Comerciantes de Cádiz: Pepi Sancho o el noble arte de vender

Abrió la tienda Piccolita en la plaza de Mina en 1976, hace casi medio siglo

La especialización en material de dibujo y pintura le ha llevado a mantenerse al pie del cañón

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Pepi Sancho en su tienda de bellas artes Piccolita. / Lourdes de Vicente

En silencio, con humildad y trabajo también se hace ciudad. En un rinconcito de la plaza de Mina, con una sonrisa permanente, va camino de cumplir medio siglo cara al público una de las más veteranas comerciantes de Cádiz. Se llama Pepi Sancho y regenta la tienda de artículos de bellas artes Piccolita. Entre pinceles, acrílicos, blocks de dibujo y lápices despacha con mucho carisma mientras cuenta su vida detrás de un mostrador.

Piccolita ha cabalgado entre dos siglos, ocupando el último cuarto del XX y el primero del XXI. “Abrí la tienda con 18 años, en 1976, gracias al cable que me echó mi padre”. Entre estudiar “ciencias exactas” y emprender eligió lo segundo. Y abrió Piccolita en un local en el que su padre había regentado unos recreativos. Luego se trasladó solo varios metros para instalarse, en 1987, en el sitio donde continúa, “que era una tienda de máquinas de escribir Hispano Olivetti”.

El nombre de la tienda tiene su historia. “Es el diminutivo españolizado de Piccola, que era el bar que tenía mi padre, Emilio Sancho. Y como él había trabajado en su juventud en la heladería de Los Italianos, le pusimos ese nombre”, evoca.

“Esta es la única tienda especializada del todo en bellas artes. Hay otras que venden artículos de este género, pero también venden papelería o cosas para manualidades. Yo me he mantenido con lo mismo. Tengo que reconocer que en su tiempo también vendí papelería, prensa y revistas. ¡Hasta el Interviú y el Lib!”, dice socarrona. Pero aquello no funcionó y volvió a lo suyo.

“Hay pocos comercios especializados. Y estamos sacando la cabeza por eso”

Incide Pepi Sancho en que “la unica manera de sobrevivir es especializarse. Si vendes de todo no tienes una clientela que va a buscar algo concreto. Un negocio como el mío es especial y ya de esta manera quedamos pocos. Creo que estamos sacando la cabeza por eso”.

La mayor de seis hermanos, varios de ellos dedicados a la hostelería como el patriarca, en lo que es un ejemplo de familia emprendedora, ha estado acompañada por una clientela fiel, de muchos artistas y de aspirantes a serlo. “También viene gente de otros municipios cercanos y extranjeros que residen en la provincia”, apunta. Además, asegura haber vendido material “a dos familias en las que he atendido ya a cuatro generaciones”. Y recuerda a aquellos alumnos de la academia de Torres Bru en San Antonio que compraban en Piccolita.

¿Anécdotas? “Aquí nos hemos reído mucho. Me da para escribir cinco libros”, admite. A la tienda han llegado “actores que vienen a veranear a la provincia” y no olvida “una conversación muy bonita con Jesús Quintero, El loco de la colina. Llegó una tarde a comprar un block. Le encantó la tienda y en la trastienda estuvimos un buen rato charlando. Eso fue un lujo”.

“Soy feliz con mi trabajo. No me pienso jubilar. Me gusta mi tienda, me gusta mi gente”

Además de profesionales y estudiantes, Pepi afirma que “hay afición por la pintura, más de lo que parece. Hay muchas personas que pintaban cuando eran jóvenes, lo dejaron y con la jubilación lo han retomado. Vienen hijos a comprar materiales para que sus padres, jubilados, ocupen el tiempo. Y gente que pinta para seguir una terapia por consejo de especialistas”.

La coqueta tienda está plagada de regalos de sus amigos artistas. Pinturas y esculturas lucen entre los estantes. “Todos los cuadros tienen su historia”. Y Pepi Sancho se siente más que orgullosa por el cartel de la fachada con el nombre de la tienda. “Es obra de Luis Quintero, en barro cocido”, declara sobre quien es conocido por el pájaro-jaula frente a Hacienda o el candado de la rotonda de los periodistas, aunque con una producción de calidad que va más allá de estas obras más mediáticas.

Medio siglo ha dado para mucho. Incluso para los malos momentos. “He pillado todas las crisis”, expone. “Le he dedicado mi vida a la tienda, esto es muy sacrificado”, añade. Y preguntada por una posible continuidad del negocio cuando ella ya no esté dice que “esto te tiene que gustar sí o sí, no hay término medio”.

La vida sigue y a pesar de la longevidad de este negocio, su propietaria es rotunda mirando al futuro: “Soy feliz con mi trabajo, no lo cambio por nada. No me pienso jubilar. Me gusta mi tienda, me gusta mi gente”.

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