Historia

De barberos y peluqueros en Cádiz

  • Un detallado viaje por la historia de una profesión que fue ganando en relevancia con el paso de los siglos y que en la capital gaditana dejó, entre el XVIII y el XIX, curiosas costumbres

Diversos tipos de peinados de la revista ‘La Moda Elegante’ (1863).

Diversos tipos de peinados de la revista ‘La Moda Elegante’ (1863).

El cabello, aunque distinto en cada persona, ha tenido a lo largo de la Historia no solo una importante carga sociocultural, sino que, unido a la indumentaria, también era una forma de definir el correspondiente status social. De la importancia del peinado así como del cuidado del cabello tenemos noticias desde la Antigüedad, empezándose a tomar nuevo interés a partir del Renacimiento. Al tiempo, el oficio de peluquero fue adquiriendo mayor realce profesional frente al de barbero, que tenía una connotación más peyorativa, frecuentemente asociada a otras prácticas como las curativas y hasta de cirugía menor.

Desde el siglo XVI, pues, los peluqueros empiezan a desarrollar sofisticados peinados, así como todo tipo de cortes de pelo a la par que utilizaban una serie de accesorios como las redecillas y coronas, incluyéndose la moda de teñirse el pelo, preferentemente de rojo. Durante los siglos siguientes todas estas artes se fueron desarrollando aún más, aunque, naturalmente, nos estamos refiriendo más bien a la moda femenina, pues en lo referente al hombre el peinado, más que un elemento de belleza, servía como un artificio para imprimir carácter o, incluso, subrayar la personalidad. De ahí que haya en estas centurias tan pocos tratados de moda masculinos, al menos en cuanto al peinado y usos del cabello en general se refiere. Por supuesto que, hasta la llegada de la fotografía, será la Historia del Arte quien nos brindará para ambos sexos los mejores ejemplos de todo ello.

Fueron Francia e Inglaterra quienes marcaron las pautas prácticamente hasta la Revolución Industrial, ya bien entrado el siglo XIX. En un contexto así, España participó de dichas pautas como queriendo evidenciar que también “se iba a la moda”. Entonces, una de las obras de referencia obligada era la denominada ‘Arte del Barbero-Peluquero-Bañero’ del francés Mr. de Garsault, traducida al español por Manuel García Santos, seudónimo del poeta y periodista asturiano Manuel Rubín de Celis, publicada en Madrid en 1771.

La particularidad de Cádiz

Las características de una ciudad marítima y eminentemente mercantil, como era el Cádiz de la segunda mitad del siglo XVIII, poblada por unos 72 000 habitantes y que llegó a contar con quince cónsules extranjeros y una importante colonia francesa aparte de otras minorías extranjeras, forzosamente debía influir en sus modas y costumbres, mucho más a la vanguardia que en buena parte del resto de España. Antonio Alcalá Galiano, que estuvo en Madrid a principios del siglo XIX, quedó impresionado por el poco refinamiento de la capital en contraste con Cádiz, llamándole la atención las tiendas “miserables”, los descuidados teatros y las pocas tertulias. En cuanto a la moda, aunque no se refiere directamente al peinado, destaca que los hombres rara vez usaban sombrero de copa y, si lo llevaban, se suponía que procedían de puerto de mar, “particularmente de Cádiz”. Respecto a las damas, solo usaban sombrero en el teatro y, aún así, solo las de “elevada clase”.

Por su parte, otro gaditano, Juan Ignacio González del Castillo, que nos dejó un genial retrato costumbrista de Cádiz a finales del siglo XVIII, nos ofrece en sus sainetes sabrosos comentarios sobre la moda del peinado. Ironiza e, incluso, se mofa con lo complicado de los peinados femeninos, “polvos, plumajes y cintas para salir a los paseos con la cabeza lo mismo que una esponja”. Incluso, va más allá en su particular visión de las féminas, cuando exclama en boca de uno de sus personajes: “¡Que paguen peluqueros las gachís!”. En realidad se burla tanto de las mujeres como de los hombres, con alusiones a los “bigotes ensortijados”, a “las patillazas que parecen dos orejas como de perro de aguas” y “al diablo del peluquero, que ha tardado una hora larga en peinarme, ¡qué brutazo!”. Tampoco se libran de sus críticas los barberos: “Busque Usted un barbero que le afile bien las uñas”, “Que venga el barbero al instante para echarme un cáustico en el cerebelo” o para que lo resucite “con emplastos”.

Anuncio del gremio de peluqueros publicado en 'El Comercio' en 1830. Anuncio del gremio de peluqueros publicado en 'El Comercio' en 1830.

Anuncio del gremio de peluqueros publicado en 'El Comercio' en 1830.

Poco después, en 1806, contamos con una obra básicamente satírica, ‘Ensayo de una Historia de las Pelucas, de los Peluquines y de los Pelucones’. Escrita por un tal D. Akerlio Rapsodia, sin duda un seudónimo desconocido, y dedicada a su peluquero Don Torbellino Polvareda, se editó en Madrid (imprenta de José Doblado). Se ridiculiza abiertamente la moda de los peinados, apostando, en cambio, por las ventajas de cortarse el pelo, “adornado todo con episodios y digresiones de políglota erudición que valen más que el texto”. Apareció anunciada en el Diario Mercantil el 7 de marzo de 1807, vendiéndose en la redacción de dicho diario (calle del Molino 65) a 5 reales.Así pues, para ilustrarnos mejor sobre esta época como ocurre con otras cuestiones, contamos con la gran fuente de información que supone la prensa gaditana y, en particular, sus anuncios.

