Manolo Mantilla, el nombre propio de un edificio comercial por los cuatro costados

Dueño de la Charcutería Vistahermosa, estuvo casi 40 años al frente de un negocio con historia

Manolo Ruiz Mantilla, ante el edificio donde estaba su charcutería. / Julio González

Manolo Ruiz Mantilla llega a la cita con este periódico con un sobre grande del que saca varios documentos cuando se inicia la conversación. Son fotografías de todos los tamaños de la Charcutería Vistahermosa, el negocio que durante 37 años regentó en un amplio local comercial del edificio del mismo nombre. Enseña las fotos en las que aparece con varios años menos de los 79 con que cuenta en la actualidad, junto a otros empleados del señero almacén. Y también guarda en el sobre, doblado y con el pálido color de los papeles viejos, el primer plano de alzada del negocio, una tienda a la que se trasladó desde otra más pequeña en avenida de Portugal apenas recién construido el edificio Vistahermosa, cuyos bajos han sido siempre un reclamo comercial de primer nivel.

El otro negocio veterano de este edificio, la peluquería Vistahermosa que abrió como tal en 1970, acoge la charla con Manolo Mantilla, como lo conocen sus amigos. Allí, Javi y Dani regentan desde hace varias décadas la barbería en la que, primero, trabajaba como empleado su padre, Francisco Dávila Real, y que, después, dirigió como propietario del negocio, que no del local, otro buen puñado de años. Los peluqueros, que se hicieron cargo del negocio al fallecer su padre, atienden a sus clientes mientras inevitablemente echan un ligero vistazo a esas fotos que su antiguo vecino de local enseña y que también les evoca unos tiempos bien distintos a los actuales, los tiempos de su propio padre al frente del negocio.

Porque en el más de medio siglo de vida de este edificio sus locales comerciales han conocido muchos negocios: bares, tiendas de ropa y moda y tiendas de telefonía móvil, entre otros, además de la charcutería de Manolo y la peluquería del mismo nombre, los dos comercios que resisten desde que Vistahermosa comenzó a albergar vecinos, oficinas y tiendas para convertirse en la bulliciosa esquina que continúa siendo en la actualidad.

Javi (izquierda) y Dani Dávila, los responsables de la peluquería Vistahermosa abierta en 1970. / Julio González

Manolo Mantilla llegó a Cádiz muy joven, con apenas 13 años, desde la localidad cántabra de Bostronizo. Como tantos paisanos, nada nuevo. Chicucos con denominación de origen, garantía de calidad y buen hacer en el mostrador, que Manolo fue demostrando en distintos locales con especial referencia, la que él mismo hace, a su trabajo con los hermanos Del Álamo en su almacén del casco histórico.

Toda la experiencia acumulada le sirvió para montar su propia tienda en avenida de Portugal y para después comprar el local del Vistahermosa y abrir una de las charcuterías de referencia, durante muchos años, de la capital gaditana. Un traslado al “edificio de los médicos”, como recuerda Mantilla que se conocía a Vistahermosa por el oficio de muchos de sus vecinos, que le permitió ofrecer a sus clientes productos de calidad, sobre todo jamones, quesos, chacinas, conservas y vinos, posiblemente mucho antes de que la palabra gourmet adjetivara estos alimentos.

Vecinos del edificio, gaditanos de todos los barrios y muchos veraneantes tenían en Vistahermosa una generosa cita con el mostrador de Manolo, que también enviaba a buena parte de España sus selectos productos mucho antes de que los envíos a domicilio fuera vistos como un gran negocio a escala multinacional.

Entre los papeles que Manolo trae a la entrevista está una carta remitida por una señora belga, fechada en 2007, que se acordó de su tienda cuando descubrió en su casa una bolsa del establecimiento en el que años antes había comprado durante una estancia en Cádiz, y que preguntaba si le podría enviar jamón. Algo tarde porque su jubilación era, por entonces, un hecho.

Y es que Manolo Ruiz Mantilla, en estos tiempos de cuidado marketing y sesudos estudios de mercado previos a la implantación de un negocio, resume en una sencilla pero redonda frase el espíritu que le llevó a abrir, sin tantas previsiones, tan distinguido negocio: “Una persona no come jamón todos los días, pero todos los días hay personas que comen jamón”. La venta, pues, y la pervivencia del negocio estaban aseguradas.

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