Cádiz

Juan Antonio Lamas

Sobre las dos de la tarde del sábado pasado me llamaba a casa mi amigo José María Gómez del Castillo, desde su almacén de Torre y Santa Inés. Hacía al menos dos meses que no nos veíamos e imaginé que me iba a comunicar que claudicaba en su intento de poner en orden todo lo que tiene, lo que creo tarea imposible, máxime en él, ya en etapa de guerrero en reposo. Pero no.

--- Antonio, se ha muerto el Lamas.

En la madrugada de ese sábado, un infarto le rompió el corazón. El Carnaval de Cádiz estaba de luto.

Juan Antonio Lamas León, ingeniero técnico, fue un tipo singular. Hubo un tiempo, especialmente en la década de los noventa, donde el buen hombre era plato seguro en cualquier postre jocoso. Su música no le gustaba a casi nadie, pero él manejaba siempre el desaliento, para que le hicieran caso. Sobre todo los jurados del concurso. En la época en que muchos llegaban al teatro en patera, en mulas, etc. pensó hasta aparecer montado en globo. Ya no sabía qué hacer para llamar la atención, como el "gordo" Pardo o los "niños".

Estaba "loco" por llegar a una final, a una por lo menos, y en los 2000 lo logró. Esa noche no logró dormir y esperó que dieran las doce del día siguiente para irse a Zorrilla y con esa sonrisa, que le ensanchaba la cara, miraba a unos y otros, especialmente a los coristas como diciéndoles: "Ahora, qué, so mamón".

El premio le vino bien. Atemperó su genio, ya tenía muchos menos cristalitos en el estómago y no siempre dormía pensando en el coro que estaba haciendo. Ahora tenía tiempo para "Los flamingos" y rodearse de un público de "chica ye-ye", de "sorbitos de champán" y de "manos en tu cintura". Incluso le dio por las habaneras, conquistando al público de Torrevieja en un certamen internacional que allí se celebra y donde "La Habana es Cádiz con más negritos".

Tengo muchísimos ratos de conversación con él. Para los periodistas tenía las dos versiones: "El mejor crucificado por mor de una mala crítica" y "ya era hora que me tocara" cuando se le celebraba un tango. Nunca logré hablar con Lamas de temas tan recurrentes como la ciudad, el fútbol, la Semana Santa o los Tosantos pongamos por caso, siempre Carnaval, Carnaval y Carnaval.

Terminar así este recuerdo me parece de una maldad terrible. Además no sería justo. Prefiero recordar al Lamas que hace pocas noches recogió a mi niña en Canalejas, esperando un taxi, y la dejó en su casa, o nuestra última copa en Casa Ríos. Al Lamas que ya no se enfadaba. Al bueno, al que era tan inevitable como deseable en todos los concursos. Cuentan que estuvo a punto de figurar en las listas del PP. Mejor que no, porque de esta forma nadie se hubiera quedado fuera, por razones políticas, a la hora de darle un abrazo muy fuerte, desearle que haya cielo, y en el cielo coros de todos los colores. Juan Antonio tendrá sitio, seguro, en alguno. Y si no, lo funda.

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