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La calle Plocia recupera su pulso como corazón gastronómico de Cádiz

  • Los 200 metros de oro de la hostelería en el centro son como un imán día y noche para cientos de visitantes

  • Hay quien opina que su éxito debería repartirse por otras zonas de la ciudad menos privilegiadas 

La zona cercana al Convento de Santo Domingo se ha convertido en una plazuela con aires internacionales, de biergarten, terraza asiática y bistrot.

La zona cercana al Convento de Santo Domingo se ha convertido en una plazuela con aires internacionales, de biergarten, terraza asiática y bistrot. / Lourdes de Vicente

Cientos de turistas, pero también de gaditanos, acumulando miles de visitas, peregrinan día y noche durante este mes de agosto, segundo desde que estallase la pandemia, a los doscientos metros de oro de la hostelería en el centro histórico de Cádiz en busca de una mesa en una de sus decenas de terrazas. Una operación que se torna imposible sin reserva incluso los días de entre semana de este mes de agosto. Bien debe saberlo la concejala de Turismo y Comercio, Monte Mures, que hace unos días disfrutó de la cena en una de ellas.

La calle Plocia recupera así este verano su pulso como corazón gastronómico de la ciudad, después de un año durísimo para la hostelería, con una oferta muy diversa que en los últimos tiempos se ha visto enriquecida por nuevas incorporaciones que suben varios escalones la variedad y la calidad. Y que la consagran como una calle de gran éxito de público, pese a las restricciones frente al Covid-19. Un éxito –derivado, claro está, del talento empresarial y de la suerte, pero también de las pocas facilidades que pudieran estar dándose– que algunos opinan debería repartirse por otras zonas de la ciudad no tan privilegiadas por su ubicación y posibilidades de disfrutar de una comida, un café o una copa al aire libre, donde la rigidez municipal en la aplicación de las normas vigentes es más que implacable. Hasta el punto de poner en serio riesgo negocios familiares que son referencia en la ciudad desde hace décadas. Que le pregunten, si no, a Paco Abeijón, de la Bodeguita El Adobo, o a Hassan Assad, del Cambalache. En cualquier caso, hay también quien vaticina que la calle Plocia puede morir de éxito si se convierte en un mini parque temático y la saturación se instala de manera permanente como lo hizo hace años en la Calle de La Palma, en La Viña.

Un bosque de sombrillas en el típico paisaje veraniego de la calle Plocia. Un bosque de sombrillas en el típico paisaje veraniego de la calle Plocia.

Un bosque de sombrillas en el típico paisaje veraniego de la calle Plocia. / Lourdes de Vicente

Muy atrás quedan ya los tiempos en los que el único sitio donde se podía comer sentado en Plocia era en el Atxuri, el veterano restaurante vasco-andaluz fundado en 1947 por Antonio Anasagasti y Juan Frende. Capitaneado históricamente por Jon Monasterio y desde hace ya bastante tiempo por su hija Mariam, sigue atrayendo a muchísimos visitantes. También se ven lejos aquellos 90 en los que el holandés Leon Griffioen, hoy Sol Repsol con su Código de Barra, trajo a Cádiz la cocina para picos finos de La Cigüeña, en un local que parece tener vocación de selecto. O aquellos primeros años de este siglo en los que una valiente joven como María Márquez abrió el bar La Cueva, con una alternativa carta internacional y vegetariana. Muchos recordarán aquel impactante mural del artista neozelandés Alex Low en el que las verduras perseguían a los humanos para comérselos. María se atrevió con aquello en una calle oscura y en un establecimiento al que todavía llegaban viejos marineros gallegos, perdidísimos en tierra, preguntando por dónde estaban ahora los bares de niñas.

Algunos alertan de que la saturación la puede llevar a la situación que se vive en La Palma

En ese mismo local, completamente reformado después de dos o tres etapas anteriores, se instaló hace unos meses On Egin, un restaurante vasco-vasco, abierto por Lander Urquizu, Digna Vidaurre y el hijo de ambos, Pol, recién llegados de San Sebastián. El proyecto cuenta con el asesoramiento de Aitzol Zugast, que fue profesor del prestigioso Basque Culinary Center. “No nos quejamos de cómo hemos arrancado. La acogida ha sido buena y la gente está muy contenta. Cuando llegamos en marzo tuvimos la suerte de encontrar este local y esta calle, que me parece fantástica, con un ambiente muy propicio para montar un negocio”, cuenta Lander. “Cádiz nos enamoró enseguida y vimos que podía ser un lugar donde trabajar todo el año, mucho más allá del verano. Y aquí estamos”, añade.

