Los bailarines de Ramón

iniciativa Los trompos vuelven a las plazas

El mejicano Ramón Hernández, especialista en el manejo de trompos y comercial de una empresa que los exporta a España, vuelve a poner de moda un juguete olvidado

Ramón Hernández mantiene un trompo sobre la palma de su mano, ayer por la mañana, en Entrecatedrales.
Jorge Garret / Cádiz

25 de octubre 2011 - 01:00

El último campeonato de trompos de la ciudad se disputa en la Plaza de Mina. Participan 50 niños que han entrenado para este momento durante varias semanas, aunque se reúnen más del doble, muchos, con sus padres, por lo que en la plaza se monta una revolución. Los contendientes se dividen en grupos de cuatro o cinco y juegan rondas rápidas clasificatorias. Cada uno lleva su trompo, un artilugio de plástico hueco con sus diseños y sus colores bastante sofisticados, nada que ver con las peonzas de madera. Gana el que mantiene su juguete más tiempo girando sobre el suelo. Podemos hablar de un minuto o de casi dos, que es lo que consigue el retaco vestido con la equipación del Real Madrid que celebra sus victorias, en medio del tumulto, con más emoción que un futbolista celebrando cosas.

El mejicano Ramón Hernández Romero organiza esta competición y es el artífice de la resurrección del trompo que se vive estas semanas en Cádiz y otras poblaciones de la Bahía. Le llaman "el campeón de Méjico de trompos" y es un ídolo infantil. Aparece en las plazas a la hora anunciada, con un bolsón de peonzas, y, antes de que empiece el torneo, hace una exhibición de maniobras complejas en las que el artilugio no toca el suelo sino que va de la cuerda al aire, del aire a la palma de la mano y de ahí otra vez a la cuerda para moverse en trayectorias que a uno, a priori, le parecen imposibles: el "ascensor", donde el juguete va subiendo alturas en varias fases mientras se enrolla en la cuerda; el "Fórmula uno Fernando Alonso", bautiza, cuando el trompo da una vuelta rápida en la cuerda colocada en forma circular entre sus dos manos; o la "Selección española", la suerte en la que lanza la peonza al aire, le da un golpe con cada rodilla y la recupera en la cuerda para después pasarse el conjunto por la espalda. Así hasta 15 figuras.

Las ejecuta una a una para narrar, fuera del follón de las plazas, qué hace en Cádiz un jugador mejicano de trompos. "Éste es mi trabajo más o menos desde que tengo 18 años", revela. Ramón tiene ahora 40, viste una camisa blanca de mangas cortas con dos banderas bordadas, la de su país y la española, y el logo de una empresa, Trompos Cometa, que es la que le ha enviado a España por tercer año consecutivo para dar a conocer y vender sus productos, los trompos de plástico made in México: Madrid, Barcelona, y ahora Cádiz, "porque hay compañeros que han estado en Sevilla y en otros puntos de Andalucía y hay muy buena acogida", explica.

Ramón Hernández ha repetido en la Bahía el mismo trabajo que ha realizado en decenas de ciudades tanto españolas como de América Latina, un plan de marketing laborioso y eficaz. Llegó hace un mes, contrató a un chófer/asistente, se instaló en Jerez y empezó a organizar exhibiciones en colegios, durante los recreos, y campeonatos en plazas, un día a la semana. Al mismo tiempo, empezó la distribución de la mercancía (ha traído más de 2.000 unidades) en papelerías, tiendas de todo a 100 y kioscos de prensa.

Los niños se entusiasman con el juego y compran trompos, que cuestan entre dos y cinco euros, en función de su diseño y peso. Después entrenan y compiten. Y puede que compren otro trompo. Ése es el negocio y lo que permite a Ramón ingresar su salario, como un trabajador cualquiera.

"Es un juego tradicional que se ha ido perdiendo, con internet, las consolas... Con este juego les invitas para que vayan al parque, a que salgan a la calle y se reúnan, es un juego social y sano", apunta el especialista, que añade que "los padres lo aprecian" y "la mayoría de los colegios también". "El 80% nos ha abierto sus puertas para darnos a conocer y demostrar de lo que se puede llegar a hacer con un trompo".

Ramón es un profesional del juguete de la cuerda, lo que su empresa llama "campeón" aunque no haya ganado lo que entendemos por un campeonato. Era un niño cuando emigró de un pueblo próximo a Acapulco, en la costa sur de Méjico, a Distrito Federal, donde empezó a tomarse en serio lo que hasta entonces había sido un pasatiempo. "Normalmente le he dedicado al trompo cinco o seis horas cada día desde entonces, a entrenar y a todo el trabajo de exhibiciones, en mi país, primero, después en Guatemala, Honduras, Colombia... Después España", narra.

En cada destino pasa alrededor de dos meses y después vuelve a su país, donde le esperan su mujer y su hijo de cinco años. "Es duro estar lejos de ellos, pero así es mi profesión", observa. En Cádiz aún le queda un mes de trabajo por delante, "el tiempo que durará la temporada de los trompos". "Porque todo esto es una moda que pasa, aunque que el año que viene puede volver con la misma fuerza. Es como lo que de pequeños nos pasaba con juegos como las canicas, o los papalotes, el papel al viento con la cuerda... los papalotes, cómo le llaman ustedes...". Cometas. "Cometas".

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