Peluqueros ‘unisex’

En lo que a los hombres se refiere, a principios del siglo XIX se configuró una nueva imagen del hombre elegante, el dandy del Romanticismo, cuyo prototipo vendría a ser Lod Byron. Cabello más bien largo, copioso bigote y barba, que en España, andando el siglo adoptarían personajes populares como Bécquer o Espronceda. En el fondo, una adaptación del dandismo inglés, descuidado y elegante a la vez, habida cuenta de que poco a poco las pelucas dieciochescas habían ido desapareciendo, sobre todo a raíz de la Revolución Francesa. Aún así, hay algo en todo ello de rebuscado estereotipo, que la realidad, mucho más prosaica, se encargaría de ir desmontando tal y como iremos viendo en los ejemplos que nos proporciona la vida cotidiana, al menos en Cádiz.

Respecto a la influencia francesa, digamos, además, que entre 1824 y 1828 Cádiz mantuvo una fuerza francesa de ocupación, como resultas de los acuerdos firmados por España que pusieron fin al Trienio Liberal en 1823.

Si seguimos al Diario Mercantil, siempre profuso en su publicidad, vemos las constantes alusiones a los peluqueros más o menos profesionales en detrimento de los clásicos barberos de antaño, que prácticamente desaparecen de los anuncios. Resulta curioso cómo, lo que podríamos denominar, el ramo de la peluquería va a ir presentando, incluso, toda una serie de innovaciones con un claro sentido comercial, indudablemente atractivo para los clientes. Una de estas innovaciones será el incremento de las visitas a domicilio como forma de trabajo, aunque conviene especificar que parte del servicio doméstico, criados y ayudas de cámaras, ejercían también labores de afeitado, corte de pelo y acomodo de pelucas.

Encontramos peluqueros anunciándose como tales desde principios del siglo XIX, sobre todo en las páginas del Diario Mercantil, con expresión de sus domicilios y particularidades de sus servicios. Tales eran los casos, entre otros, de José Téllez, “maestro peluquero”, que tenía su establecimiento en la calle Ancha, número 138, haciendo notar que cortaba el pelo “tanto de hombres como de señoras con el mejor gusto y perfección”, no cobrando una tarifa específica por sus servicios, sino sujeta “al gusto de las personas servidas”. Caso parecido era el de M. de Journallaou (calle Novena, 45), que también servía indistintamente, fueran hombres o mujeres y tampoco detallaba, sin duda forzado por la competencia, ningún estipendio concreto a la hora de cobrar.

En cuanto a la mujer se refiere, los datos que poseemos son más complejos, habida cuenta de lo variado de la moda femenina y sus procedimientos frente a los del hombre, obviamente de mayor simpleza. Así, vemos “adornos hechos de coco y flor menuda de sembrar para los tirabuzones de las señoras, como usan las damas inglesas” (1812). También Joaquín Cortés (calle Ancha 73), que se desplazaba a domicilio, y presentaba a las señoras un amplio surtido de cosmética “para hermosear el pelo” (1820). Más sofisticados parecen los franceses, como F. Ballou, que se anunciaba específicamente como “maestro peluquero de señoras”, tratando “toda clase de pelo” (1817). Curioso, por tratarse de una mujer, es el caso de Madame Goevry (calle Murguía), que, entre sus variados servicios, ofrecía “buenos adornos de cabeza” (1830).

Sobre tintes y pelucas

Aunque la Revolución Industrial fue imponiendo la simplicidad y la comodidad en el peinado, el arte del peinado seguía yendo acompañado de toda una serie de accesorios y complementos que proporcionaban todo un variopinto elenco de servicios complementarios, como los tintes, afeites y, sobre todo, las pelucas postizas. Dejamos fuera de este artículo los famosos crecepelos, más propios de la publicidad sensacionalista y, la mayor parte de las veces, engañosa.

El mejor ejemplo de este tipo de profesionales podría ser Francisco (sic) Mallevigne , uno de los profesionales más destacados y habituales en la prensa gaditana, tanto en el Diario Mercantil (1830) como, posteriormente, en otra publicación naciente El Globo (1840). Atendía en su local de la calle de Murguía, pionero en utilizar toda una serie de técnicas publicitarias como “las novedades de peinados de verano” o de “otoño”. Se anunciaba como de enlace y correspondencia con las firmas más destacadas de París y de Lyon, recibiendo constantemente productos que serán distribuidos entre su “selecta” clientela y también entre profesionales del gremio. Asimismo, se mostraba siempre muy atento al momento y a la moda en cuestión, sirviendo como ejemplo que en las fiestas navideñas se centrara en los bailes, ofreciendo abonos y una amplia apertura de horarios para atender la demanda.

En cuanto a otras innovaciones de la moda propiamente femenina, aparecerán continuas innovaciones como los casquetes metálicos “que no dañan la cabeza”, una amplia gama de productos para teñir el pelo a tres colores y, sobre todo, los postizos.

Muy popular en Cádiz fue el “aceite de massacar”, muy habitual en la Inglaterra victoriana, y que, aunque se utilizó como tinte, su uso correcto era para la limpieza del cabello seco y quebradizo. Andando el siglo, dicha moda también irá evolucionando, desde el cabello recogido (1820-1830) que irá aumentando su tamaño, artificiosidad y fantasía, hasta su vuelta, de nuevo, a una cierta sobriedad, con bucles en sienes, cabello dividido en medio por raya y rematado en cocas. También, las revistas de moda femenina a partir de 1850, como La Moda Elegante (1863), con sus correspondiente ilustraciones, se irán erigiendo en el mejor vehículo divulgativo de todo ello.

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