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Cádiz

Muere Carlos Díaz: Retrato de un hombre honrado

Pleno del Ayuntamiento que le nombró alcalde de Cádiz en 1979. Pleno del Ayuntamiento que le nombró alcalde de Cádiz en 1979.

Pleno del Ayuntamiento que le nombró alcalde de Cádiz en 1979. / D.C.

Lo que quería Carlos Díaz era ser concejal de Urbanismo. Y acabó encabezando la candidatura del PSOE a la Alcaldía de Cádiz en 1979, en las primera elecciones municipales de la democracia. No pertenecer a ninguna de las familias que entonces ya dominaban, o intentaban dominar, al socialista gaditano, le aupó a ser cabeza de cartel. Dieciséis años más tarde, los mismos le descabalgaron del gobierno de la ciudad.

Abogado laboralista de profesión, miembros del PSP de Tierno Galván, primero, y del PSOE, después, Carlos Díaz Medina nació en Sevilla en 1935.

Hijo de militar, como tal acompañó a su padre a destinos como Alicante y Toledo antes de recabar en Cádiz con apenas 15 años. Terminó sus estudios en el colegio San Felipe Neri y volvió a su Sevilla natal para cursar la carrera de Derecho.

En los últimos años del franquismo, de nuevo en Cádiz, formó parte de grupos demócratas como el grupo Drago. Un colectivo con diversas ideologías y formado por apellidos ya referentes en los primeros pasos hacia la democracia, como Pedro Valdecantos, Antonio Blázquez, Ramón Pérez Díaz-Alersi, Santiago Grosso, Ignacio Moreno..., utilizando en muchas ocasiones las páginas de Diario de Cádiz como altavoz de sus ideas renovadoras.

Siguiendo esta línea en 1976 puso en marcha la asesoría jurídica de la UGT y, tras militar en el Partido Socialista Popular, se integró en el PSOE.

Y en esas estaba cuando su nombre formó parte de la candidatura que los socialistas presentaron a las elecciones municipales de 1979 en Cádiz.

El problema es que los dirigentes gaditanos no se podían de acuerdo en quién debía encabezar el cartel electoral. Jaime Pérez-Llorca, José Manuel Duarte, Fernando Suárez, estaban en una terna de la que cayeron ante la falta de consenso.

Finalmente, cuenta la leyenda, le eligieron a él por su buena planta, su carácter socialdemócrata que podía atraerse al electorado de centro de la ciudad, y a su falta de afiliación dentro de las familias que mandaban entonces en el PSOE gaditano.

El alcalde, aupado en brazos en 1982 tras suprimirse el peaje en el Puente Carranza /Joaquín Hernández Kiki El alcalde, aupado en brazos en 1982 tras suprimirse el peaje en el Puente Carranza /Joaquín Hernández Kiki

El alcalde, aupado en brazos en 1982 tras suprimirse el peaje en el Puente Carranza /Joaquín Hernández Kiki / D.C.

Fue ésta la primera carambola en su camino hacia el sillón de Fermín Salvochea. La segunda fue una victoria de la lista de la UCD, encabezada por Valdecantos, que ganó las elecciones pero sin mayoría absoluta. Una coalición de las fuerzas de izquierda, PSOE, PCE y PSA, le aupó al frente del gobierno de la ciudad. Él, candidato por descartes y que solo esperaba ponerse al frente de Urbanismo.

A Carlos Díaz le rodearán (elección tras elección siempre lamentarán que no le dejasen formar su propio equipo) pesos pesados del socialismo gaditano, muchos de ellos formados en el activismo municipal y, por ello, conocedores de la ciudad y de sus problemas.

Será, así, un equipo muy potente que acabará transformando el gobierno de la ciudad en un reino de taifas, así hasta 1995, lo que acabará con una sangrienta ruptura y, a la postre, la caída del PSOE en un foso electoral del que aún no ha logrado salir.

Carlos Díaz llegará a un Ayuntamiento que, simplemente, no existía como tal.

Un Ayuntamiento en quiebra tras la dictadura

La administración municipal acumulaba años de crisis marcada por la nefasta gestión de los gobiernos franquistas. La construcción del puente Carranza, pagado con el dinero de los gaditanos, había llevado a la quiebra al Ayuntamiento. A la vez, no existía una estructura de funcionamiento mínima, ni personal técnico, ni medios humanos, ni equipamientos adecuados.

Y se llegaba también a una ciudad quebrada. Donde aún funcionaban barrios sin las redes de saneamientos adecuadas, con calles de tierra sin urbanizar, con un servicio de limpieza.

Una ciudad cuyos edificios de referencia estaban en ruina o al borde de ello, con una industria naval y portuaria inmersa en una profunda crisis, con un comercio herido por ello. Una ciudad sin apenas equipamientos culturales y con una red de colegios públicos que en muchos casos ocupaban edificios degradados.

Una ciudad, además, con un problema de vivienda irresoluble desde un siglo antes. El casco antiguo vivía colapsado. La infravivienda era norma en Santa María, San Juan, La Viña, Mentidero... con decenas de familias utilizando una cocina o un aseo comunitario. Con fincas se caían tras las primeras lluvias.

Todo con las arcas vacías para afrontar obras esenciales, lo que llevó a pedir los primeros préstamos al banco estatal, que permitieron el arreglo de las primeras calles.

A partir de ahí, el objetivo fue dar un sentido de ciudad a Cádiz.

