hoy nada se ha sabido del ascensor, del acondicionamiento térmico (¡que el Falla no tiene calefacción ni aire acondicionado!), del aislamiento acústico del exterior o de una caja acústica modernizada, entre las quejas más repetidas por la oposición en los últimos tiempos.

Mientras, han pasado los años y el Falla ha envejecido. También por fuera. Y hay hasta quien, como un souvenir, se lleva sus pedazos a casa. Fíjate tú qué ánge.

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