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El motor de los cantes de Cádiz sigue rugiendo

  • Felipe Scapachini TorresCantaor y mecánico de motos jubiladol No fue flamenco profesional: tenía claro que el taller era su pan

  • Cantó muchos años para Sara Baras y Los Niños de la Tertulia de La Isla

Cuántas motos ha arreglado Felipe Scapachini en su vida? El número supera al de alegrías de Cádiz cantadas, y eso que éstas han sido muchas. Porque Felipe, cantaor de los buenos, nunca dejó su trabajo en el taller por el flamenco profesional. El niño que echaba un cable en los puestos exteriores del Mercado Central, junto a su casa, se quedó prendado de una especie de taller de motos que había frente al Cine Cómico, en la calle San Miguel. "Iba después del colegio a aprender y luego ya pasé por varios talleres en el Mentidero, en la calle Chile y por último en Conde O'Reilly trabajando para dos socios: Francisco Farré y José Luis Ponce. Harto de echar horas me fui a Motos Gades, en Benjumeda. Al volver de la mili busqué un local pegado a este negocio y a mi jefe de Motos Gades, que tenía venta y servicio de la MV Augusta, le convenía tener al lado un taller", recuerda. Allí estuvo desde 1965 hasta 2008, año en el que se jubiló después de 43 años con su propio taller.

Recuerda cómo pasó de tener una bicicleta Orbea comprada por su padre en Créditos Rucas de la calle Columela a pilotar una GAC Mobilette. Luego una Guzzi, una MV "matrícula 11124, no se me olvida", y ahora sigue montando en una Suzuki. "Podría haber seguido trabajando en 2008, pero un problema de obras en la finca de Benjumeda me hizo pensármelo. Había que tirar la finca entera y ya me enfrié", señala. Y lamenta que se ha llevado "43 años pagando como autónomo y me quedan 700 euros y pico. Menos mal que fui previsor con planes de pensiones y lo que gané cantando".

¿Y de dónde le viene lo del cante? Su padre era un gran aficionado, testigo directo del Cádiz flamenco de los 50 y 60, el de las juergas hasta las claras del día. "Y mi casa, Libertad, 19, era muy flamenca. Raro era el vecino que no sabía cantiñear y tocar las palmas", apunta. Felipe comenzó, muy pequeño, a cantar en Radio Cádiz o en Radio Juventud. "Tengo un cartel del Falla en el que me anuncian como Felipillo Scapachini, Cantaor en Miniatura". Poco a poco llegó a ser un cantaor de referencia en Cádiz. ¿Salir fuera? No se prodigó. "Siempre fui muy responsable y tenía en la cabeza que el taller era mi pan", reconoce. Tenía muy claro qué clase de relación con el cante quería tener. Mejor dicho, la que no deseaba. "Por las mañanas veía a cantaores conocidos en bares cerca de mi casa, esperando que los señoritos borrachos sacaran el dinero para pagarles después de una noche entera cantando. Eso me marcó. No quería esa vida tan denigrante", explica.

Scapachini sí que recorrió España, aunque en fines de semana. "Estuve muchos años cantando con Los Niños de la Tertulia de La Isla, con Sara Baras y los Ogalla. Los niños formaban el taco allá donde íbamos. Fuimos primer premio en el programa Gente Joven. También venía cantando Manuel Monje, el hermano de Camarón", relata. Con tanto éxito surgieron contratos de larga duración que Felipe rechazó. En Barcelona, primero, y luego en Japón. "Les dije que no podía dejar el taller tanto tiempo. Lo entendieron. Sigo guardando una gran amistad con Sara Baras, su madre Concha y todos ellos", afirma.

Ha tocado todos los palos, pero le tiran los que huelen a su tierra: la soleá de Cádiz, las malagueñas del Mellizo, y las alegrías y bulerías de aquí. Primo hermano de Bendito de Cádiz, se confiesa un "enamorado" de los cantes de Manolo Vargas, Chano Lobato, Paco el Solano, Pericón de Cádiz, La Perla.... Cádiz puro. Ahora, en esta ciudad, y a juicio de Felipe, en materia flamenca "hay mimbres, buenos aficionados y gente joven, pero poco movimiento. La peña Juan Villar hace cosas de cante y La Perla sobre todo de baile. El Mellizo no está en sus mejores momentos, pero aún así intenta organizar cosas. Las peñas luchan mucho, pero la juventud no quiere coger las riendas". A nivel institucional dice que en Cádiz "se preocupan muy poco del flamenco". Y da a la prensa un tirón de orejas: "Se echa en falta más seguimiento". Anotado.

No depender del cante para vivir le ha supuesto mucha independencia en este mundillo. "Yo veo el flamenco de distinta manera porque nunca lo he necesitado para comer, por eso siempre fui claro en mis pensamientos y en mis declaraciones", asegura. Y no le duelen prendas en hablar de lo que hoy manda en el artisteo: "Hoy se pide un flamenco comercial, con cajón, flauta y espectáculo. Y a mí, todo lo que no sea pureza, todo lo que no sea una guitarra y una voz... como que no. Me gustan los cantaores que se pelean con el cante, que expresen, que les duela...".

A sus 76 años sigue cantando, aunque es "muy selectivo" y no va "a sitios que no me convencen o donde yo veo que no hay sabor flamenco". Bien que hace. Porque a Felipe Scapachini Torres no se le puede vender cualquier moto.

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