El primer Plan de Ordenación Urbana fue esencial en este camino pues paró la degradación del casco antiguo y diseñó, entre otras cuestiones, una red de equipamiento públicas esenciales para la ciudadanía, en la que además funciona un movimiento vecinal bien estructurado y con grandes referentes.

El desarrollo de este Plan ya puso en evidencia una cuestión que será norma durante el largo mandado de Carlos Díaz como alcalde: el nulo apoyo que Cádiz recibió del gobierno central, de la Diputación y, tras su nacimiento, de la Junta de Andalucía: construcción de viviendas públicas, rehabilitación integral del casco antiguo, ayuda especial a una Hacienda municipal ahogada, soterramiento del tren, segundo puente sobre la Bahía, desmantelamiento del sector industrial, sin fondos para la Gran Regata 92. Y a la vez, imposición para el desmembramiento de la Universidad, rebajando con ello la potencia del Campus de Cádiz.

El propio Ayuntamiento financió con los recursos que había logrado tras la liberalización del peaje del puente Carranza la reforma integral del Paseo Marítimo, una de las grandes obras de Carlos Díaz... cuando en otras ciudades operaciones similares las había pagado el Estado.

Carlos Díaz y José Antonio Barroso, alcalde de Puerto Real /Joaquín Hernández 'Kiki' Carlos Díaz y José Antonio Barroso, alcalde de Puerto Real /Joaquín Hernández 'Kiki'

Carlos Díaz y José Antonio Barroso, alcalde de Puerto Real /Joaquín Hernández 'Kiki' / D.C.

La etapa de gobierno Carlos Díaz al frente de la capital de la provincia coincidió con la presencia de pesos pesados de la política gaditana al frente de los ayuntamientos de la Bahía. Ahí estaban José Antonio Barroso en Puerto Real, Pedro Pacheco en Jerez, Hernán Díaz en El Puerto o José de Mier en Chiclana. Es decir, referentes del municipalismo que salvo excepciones como pudiera ser la visión más global de De Mier, priorizaron el desarrollo de sus municipios ante una visión común de una Bahía que Carlos Díaz no pudo, no quiso o no supo liderar.

Con todo, Carlos Díaz fue ganando elecciones tras elecciones. Es cierto que durante sus mandatos tuvo a equipos de gobierno muy potentes y eficientes y que fue capaz de reorganizar internamente el funcionamiento de la administración regional. Pero, a la vez, su no pertenencia a ninguno de los grupos en los que estaba el PSOE gaditano le restó fuerza a la hora de reclamar ayudas y proyectos para la ciudad y, también, le abrió la puerta a su obligada salida en 1995.

Bofetadas desde el propio PSOE

En una entrevista con Diario de Cádiz, en 2009, Carlos Díaz reconocía que "recibí muchas bofetadas en el PSOE por no pertenecer a ningún grupo. A mi estaban moviendo el sillón casi desde el principio. Me costaba mucho que se aprobarán determinados proyectos". Incluso cuando acudía a algún Ministerio en Madrid siempre le atendían personal de segundo o tercer rango.

Ejemplo de este desprecio desde su propio partido fue, en 2001, la ausencia de sus antiguos compañeros al acto de inauguración de la plaza que llevaba su nombre, aprobada por el gobierno del PP de Teófila Martínez.

Todo ello estalló en la última etapa de su mandato, con una profunda crisis económica que había parado o ralentizado grandes proyectos, como el Palacio de Congresos y el Centro Náutico Elcano, y con una disputa sobre cómo gastar determinados fondos.

La rebelión comenzó tras destituir Carlos Díaz al que se suponía era su mano derecha, José Fernández Chacón. Éste logró el apoyo de nombres fuertes del gobierno como Federico Pérez Peralta, Vera Borja, Josefina Junquera y hasta Alfonso Carlos García, que llegó a ser el delfín de Díaz.

Si la dirección del PSOE tenía claro que el veterano político no iba a ser su candidato en 1995, las posibles dudas se difuminaron tras este enfrentamiento. Fue la puntilla para Carlos Díaz y para el PSOE gaditano y dio pista libre a la llegada de Teófila Martínez y a su mayoría absoluta con el PP.

Carlos Díaz, al que llegaron a ofrecerle la presidencia de la Diputación aunque él prefería un puesto como diputado nacional en la comisión de Justicia del Congreso, se retiró a su casa, con su mujer y sus hijas.

Carlos Díaz, en su trabajo en el Gobierno Civil tras dejar la Alcaldía. Carlos Díaz, en su trabajo en el Gobierno Civil tras dejar la Alcaldía.

Carlos Díaz, en su trabajo en el Gobierno Civil tras dejar la Alcaldía. / D.C.

No fue un jarrón chino. Todo lo contrario. Calló y vivió su vida. Sólo se manifestaba públicamente si algún medio de comunicación así se lo requería.

En abril de 2014 este diario reunió en una conversación a Carlos Díaz y a Teófila Martínez, entonces alcaldesa de la ciudad. En aquel momento, el alcalde socialista recordaba su primer día en el despacho de Alcaldía y el encuentro que tuvo con los funcionarios municipales. “Les dije nosotros estábamos aquí para servir a los ciudadanos de Cádiz. Por eso siempre, cuando alguien me ha preguntado si yo mandaban mucho cuando era alcalde, yo contestaba que tenía a 150.000 patronos, tanto como convecinos había en la ciudad”.

Hace dos años el Ayuntamiento le nombró Hijo Predilecto de Cádiz. Una primer homenaje de su ciudad.

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