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Ciudadanos de Cádiz

"Las noches de Cádiz han perdido el sabor y el duende"

HAY mucho Cádiz en las paredes de la Tasquita de Joselito, el bar que regenta la mujer de Susi, Ana María, en la calle Cristóbal Colón y donde él participa como consejero. Fotos de El Perdón, la comparsa 'Pregones', el coro 'Los tangueros', La Caleta o 'Mágico' González acompañan a los clientes. La ciudad que vivió (y que añora) Susi. La ciudad en la que era normal ver a los vendedores de marisco tal y como Susi posa, impecable, para esta entrevista.

-¿Cómo empezó todo?

-Mi abuelo por parte de padre, también Joselito, vendía marisco por la calle en canasto. Entonces había mucho marisco y de categoría, no como hoy. Había muchos barcos en el muelle, que quisiera yo saber dónde están hoy. En aquella época el marisco congelado no existía porque, entre otras cosas, no existían las neveras. Mi padre montó antes una pescadería en la calle Bilbao. En la esquina con la calle Flamenco, donde vivíamos, estaba el bar Pepín, que era un bache, bajo nuestra casa. Mi abuelo habló con el dueño para que mi padre vendiera marisco a través de una ventana grande que daba a la calle. Mi padre empezó a hacerse conocido porque el marisco era excelente y en mi casa mis abuelos y mi tía Maruja y mis padres cocían el marisco para matarse. Mi tía tenía un don para cocer.

-¿Qué hacía usted entonces?

-Iba al colegio, pero no me gustaba. Durante una buena época trabajó allí mi padre, desde mediados de los 60. Yo empecé a trabajar con él, a los 14 años, creo, cuando mi hermano Manolín, que ya trabajaba con mi padre, se fue a la mili. Mi abuelo seguía supervisando y eligiendo el marisco. Mi padre fue cogiendo renombre.

-Del bar Pepín, ¿cómo fue el salto a Joselito?

-El dueño de El Pepín cogió el local de La Era, una tienda de ropa para militares que estaba en la misma acera de Nueva, lo que es actualmente el Pepín. Iban a abrir un bar ya con tapas. Y el negocio querían llevarlo ellos y abrir una zapatería en el local de la esquina. Mi padre se lo veía venir. Pero tenía que sacar adelante a ocho hijos. Tenía un piso con ocho habitaciones en la plaza San Agustín. Allí quería que viviésemos todos, pero al morir mi madre, muy joven, no tenía ganas de mudanza y se quería quedar en la calle Flamenco. Entonces se le ocurrió cambiarle el piso al dueño de Confecciones Asensio por el local del Bar España, en la esquina de Nueva y San Francisco, que era suyo, para poner allí la marisquería. Así nació Joselito en mayo de 1976. Empezamos a trabajar con él por derecho algunos hermanos. Manolín, Fali, yo y el Peque más tarde cuando se abrió la terraza. Con cuatro personas en la cocina y dos sirviendo, más nosotros cuatro.

-¿Daba el marisco para mantener a ocho hijos?

-En unas condiciones cortitas, pero salimos adelante. Fue una infancia muy feliz en la casa de vecinos de la calle Flamenco. Mis hermanas y mi abuela Juana se hicieron cargo de la familia. Lo de mi abuela Juana no era normal. Cocinaba para diez, cocía marisco, limpiaba cigalas... Eran mujeres irrepetibles.

-La familia cocía el marisco en una casa de vecinos. ¿Cómo era eso?

-Se cocía a diario y se vendía a diario porque no había neveras. El verbo es cocer, con 'c', ¿no? Sí, coser con ese es de Pepi Mayo. En el patio de nuestra casa cocíamos el marisco al principio en peroles de cinc con carbón y luego con el butano. Las cigalas se limpiaban una a una con cepillos de esparto. Y se separaba el 'roto', que eran los restos del marisco que no se podía vender al público, pero se le vendía a los bares para la ensaladilla o el salpicón. Teníamos un marisco de categoría. Yo hoy compro gambas que en aquella época se usaban para el arroz. El marisco de entonces no tiene que ver con el de ahora.

-Y la marisquería Joselito no pudo cumplir 40 años.

-Hace dos años vendimos por motivos de jubilación, con todo del dolor del corazón. Pasaba por ahí y me daban ganas de llorar. Lo mantuvimos y lo estiramos veinte años después de morir mi padre. Antes abrimos la terraza, que ahora llevan Fali y Peque. Pero tuvimos que cerrar cuando vino el castañazo de la crisis. Bueno, la crisis y el descenso de calidad del marisco. Nos vimos obligados a ampliar la oferta de tapas.