Turistas con maletas, ora estampa típica de la calle en agosto. Turistas con maletas, ora estampa típica de la calle en agosto.

Turistas con maletas, ora estampa típica de la calle en agosto. / Lourdes de Vicente

Justo enfrente, Juan Hörh, sigue llenando el agradable salón y la pequeña terraza del Salicornia con originales propuestas de lujo, algunas con giños asiáticos, inéditas hasta hace poco en Cádiz, tanto en carnes y mariscos -de vez en cuando trae cangrejos reales- como en vino. Lo del vino Juan lo llevó al sumun con una cata excepcional de los cuatro mejores del mundo, incluido un Petrus a 3.000 euros la botella.

Al lado del Atxuri, en La Cepa Gallega siguen la estela del inolvidable Félix Fernández. Los ibéricos, salazones y pescados son la especialidad de la siempre llena Bodeguita de Plocia. Y las carnes, la de La Fragua y D´Cortés. En la otra acera, trabajan Garum con sus menús, y El Chicuco, con sus tapas y copas de generosos y vinos de la provincia. Enfrente, La Huella sigue sin defraudar a los seguidores de la comida rápida made in Cádiz, que tienen una alternativa en el Shanza Donner Kebab. Y de postre, nada mejor que un helado de pistachos en De Plocia, el único establecimiento de este tipo que hay en la calle.

En dos meses, La Vaca Atada se trasladará a donde estuvo antes la Nueva Casa de Postas

En la esquina del Callejón de Los Negros, sobre el Alamar, que alardea desde su expositor en la calle de grandes pescados y mariscos, sigue adelante la obra de un apartahotel. Cuando esté terminado –puede que antes de fin de año– será el tercer alojamiento de Plocia, después de la Pensión Las Cuatro Naciones y el Hostal Bahía, en cuya planta baja sobrevive, como un vestigio de los 80, el Salón de Juegos Galaxia, donde sirven desayunos. 

Plocia se ha convertido en puente de entrada turístico al casco histórico. Plocia se ha convertido en puente de entrada turístico al casco histórico.

Plocia se ha convertido en puente de entrada turístico al casco histórico. / Lourdes de Vicente

Por la noche, dos caricaturistas esbozan a algunos fans de los superhéroes, que en el Nëbula gastrobar encuentran su lugar ideal. Y a unos pasos, Javier Senese ultima el traslado de La Vaca Atada desde la calle Nueva, que podría estar listo en dos meses. Quedará así casi pared con pared con el restaurante La Chancha y los Veinte, uno de los locales más atractivos de toda la provincia donde las selectas carnes argentinas, pero también nacionales, son las protagonistas.

Pese a lo que pudiera parecer, el único inmueble vacío que queda hoy en toda la calle es el edificio que se levanta sobre el antiguo bar Las Calesas, que los más veteranos recordarán como El Molino Blanco, penúltimo reducto de las antiguas y sórdidas güisquerías de Plocia. En su fachada cuelga el cartel de una constructora, pero hace años que no hay ninguna actividad. El resto de los locales en los que no se atisba ningún negocio se están usando como almacenes, o asesorias (de accesorias), que es como se llaman en Cádiz. Y los únicos negocios ajenos a la hostelería siguen siendo el estanco, la barbería, una agencia de alquiler de coches y las más reciente tienda de golosinas o barraca de la esquina con San Juan de Dios.

Unos turistas pasan por delante del único edificio y local vacío de toda la calle. Unos turistas pasan por delante del único edificio y local vacío de toda la calle.

Unos turistas pasan por delante del único edificio y local vacío de toda la calle. / Lourdes de Vicente

En la otra punta de la calle, ya en la zona más cercana al Convento de Santo Domingo, a partir de El Aljibe, ha surgido una nueva placita con aires internacionales. Como de bistrot francés u ostería italiana en su primer tramo, y de jardín asiático y de biergarten (terraza de cervecería alemana), delante de Antípoda y The Cabin.

Allí enfrente, con un afán de supervivencia insuperable que sólo cabe reconocerles a los músicos y artistas callejeros en estos tiempos de pandemia, Aram, más flamenco que holandés, perfuma el ambiente con unas deliciosas granaínas o bulerías. Se turna en el improvisado mini escenario con su colega cubano Alejo Martínez, que repasa y repasa a media voz algunos de los grandes éxitos de Silvio Rodríguez y Pablo Milanés. O interpreta por enésima vez esa Vida Loca de Francisco Céspedes.

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