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Vecinos

Santa María, en busca de la alegría

La estatua del cantaor Chano Lobato, en la plaza de la Merced. La estatua del cantaor Chano Lobato, en la plaza de la Merced.

La estatua del cantaor Chano Lobato, en la plaza de la Merced. / Lourdes de Vicente

Los portugueses la llaman saudade, en español, quizás, el término más cercano para describir esa peculiar añoranza por un tiempo o por un espacio perdido es el de melancolía. En Cádiz, tan parecida a Lisboa según le dé la luz a su atractiva decadencia, hay mucho de este específico tipo de tristeza; y en el barrio de Santa María, tan cercano al glorioso pasado portuario, la saudade encala las calles estrechas. A lo mejor es que un día hubo alegría, mucha alegría, y sólo es capaz de echar de menos aquel quien algo ha perdido.

La alegría tiene que ver con la juventud, con los niños, con las primeras miradas sobre las primeras cosas. “Y no es que no haya niños, ni matrimonios jóvenes, los hay, pero ya no es la vida de antes... Yo me acuerdo que yo iba a bajar la basura y que me quedaba hablando con las vecinas hasta las dos de la mañana”. Mari Romero –87 años de una belleza descomunal– certifica que el barrio “está triste”. Y no sabe el porqué. “A lo menos es que no hay negocios, apenas bares... Fíjate en esta plaza –charlamos en La Merced–, ¡lo que era esta plaza!, y ahora mira, nada. Este centro flamenco que debería ser mucho más de lo que es... Está triste el barrio, ha perdido la alegría...”

Esa misma sensación animó a Pepe Rodríguez la pasada semana a organizar una fiesta con flamenco y carnaval en esa misma plazoleta donde, hablando con Mari, caemos en la cuenta que se han ido cayendo las letras de los cantes que decoraban algunas paredes externas del centro y los bordes de los escalones que llevan a la parte superior del barrio. Y a nadie parece importarle. Ni intención de arreglarlo. “También está un poco descuidado el barrio, sí. Triste y descuidado”.

“Hablas de juventud pero si no fuera por las personas mayores negocios como el mío no irían bien”, nos recoloca Manoli desde La Frutería del Barrio. Aunque en su establecimiento entran “gente de todas las edades”, cierto es que son “las vecinas de toda la vida, que son ya mayores” las clientas más fijas porque “les cuesta tirar más para la Plaza, que hay una tiraíta, y además porque le ofrecemos el servicio de llevarle las cosas a casa, como antes, como de toda la vida...”.

De toda la vida... Los vecinos de toda la vida... El mayor patrimonio del barrio de Santa María. Son su alegría, sí, como Chano Lamela, con sus versos, sus embustes, su filosofía callejera y la indumentaria de quien se esfuerza diariamente por combatir el aburrimiento y la discreción. Pues hasta Chano Lamela, con la cónclave del hogar del pensionista de la calle Santa Domingo, percibe la tristeza. “Este barrio antes era la alegría de Cádiz y ahora es un cementerio, nada más que hay placas”.

Entra la sorna y el roneo, Lamela (Mirador, 21) y amigos como Francisco Castañeda (de la misma Santo Domingo) sueltan unas cuantas de verdades que apuntan a la “falta de niños jugando en la calle” y sitios para ellos; a la “suciedad” de un barrio al que parece que no le ha llegado el plan de choque (ni de choco); a la ausencia “de comercios y bares” que ya no hay “ni donde tomarte el café por la mañana”.

“Mira, yo no sé qué habría que hacer para levantar este barrio, no tengo ni idea, ojalá lo supiera, pero la realidad es esa, nuestro barrio está triste. Tú te caes aquí desmayá a las cuatro de la tarde y ahí te quedaste, no hay ni un alma”, asegura Francisco a las puertas de un centro que en tiempos vio nacer a la peña flamenca de La Perla. “Ni peñas, ni flamenco hay ya aquí”, apunta Chano que ve “más perros que cupones” y que nos anima a entrar en el local “enorme” que “si sigues andando padentro, padentro, sales a la plaza El Palillero”. Risas. Alegría. Ellos son la alegría, y no lo saben. O sí, y se esfuerzan cada día por sacarse del bolsillo la mentirijilla más disparatada, la coplilla más añeja, la ocurrencia de más ange. Los vecinos. La alegría son los vecinos.

Para ellos, para sus casas que se caían de pena y miedo, fue aquel Plan Urban de los años 90 que rehabilitó la habitabilidad. Por ellos, por su valentía y afán de supervivencia, el barrio salió del boquete de la droga y la adicción que nunca casualmente se ceba con los estratos más débiles de la sociedad y que, como en los cuentos de terror, siempre acecha esperando el tropiezo, el mal momento. De ellos, de su memoria y de su capacidad de no olvidar los tiempos de alegría, es el futuro de un barrio que sueña con lo que fue: cuna flamenca, altar del fervor y escenario de juergas interminables.

El convento espera rehabilitación, el Centro Flamenco espera programación, las fincas tapiadas esperan nuevas casas, con nuevas familias, con nuevos vecinos. Santa María, ay barrio de Santa María.

“Te voy a recitar una cosa que he escrito yo y ya te dejo, apunta: Barrio, qué pena, de mi barrio de Santa María/ De mi barrio de Santa María, qué pena/ que ya no tiene alegría/ ni el día de Nochebuena/ Con el arte que tenía antiguamente/ que cualquier día se escuchaba un cante bueno/ y ahora nada más que tiene ambiente/ el Jueves Santo, y si pasa el Nazareno./ Digo esto de corazón/ porque me duele en el alma/ que hayan transformado a mi barrio flamenco/ en un barrio fantasma” (Chano Lamela dixit). No es saudade, es amor.

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