-Tenía que matar el gusanillo de alguna forma, ¿no?

-Por eso ayudé a mi mujer a abrir la Tasquita Joselito. Este negocio es de ella. Abrió hace 20 meses. La aconsejo en lo mío, que es el marisco. Le va bien, gracias a Dios.

-¡Lo que no habrá visto usted detrás del mostrador durante tantos años!

-En Joselito paraba lo mejor de Cádiz. Señores con buenos modales de los que aprendí mucho. Hoy hay marisco en todas partes. El más tieso tiene marisco, pero no buen marisco. Antes era de calidad y esos señores sabían donde encontrarla. Había mucho marisco bueno y poca gente para comprarlo. Ahora hay mucho marisco malo y mucha gente para comprarlo.

-Entonces, ¿cualquier tiempo pasado fue mejor?

-En el negocio del marisco, sí. Se han perdido tradiciones que han afectado a las ventas. El día de San José era un escándalo. Había miles de pepes en Cádiz. Regalos de mariscos para Don José, por favor. Y encima el Día del Padre. Del Corpus, para qué hablar. Se empezaba a cocer marisco dos días antes. Había mucho parné. Astilleros, la fábrica de tabacos y el muelle se notaban. Las terrazas llenas. Se ganaba mucho dinero con horas extras. Sabías que al otro día lo ibas a volver a ganar. Se vivía al día, a divertirte. Gloria bendita. Ahora Cádiz está muy bien, muy bonito, pero con casi todo el mundo tieso.

-A ver si ahora con la carga de trabajo en Astilleros...

-Eso esperamos. Son otros tiempos, pero a Joselito venían los sábados trabajadores del chorreo o el andamiaje que sacaban los billetes de los bolsillos como si fueran papelillos. Los tiraban en el mostrador y si uno compraba un kilo de gambas, el de al lado compraba dos. Hasta hartarse. Y eran simples trabajadores. Eso demuestra que si a Astilleros le va bien, todos salimos ganando.

-Cuando en Cádiz la noche era mucha noche.

-Yo he vivido la noche. Con veinte años salía de trabajar y me tenía que divertir. Y te encontrabas gente de los bares por todas partes. Los camareros locos porque les pusieran una copa a ellos, ya tranquilos. Pero ya no me divierto en la noche. Se ha perdido el sabor.

-¿Y a qué sabía la noche?

-A reuniones de arte, con duende. La noche ya no existe. Hay muchos parados y los que tienen arte, está tiesos y no pueden salir. Ni quedan sinvergüenzas con clase, como El Beni. Había locales en Cádiz de puro arte, abiertos hasta las tantas.

-El Cádiz que se perdió, recordado este año por el pasodoble de 'Los cobardes'.

-Martínez Ares lo ha clavado. En San Juan de Dios había 25 bares y puedo nombrarlos a todos. Más coches de caballos que taxis. Un ambiente que llegaba hasta el bar Compostela, lo que ahora es Gordillo en San Francisco.

-Entonces, que le quiten lo bailao. ¿Algo 'delicado' que pueda contarnos?

-He visto a Mágico González ser el mejor en todo, como persona y futbolista. Era un bohemio, con David Vidal detrás para que se fuera a casa. He conocido a mucha gente. Con los jugadores del Cádiz me iba mucho de marcha. Cuando el equipo ganaba, claro. Al Metropol o Las Pérgolas. Cuando perdía, había un piso franco donde nos reuníamos, para que la gente no diera la bronca a los jugadores, que luego les gritaban 'Cubatas, cubatas' en el Carranza. Pero no voy a contar nada. La noche se queda en la noche. A la plantilla la invitaron a Atlanterra, en Zahara de los Atunes, tras conseguir un ascenso. Yo fui como uno más. De colao.

-Cadista, sí. Pero... confiese. Usted es también del Barça.

-Y la historia de cómo me hice culé es curiosa. El almacenero de la calle Flamenco, Antonio, era del Barcelona. El único por la zona y le daban unas cargas tremendas porque todo el mundo entonces era del Madrid. Vendía galletas Cuétara pero al peso. Y claro, se quedaban al final los trozos de galletas rotas. "¿Tienes mijitas?", le preguntaba yo al almacenero y el a su vez me preguntaba de qué equipo era. Según la respuesta me daba o no las mijitas. "¿Yo?, del Barsa". Estaba claro. Por comerme las mijitas era yo del Sestao si hacía falta. Y así, de esta manera tan tonta, me hice del Barça.

-¿Cómo ve la hostelería gaditana en la actualidad?

-Entre semana, como un desierto. Hay un partido todos los días. En Cádiz ha mejorado la hostelería. Es la base de esta ciudad. Funcionarios y bares. Se están haciendo bien las cosas porque el público exige calidad, precio y servicio.

-La zona de Nueva ha mejorado, después de tantos años de bancos cerrados y tardes solitarias.

-Se ha notado. Le haría falta un empujoncito más. Ha abierto el Pepín y La vaca atada, de cositas argentinas, y La marquesa de las huevas donde estábamos nosotros. Se está notando el subidón de la calle Plocia. Si haces las cosas bien, tienes éxito. Mi padre siempre decía que el sol sale para todo el mundo. Unos lo aprovechan y otros no.

-¿Qué me dice del Carnaval como buen aficionado que es?

-Lo descubrí de forma asombrosa. Tenía unos catorce años. Como tenía algo de dinero compré una entrada para el Falla. Me metí y me encontré a 'Los forjaores' de Paco Alba. Unos hombres vestidos de gitanos, con camisas de lunares y yunques. Me quedé embobado. Esa comparsa me iluminó. Como si Dios me hubiera dicho: tú, a tu edad, vas a ver esto en directo. Y ya me quedé para siempre en el Carnaval. Qué buenos tiempos. Y estuve aquella noche de 'Capricho Andaluz' y 'Estampas goyescas'.

-¿No me diga? Como tantos gaditanos. Ese día el Falla amplió el aforo a cinco mil espectadores

-(Risas). Yo estuve y además tengo testigos. Lloré porque nunca había visto una comparsa como 'Capricho andaluz'. Y eso que Paco Alba era un regalo para Cádiz, el más grande. De ahí para abajo, Antonio Martín, Enrique Villegas y Pedro Romero. Lo nuevo, muy bueno, pero no con ese sabor. Ni con ese piropo o ese corazón. Al Concurso ya no voy.

-Ahora hay que tener ordenador para conseguir entradas.

-¡Si yo no sé ni encenderlo! Y no estoy para aguantar una cola.

-Susi, hubo un tiempo en el que pagar para entrar en el Falla o en el Carranza era de pringaos, ¿no?

-Totalmente. Pero yo nunca me he colado. Colarse era entrar por una ventana. Yo iba invitado. Tenía muchos amigos en el Carnaval. Los porteros no son los de antes, que te guiñaban un ojo y con las manos te hacían señas para que esperases un poco. Luego te daban el cabezazo con discrección y te metían. Ahora hay mucho control. Prefiero quedarme en el sofá viendo el Concurso por la tele.

-¿Y eso?

-El Falla está muy frío. Ahora parece que entra uno en Bosnia. Mucha gente controlando con pinganillos en la oreja y walkies. Antes, aunque no pudiésemos entrar en el teatro, nos quedábamos fuera. Había reuniones de aficionados, en los bares de los alrededores, y salíamos corriendo a ver los pasacalles de las agrupaciones. Ahora no existe eso. Por cierto, un besito para mis Guatifó. Siempre se disfruta en los ensayos, pero no como en los de esta gente.

-¿Me han soplado que para usted es muy importante Grazalema.

-Cuando me puse malo del corazón, la sierra me curó. Mi padre tenía en Grazalema casa allí porque era asmático, y el médico se lo recomendó. Fue tres veces. Luego, yo la disfruté tela. Se vendió. Ahora, después de Semana Santa me he encontrado deprimido y me he ido allí quince días. He venido nuevo. Fíjate la pechá de charlar que me estoy dando.

-Pues no lo he notado (risas).

-Como en la tele, ¿puedo saludar?

-Por supuesto.

-A todos mis amigos . Los amigos son como los hijos, te los manda el Señor. Los buenos perduran y los chungos se van ellos solos.

-¿Cuánto tarda usted en cruzar la calle Nueva?

-Mucho. Saludo como si fuera en la cabalgata. Es que conozco a mucha gente. Me gusta pararme y contarles una pamplina. Me hace feliz ver a la gente contenta cuando les cuento algo.

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